Al Liverpool, campeón contra el Chelsea en los penaltis, le van las Copas

Es mentira. En el fútbol un 0-0 no siempre son dos bostezos. No los hubo en la final de la Copa inglesa, intrigante hasta la ruleta de los penaltis. Tan ceñidos son los partidos entre Liverpool y Chelsea que si el pasado 27 de febrero precisaron de 21 penaltis para decidir la Copa de la Liga en favor de los reds, esta vez requirieron 14 lanzamientos para que el conjunto de Jürgen Klopp —que ya ha ganado todos los trofeos posibles con los rojos— levantara su octava FA Cup. Con la final de la Champions a la vista, a este Liverpool, en el que se lesionó Salah, le van las copas. El trajín de este equipo es tremendo. A esta fecha aún tiene opciones en la Premier y tiene el reto del Madrid el próximo día 28. Casi nada.

En el proverbial Wembley, con su mítico ropaje ambiental, Liverpool y Chelsea condecoraron la Copa inglesa. Y no en un día cualquiera. La competición con más solera del mundo cumplía 150 años (141 ediciones). Resultaba la tercera final consecutiva para los de Thomas Tuchel, que se quedó en la cuneta en las dos precedentes. Mayor era la deuda de los de Klopp, una década ausente de la final. En el fútbol inglés la Copa no es ningún apeadero.

En la Copa nadie puede claudicar, y menos en la final. Nada de monsergas. Y no hubo tregua en Wembley. Comenzó disparado el Liverpool, con Henderson como matraca en lugar del lesionado Fabinho. Klopp espera al exjugador del Castilla en la final de París. Aplicados, los reds cumplieron de forma clínica con la primera lección: angustiar a Chalobah, el joven centinela de Sierra Leona alistado por Tuchel. Como percha, Luis Díaz, extremo colombiano de impacto inmediato en el conjunto de Anfield. Rápido, hábil y puñetero, el cafetero atormentó de entrada al Chelsea. Con su expansiva puesta en escena casi marcan Thiago y Keita. Y el propio Díaz, frenado por Mendy.

El Liverpool gobernaba con su formato habitual, con ansia por apretar la mandíbula en campo rival. El Chelsea, más macizo en su retaguardia, prefiere encapsularse y esprintar. Frenada la primera sacudida de los de Klopp el cuadro de su colega alemán no tardó en encontrar su hoja de ruta. En el Liverpool el puesto de lateral no es una bagatela. Lo ocupa Alexander-Arnold, que tiene un compás en las botas. Junto a Thiago, gestiona el principal observatorio ofensivo de los del Mersey. Ocurre que a Alexander-Arnold, lateral postizo con vocación de volante, caso del barcelonista Alves o el portugués Cancelo en el City, le falta colmillo. Estupendo en ataque, en la trinchera no es un boina verde. Vinicius tiene apuntes al respecto. Como los tenían Pulisic y, sobre todo, Marcos Alonso, otro lateral ortopédico que es un extremo enmascarado.

Los futbolistas del Liverpool celebran la victoria en Wembley tras el último penalti de Tsimikas.
Los futbolistas del Liverpool celebran la victoria en Wembley tras el último penalti de Tsimikas.
TOLGA AKMEN (EFE)

Alisson, el meta brasileño del Liverpool, tuvo un mal choque con el nieto de Marquitos. Pero las alarmas estaban en medio campo. Los médicos atendían a Alisson cuando tuvieron doblete. Salah se fue a la lona. A 14 días de la final de la Copa de Europa, el egipcio, máximo goleador y asistente en la Premier, se retiró a la media hora con molestias musculares. El rostro desgarrado de Klopp era elocuente. Al revés que el Madrid, el Liverpool tenía fregados antes de pujar por la orejona. Pasada la final copera aún puede tener dictado en la liga que está a punto de descorchar el City.

En Wembley, no pudo haber una cita más equilibrada. Un encuentro frenético. Sin freno, con los futbolistas exprimidos como limones. Las ocasiones se apilaban en las dos porterías, casi siempre por los costados. Marcos Alonso, que como Alexander-Arnold es más que un ventilador, estaba en la mayoría. Estrelló una falta en el larguero. Luego golpearían a los postes de Mendy tanto Díaz como Robertson.

Nada de un trasteo ordinario con la pelota. Nada de paréntesis. Liverpool y Chelsea sin garrafón, descamisados. Sobre todo el equipo beatle, que llegó a la prórroga con más hueso, acorralando el rancho del jabato Rudiger. El inminente jugador madridista, que con su hercúleo corpachón es capaz de ganar una carrera a Mané, resistió con sus brigadas en las cuerdas. Pero no era el día de Luis Díaz, cegado ante el gol. Él, como Marcos Alonso, picaron allí donde, sin Salah, se esperaba a Mané y Lukaku. Al tercer tiempo llegó el conjunto de Klopp sin Van Dijk, molido o con algún achaque.

Tan ajustado era el partido que del Liverpool mandón del final del segundo tiempo se pasó a un Chelsea con más pulso en la prórroga. Pero los dos equipos llegaron a los terminales penaltis con el corazón en la boca. Falló Azpilicueta. Luego Mané y Mount, frenado por Alisson, que no es Karius. La traca final fue de Tsimikas ante la mirada risueña de los icónicos Rush y Dalglish.

Preocupación por el parte médico de la enfermería ‘red’

A dos semanas exactas de la final de la Champions contra el Real Madrid, el piloto rojo se encendió en el banquillo del Liverpool a la media hora de juego. Mohamed Salah, de 29 años, se llevó la mano a la ingle derecha, se echó al suelo y, tras la supervisión de los médicos del equipo, enfiló el camino a los vestuarios por su propio pie. El egipcio no dio opción a probarse unos minutos más y ver cómo respondía su cuerpo ante las molestias. Se marchó y en su lugar salió Diogo Jota.

“Quiero jugar contra el Real Madrid y espero ganarles”, aseguró el delantero hace unos días en unas manifestaciones que fueron interpretadas como un ansia de revancha. En la final de 2018, en Kiev, además de perder contra los blancos, Salah tuvo que irse gravemente lesionado del hombro izquierdo tras un enganchón con Sergio Ramos también a la media hora.

Por su parte, Fabinho, que sufrió una lesión muscular esta semana, sí debería estar en la cita de París, según la previsión de Jürgen Klopp.

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