Alcaraz sortea el abismo ante Ramos a base de épica

Carlos Alcaraz se impuso en la segunda ronda de Roland Garros a Albert Ramos en un fabuloso partido que se decidió en la misma línea de meta: 6-1, 6-7(7), 5-7, 6-2 y 6-4, tras 4h 34m. El murciano, de 19 años, estuvo durante un buen rato contra las cuerdas hasta que finalmente logró liberarse y progresar en el grande francés, después de una hermosa tarde de épica. Ahora se enfrentará contra el ganador del encuentro entre el estadounidense Sebastian Korda y el local Richard Gasquet.
Había comenzado Alcaraz como los ángeles, dominando la situación e imponiendo su velocidad de crucero, desbordando a Ramos con derechazos limpios y profundos que le permitieron decantar el primer parcial en solo 26 minutos. Había cogido el murciano perfectamente las riendas, o eso parecía. Hasta ahí, todo en orden para él, que no para Ramos, un veterano que compite de manera silenciosa, como la buena electrónica japonesa. No hace el ruido el catalán, pero conoce como pocos los exigentes códigos de la tierra batida. Basta con echar un vistazo a su palmarés: cuatro trofeos, los cuatro sobre arcilla, condimentada la pericia con seis finales más. Cosa seria.
El último título llegó en febrero. Lo elevó en Córdoba, Argentina, y después se metió en un agujero. Es decir, nada hacía presagiar que pudiera meterle en un lío de verdad a Alcaraz, teniendo en cuenta el trazado de uno y otro en la gira primaveral, caminos invertidos: a excepción de la tercera ronda en Montecarlo y la cuarta en Estoril, Ramos enfiló la salida a la primera en el resto de los torneos (Marrakech, Barcelona, Madrid, Roma y Ginebra). Sin embargo, un Grand Slam es un Grand Slam, y esconde un sinfín de minas en el recorrido. La primera semana está plagada de emboscadas y no son pocos los que pisan el cepo o se asoman al precipicio.
La noche anterior, el griego Stefanos Tsitsipas, finalista el curso pasado, había escapado a una situación límite –dos sets por debajo– y casi en paralelo, había sido Alexander Zverev –lo mismo, anulando un punto de partido– el que había salvado el pescuezo por los pelos. No hay tregua en Roland Garros. Bien lo sabe Ramos, tenista bregado, zurdo inteligente, ducho y más sobre arena, y está descubriéndolo Alcaraz, que en la segunda manga dejó escapar un par de trenes –doble opción de break, en dos turnos al resto consecutivos– y metió los pies en un auténtico cenagal. Desperdiciada la oportunidad, el desarrollo posterior se convirtió en un laberinto sin puertas para él. Un mal viaje.
Alcaraz acostumbra a acompañar su juego de una expresividad alegre, pero en esta ocasión gesticuló, protestó, se flageló, llegando al soliloquio más de una vez, hablando consigo mismo y haciendo más de un aspaviento en dirección a su banquillo: “¡Pero qué haces, Carlos, qué haces!”. Y ahí, en el box, caras largas de circunstancias, gestos de preocupación. El chico no solo no lograba darle la vuelta a la historia, sino que Ramos apretaba y apretaba, enroscando la bola con ese drive pesado que revoluciona y dispara la pelota, haciendo que coja altura, muy complicada de contrarrestar si tiene el día. Y lo tenía el catalán.
Llevó Ramos el litigio hacia el lugar que más le interesaba, el sitio en el que se acentúan los 15 años de diferencia entre uno y otro. Hacia la duda. De repente, un interrogante mayúsculo en París, en esa mollera por hacer. Logró que Alcaraz perdiera la chispa y se precipitara de tanto hacerle pensar y pensar, de darle vueltas al tarro. Demasiada zozobra, excesivo desasosiego. Vieja escuela, astuto el de Mataró. Ojos en órbita y puños estrujados: “¡Vamos! ¡Vamos! ¡Vamos!”. Difícil frenar a un tenista cuando está así. Al tercer intento igualó el pulso y luego embistió como un Miura, pero Alcaraz, a un centímetro del abismo ya, se revolvió. Señor partidazo en la Mathieu.
El murciano salvó un punto de partido y a continuación fue el catalán el que abortó tres de set, pero en el desempate el joven se creció y fue superior. Así que vuelta a empezar, a cara o cruz. Y corazones a mil. No desistió Ramos, tampoco lo hizo Alcaraz: del 3-1 adverso al 4-3 a su favor, y de ahí al 4-4. Más y más leña al horno, de sopapo en sopapo los dos hasta que llegó el giro terminal, esas zancadas de un lado a otro de Carlitos, ese instinto de supervivencia, esa fe y esa volea a la red del rival que decidió. La pista patas arriba, temblor en el Bois de Boulgone. A la hora de la verdad, pesó más la rebeldía que la veteranía y París, que algo sabe de épica y ensoñaciones, empieza a comprobar de verdad cómo se las gasta el heredero.
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