Alcaraz sortea la trampa de Jarry

Brazos en cruz, Carlos Alcaraz celebra el pase a los octavos de final de Wimbledon después de una pesada digestión. Nicolás Jarry se ha convertido en uno de esos bocados excesivamente generosos que se obstruyen incómodamente en la laringe, a los que le cuesta bajar y que por instantes cortan el aire. El trance es pasajero. El joven número uno ejerce con autoridad (6-3, 6-7(6) 6-3 y 7-5, tras 3h 56m) y aborta lo que podía haber derivado en una situación más que engorrosa e indeseable, el hecho de tener que jugarse el destino inmediato a cara o cruz, a un quinto set, con una de esas torres que de vez en cuando –con frecuencia, más bien– suelen protagonizar un pelotazo en el oscilante territorio del All England Club. El español, firme, termina resolviendo el embudo y repite en la cuarta estación del grande británico, en la que se medirá el martes con el alemán Alexander Zverev o el italiano Matteo Berrettini. Sea cual sea, más cañonazos.
Después de dos pruebas llevaderas en las dos primeras estaciones del torneo, bien trabajadas y bien resueltas, Alcaraz se enfrenta a un ejercicio de demolición, a un test que exige poner firme el escudo y, por encima de todo, de paciencia. Mucha paciencia. “La prueba es creer todo el tiempo y estar concentrado”, receta con la victoria en la mano. Es la prueba del sacador. Manejables, los franceses Chardy y Müller sirvieron los días previos de banco de pruebas para calibrar tiros y maniobras, y mantener los óptimos biorritmos adquiridos en Queen’s; allí, en el preparatorio, no hubo rival más astilloso para él que el francés Arthur Rinkdernech, cuyo retrato robot coincide con el de Jarry. Altura, envergadura, palanca. Dos moles. La diferencia está en que el tenis del chileno (27 años) tiene un punto más de filo y una pizca más de intención. Quiere guerra. Y la hay.
Suspendido en 2020 once meses por la ingesta de un complejo vitamínico “contaminado”, cuando era el 38º del mundo y crecía, el jugador sudamericano tuvo que partir de cero tras el episodio (perdió el ranking) y ha ido recuperando el terreno perdido hasta alcanzar una considerable competitividad. Pese a que su repertorio de armas sea limitado, sabe emplear las que posee y este curso se ha hecho con dos títulos (Ginebra y Santiago) para afianzar el repunte. Ya tuteó a Alcaraz en febrero sobre la arena de Río de Janeiro y este sábado, instalado en el 28ª peldaño mundial, vuelve a ponerle a prueba. Mazo en mano, percute y aprieta; trata de intimidar y aunque el español le arrebata el servicio en la primera opción de quiebre, mantiene el tipo. El día demanda temple y agallas, remar en aguas bravas.
Set arriba, el joven número uno parece tener controlada la situación, pilotando el duelo y enredando con astucia; lanza bolas cortas a media pista para que el gigantón (1,98) entre al trapo y se pase de frenada en la respuesta, porque en estático Jarry se desenvuelve bien, pero en movimiento es otra historia. Se asoma a la red y recibe pedradas en los pies, atropellado, sufriendo cuando debe agachar el lomo. A la hora de volear se le ven las costuras y en los intercambios pierde la precisión que ofrece con el saque; Alcaraz, aprendiendo todavía a leer, pero alumno más que aventajado, le obliga a base de cortados a pegar desde un punto de gravedad antinatural, haciendo sentadillas. Aun así, se sostiene y después de un intercambio de sopapos, de break a break, se agarra al duelo con la entereza que decanta el desempate del segundo set.
La atmósfera en la central es pesada. Día de bochorno en Londres, el techo está cerrado por el aguacero que persiste hasta el inicio de la tarde y en el palco real, Billie Jean King comenta, Gary Lineker dispara fotos con el móvil y Stefan Edberg, el nórdico elegante en el que se inspiró Roger Federer, viaja mentalmente hacia aquellos maravillosos años (el 88 y el 90) en los que triunfó en la Catedral. El sueco, o el arte de danzar en la red. Cuando debe hacerlo, Alcaraz también luce maneras privilegiadas. Responde al arrebato final del adversario con jerarquía, recuperando una rotura en contra en la cuarta manga y soltando el latigazo definitivo que evita una dilatación comprometedora. Ante el primer escenario delicado que le plantea el torneo, el murciano (20 años) reacciona de la mejor manera posible: aquí mando yo. El tenis rara vez ofrece caminos en línea recta sino muchas curvas, y la vía del sufrimiento conduce esta vez a Alcaraz a buen puerto. A otra de esas victorias de valor doble.
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