Amazon y Starbucks emprenden el contrataque contra el avance de la movilización sindical en EE UU

Miembros del Sindicato de Trabajadores de Starbucks se manifiestan el último Primero de Mayo en Seattle.
Miembros del Sindicato de Trabajadores de Starbucks se manifiestan el último Primero de Mayo en Seattle.Jennifer Buchanan (AP)

Marcus (nombre supuesto), repartidor de Amazon en Nueva York, confiesa que el clima de intimidación en la empresa le ha convencido de abstenerse en una votación sindical. Ni siquiera quiere especificar de cuál de los almacenes de Staten Island depende (el más grande aprobó en abril la formación del primer sindicato de la firma; el segundo acaba de rechazar la propuesta), mientras explica a zancadas por la acera, sin parar un segundo, sus razones para “conservar el puesto de trabajo”: tres hijos pequeños y una esposa en paro, con covid persistente. Michele Eisen, veterana barista de Starbucks en Buffalo —el primer local de la cadena que se organizó, en diciembre—, dice que jamás se le había pasado por la cabeza afiliarse a un sindicato, hasta que la pandemia lo puso todo patas arriba: “La empresa multiplicó sus ganancias, gracias a mi trabajo y el de mis compañeros, que nos jugamos la salud sin recibir nada a cambio”.

Amazon está recurriendo a artillería pesada para frenar la organización sindical de su plantilla. También la cadena de cafeterías Starbucks tiene en el punto de mira a los baristas inquietos; a sus socios, como gusta llamar a sus empleados, a los que ofrece una subida salarial… Siempre y cuando no se movilicen. Los trabajadores de ambas compañías protagonizan desde hace meses una efervescente movilización, la punta de lanza de un movimiento que recorre estratos y categorías: de repartidores de comida o chóferes a empleados de museos, profesores universitarios y arquitectos; un aumento del 57% en la actividad sindical entre octubre y marzo. En un país en el que los sindicatos viven sus horas más bajas (la afiliación ronda el 10% en el sector privado), los casos de Amazon y Starbucks se han constituido en paradigma de la lucha de David contra Goliat, con señaladas victorias del primero, pero golpes mucho más certeros, y a veces desleales, del gigante.

El despido de dos líderes sindicales de un gran almacén de Amazon en Staten Island ha sido, esta semana, el último capítulo de la ofensiva empresarial. Los dos alentaron la movilización que condujo a la gran victoria sindical del centro, conocido como JFK8. Pero el gigante del comercio electrónico no sólo se ha negado a reconocer al nuevo Sindicato de Trabajadores de Amazon (ALU, en sus siglas inglesas), también ha recurrido el resultado de la votación ante la junta nacional de relaciones laborales (NLRB, la agencia federal que vela por los derechos de organización de los trabajadores), y además ha despedido, supuestamente por no impedir la movilización, a seis gerentes, en lo que la firma califica de “evaluación operativa y de liderazgo” de sus puestos. Starbucks fue demandado la semana pasada por la NLRB, por represalias contra representantes de los trabajadores tales como despidos, amenazas y vigilancia. Un portavoz de la cadena rechazó lacónicamente a este diario la demanda, “sin fundamento alguno”.

Significarse en el mundo corporativo estadounidense sigue siendo arriesgado, pese a la presidencia más prosindical en décadas, la del demócrata Joe Biden, que no solo anima a los trabajadores a unirse, sino que pretende convertir el Gobierno federal en modelo de buenas prácticas sindicales, y que la semana pasada recibió en la Casa Blanca a los líderes emergentes. Uno de los despedidos del JFK8 había acaparado titulares desde la histórica victoria sindical. “Creo que es una represalia, he salido en todos los medios nacionales”, ha dicho Tristan Dutchin, de 27 años, despedido “por no alcanzar los objetivos de productividad”. Este diario ha intentado conseguir la versión de la empresa, en vano. En ALU se ha impuesto repentinamente un perfil bajo, eludiendo los contactos con la prensa, como también ha podido confirmar este diario.

Los despidos no constituyen una novedad en las prácticas de Amazon, el segundo empleador privado del país. En marzo de 2020, despidió a Chris Smalls, líder de ALU, por denunciar la inseguridad frente al coronavirus en el JFK8. Otro compañero que le secundó corrió la misma suerte, aunque luego la justicia ordenó su readmisión. La compañía despidió también a otro representante en el almacén de Bessemer (Alabama), el que abrió el fuego en abril de 2021. El de Bessemer fue el desafío laboral con mayor entidad desde 2016, cuando se produjo un conato de lucha en Virginia; aún hoy, el resultado de la votación en Bessemer es objeto de litigio entre trabajadores y empresa, con la NLRB en medio.

El manual de prácticas antisindicales de Amazon ha demostrado dar buenos resultados. Seguimiento continuo por parte de recursos humanos de los empleados, para averiguar su postura (“sientes sus ojos en el cogote todo el rato, no se te ocurre hablar del tema con los compañeros”, dice Marcus); mensajes antisindicales en el tablón de anuncios (algunos tan burdos como “para pagar la cuota sindical tendrás que quitártelo de la cena”), la consideración de los representantes sindicales como “un cáncer para la compañía”. La primera movilización, en 2016 en Virginia, bajo el paraguas del gran sindicato del comercio que también amparó la de Bessemer, fue desactivada por el miedo. En Bessemer la empresa llegó incluso a cambiar de sitio un semáforo en los hangares para entorpecer la interacción entre los compañeros. En el JFK8, los trabajadores debieron reunirse a la intemperie, en torno a una parada de autobús, por no poder celebrar los mítines dentro del recinto.

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Los partners, socios o compañeros, de Starbucks arrastran su resquemor después de haber sido la vanguardia operativa de la compañía durante la pandemia. La desproporción entre su dedicación y la asunción de riesgos como trabajadores esenciales, en primera línea, y la escasa valoración y recompensa por parte de la empresa quedó de manifiesto en un encuentro virtual, celebrado a primeros de mayo por Brookings Institution, en el que la barista Eisen explicó sus motivos para sindicarse. “Pusimos en riesgo nuestra salud y seguridad trabajando durante la pandemia. Pero luego oímos a nuestro CEO anunciar ganancias récord… Este dinero proviene de mi trabajo y el trabajo de mis colegas. Tengo compañeros que lloran en la trastienda porque no saben si podrán pagar el alquiler y llenar la nevera esta semana”, explicó la mujer.

En verano, cuando estaba a punto de tirar la toalla y dejar el trabajo, Eisen sumó fuerzas con sus compañeros para organizar la primera votación sindical en la compañía. Ganaron, y desde entonces Starbucks ha encajado más de 50 reveses. Desde agosto, los trabajadores de más de 200 locales de la cadena en EE UU han iniciado los trámites para organizarse.

En su doble vertiente académica y sindical, Jack Rasmus, profesor de Economía en el Saint Mary’s College de California, así como organizador “de cuatro sindicatos diferentes y negociador de contratos”, se explaya sobre este combate desigual. “Durante las últimas cinco décadas, las empresas estadounidenses han estado utilizando las mismas estrategias y tácticas de Amazon y Starbucks hoy para evitar que los trabajadores establezcan sindicatos. No es nada nuevo. Las leyes laborales y el Gobierno estadounidense se volvieron después de 1947 cada vez más antiobreros y antisindicales. Han tenido éxito no solo en impedir la sindicalización, sino también en reducirla. Las leyes permiten a los empleadores amenazar y sobornar a los trabajadores para que voten en contra de los sindicatos en las elecciones. E incluso cuando los trabajadores ganan las elecciones, las leyes permiten a los empresarios evitar negociar con los nuevos sindicatos. Mientras tanto, los políticos del Partido Demócrata prometen reformas, pero no las cumplen, como la ProAct”, explica Rasmus, en referencia a las siglas de la ley Proteger el Derecho a Organizarse, alentada por la Administración demócrata y atascada desde marzo en el Senado.

“Amazon continúa utilizando tácticas antisindicales para aplastar la actividad sindical en sus instalaciones, pero la repetición de la votación de Bessemer más la programada en Staten Island demuestran que los trabajadores están comprometidos con la lucha para ganar dignidad y una voz unívoca en defensa del trabajo esencial que realizan como parte de la cadena de suministro global de la empresa”, explicaba a comienzos de mes, antes de la segunda consulta, Patricia Campos Medina, directora del Instituto del Trabajador de la Universidad de Cornell. “En última instancia, lo que necesitamos en las grandes corporaciones como Amazon no es una estrategia a nivel empresarial impulsada por los sindicatos locales, sino una estrategia de negociación sectorial impulsada por los responsables políticos y regionales. El coraje de los trabajadores en Staten Island es solo el comienzo de los esfuerzos”.

La concienciación sindical parecía tardar, tras el latigazo de la crisis de 2008, mientras el activismo rampante de colectivos y minorías, la reivindicación de sus respectivos derechos como identidades, iba en aumento. Era un desequilibrio evidente, en el que sólo parecía faltar la conciencia de clase (trabajadora). La pandemia fue el estímulo, el acicate, el mismo que, en otra manifestación del fenómeno de desafección laboral, saca del mercado a millones de personas al mes (la denominada Gran Dimisión o Gran Renuncia). Ambos fenómenos son concomitantes pero, a juzgar por las conclusiones del informe de Brookings, quien sigue teniendo la sartén por el mango, pese al espejismo sindical, es la empresa.

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