Andy, Lucas, los progres y el metal

La primera vez que tomé a Andy y Lucas como economistas de cabecera fue en 2008, cuando les preguntaron por sus pareceres sobre la crisis y respondieron que por qué no hacíamos más dinero. Yo y Cynthia, mi pareja artística, teníamos 16 años y le acabábamos de hacer esa misma pregunta a nuestro profesor de Historia.

Él nos habló de la hiperinflación, la devaluación de la moneda y la Alemania de Weimar. Y el caso es que lo entendimos, pero nos quedamos igual: no nos cabía en la cabeza que algo inventado por el humano no pudiera ser corregido por la inventiva humana. Desconocíamos el cartismo, la Teoría Monetaria Moderna o que el Banco Central Europeo le da a la máquina de cuando en cuando para inyectar dinero en los mercados financieros, así que poco pudimos decir.

Probablemente, los que se descojonaron de la ocurrencia de los cantantes también ignoraban todo esto. Uno de ellos fue un periodista que escribió una pieza titulada Andy y Lucas contra Solbes cuyo fin único era ridiculizarlos. Para cerrar el artículo, y con una finísima ironía y un finísimo clasismo, sentenció que “el pueblo era infinitamente sabio”, identificando al dúo gaditano con un populacho bobo que los había elevado a la categoría de ídolos.

Más de diez años después Lucas volvió a ser reprendido. Ocurrió cuando colgó en Twitter un vídeo apoyando a los huelguistas del metal, un tema que le toca de cerca porque tiene un hermano metalúrgico. En él describía España como “la tonta de Europa del Sur” y señalaba la desindustrialización como germen de la ruina de Cádiz. Y es que convertirnos en el Marina d’Or de la Unión Europea igual no era tan buena idea, eso Lucas lo sabe.

Lo que igual no se vio venir fue la regañina por decir que él no era “ni progre ni facha, sino normal”, seguramente para incidir en que la huelga del metal, en particular, y los derechos de los trabajadores, en general, son la más transversal de las luchas. “Lo normal es ser progre”, se apresuraron a reprocharle tuiteros varios, que de todo su mensaje se quedaron únicamente con eso.

Y, como les ocurría a los que le afearon la idea de darle a la máquina de billetes, sus rapapolvos probablemente estuvieran pasando algo por alto: progresía y su diminutivo progre fueron términos creados por la propia izquierda a modo de autocrítica y mofa para referirse a aquellos que, pensándose de algún modo y en alguna medida antisistema, eran el sistema hecho carne. En 1972, Gonzalo Suárez los describía como “una nueva clase social que, heredando el poder de la burguesía, pretende erigirse en representante moral a través de sus opiniones bienpensantes”.

Si lo normal es ser progre quizá también sea normal la terciarización de la economía en chaqueta de pana, subirnos la edad de jubilación en lenguaje inclusivo y las tanquetas contra los trabajadores enviadas por el autodenominado “Gobierno más progresista de la democracia”. Igual esperaban que con ellas los metalúrgicos hicieran carrozas y que, de paso, sustituyeran lo de quemar cosas, que es de tener mucha testosterona y de no poner la vida en el centro, por danzas de la lluvia y asambleas de los afectos. Pero el pueblo, como escribía aquel, es sabio. En la mayoría de ocasiones, infinitamente más que aquellos que le reprenden, ya sean progres o fachas.

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