Antonio Escohotado, el rockero frustrado

Antonio Escohotado, en la escuela de verano del partido político Ciudadanos, en agosto de 2019.
Antonio Escohotado, en la escuela de verano del partido político Ciudadanos, en agosto de 2019.Josefina Blanco (Europa Press)

Las primeras noticias sobre las andanzas de Antonio Escohotado nos llegaron por el telégrafo de la jungla underground. El mismo medio por el que nos enterábamos de que Pau Malvido, primer cronista de la contracultura hispana, era en realidad Pau Maragall, un hermano del político barcelonés.

Antonio no necesitaba ocultar su apellido: ya había salido en los periódicos como implicado en asuntos de cocaína. Pero también se le admiraba en el mundo subterráneo como parte del equipo que fundó la ibicenca discoteca Amnesia y —más nebuloso— que tocaba en su propio grupo de rock (¿o eran jam sessions?). Los testimonios hablan tanto de una versión balear de Pink Floyd como de una banda con pegada, entre los Rolling Stones y The Who (aunque ambas tendencias podían ser compatibles en un país donde los músicos novatos tenían más entusiasmo que prejuicios). No se discute que Escohotado poseía un buen equipo, con guitarras de marcas como Gibson o Ramirez.

Cuando volvió a Madrid, ya era una celebridad por su monumental Historia general de las drogas. Consciente de su fama, a veces chocaba con la realidad. Podía pedirte conseguir entradas para un concierto sold out de alguna megaestrella, pero tendía a hacerlo unas horas antes de la apertura de puertas, lo que anulaba sus posibilidades de un trato de favor.

Encontró una cálida acogida en los medios musicales madrileños. Con Andrés Calamaro grabó un risueño reggae con desenlace dub, Nunca igual, en su Alta suciedad (1997). Sin embargo, su obra cumbre pasó comparativamente ignorada. En compañía del grupo Mil Dolores Pequeños y el colectivo Accidents Polipoètics hizo en 1995 un desafiante himno a la libertad individual, De la piel pa’ dentro mando yo, en cuatro versiones. En el estudio del Jaime Munárriz, Antonio descubrió maravillado las posibilidades de las modernas técnicas de grabación.

El disco, editado en Por Caridad Producciones, tuvo una existencia agitada. Se prensaron 600 copias y algunos ejemplares incluían en su interior una diminuta piedra de hachís. La broma hizo que la policía visitara tiendas como FNAC, revisando cada EP en busca del contrabando.

Para entonces, ya eran leyenda las charlas de madrugada de Escohotado en la discoteca Morocco. Los martes, salía al escenario de la sala y respondía a las preguntas del respetable. Resultaba espectacular contemplar cómo Antonio ejercía su tenis intelectual, a pesar de que frecuentemente estaba más ciego que cualquiera de sus oyentes. Entre los que podían encontrarse, según crónica de Joseba Elola en EL PAÍS, desde el cantautor Luis Eduardo Aute al actor Guillermo Montesinos.

La pregunta del millón: cómo tomaron estos seguidores su deslizamiento hacia el ultraliberalismo. Hay quien niega la mayor y asegura que siempre pensó lo mismo que luego desarrolló en Los enemigos del comercio. Otros hablan de su relación tortuosa con el dinero, producto de unas acrobacias vitales que frecuentemente le dejaban en números rojos. Cotilleos aparte, nadie discute su extraordinaria generosidad: abrió las puertas de su casa a amigos en penuria, desde el antiguo manager de éxito al escritor vanguardista. Al final, todos tienden a suspirar y a relativizar sus bandazos: “Cosas del Escota”.

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