“¡Basta de controlarnos!”: las marchas por el derecho al aborto toman 44 ciudades de Estados Unidos

Decenas de miles de personas se han citado este sábado en centenares de actos repartidos por 44 ciudades de Estados Unidos —desde Anchorage (Alaska) hasta Palm Beach (Florida) y desde Honolulu (Hawai), hasta Portland (Maine)―. Protestan contra la ilegalización del derecho al aborto, con la que amenazan 26 de los 50 estados de la unión. En esos lugares controlados por el Partido Republicano, viven 36 millones de mujeres en edad reproductiva, que están a punto de perder un derecho que han dado por descontado durante medio siglo.

En Nueva York, la manifestación empezó al otro lado del río y se dirigió hacia Manhattan, al ritmo del sonido de los tambores, a través del puente de Brooklyn, mientras que en Los Ángeles, debido a la diferencia horaria, las reuniones empezaron tan pronto como a las ocho de la mañana, en lugares como el Ayuntamiento de Pasadena. Aunque la marcha más simbólica ha sido, por razones obvias, la de Washington, donde los organizadores calculan que han asistido “entre 20.000 y 30.000 personas” de todas las edades. Allí está el Tribunal Supremo, cuyos nueve jueces andan cocinando estos días una sentencia que a todas luces tumbará el precedente establecido en 1973 por un fallo de ese mismo tribunal para el caso Roe contra Wade, que convirtió en constitucional el derecho a decidir de las mujeres hasta la semana número 23.

La cita era en la gran explanada monumental del Mall. Poco antes del comienzo de los discursos, a eso del mediodía de una jornada que amaneció gris y amenazaba tormenta, la muchedumbre iba organizándose a los pies del obelisco en memoria a Washington, frente a la Casa Blanca, y en torno a una enorme pancarta rosa sostenida por decenas de voluntarios, hombres y mujeres, con la siguiente inscripción: “Nuestros cuerpos. Nuestros futuros, Nuestros abortos”. Después, pasadas las 14.00, han marchado hasta el edificio del Supremo.

La convocatoria de las manifestaciones, compartida por siete organizaciones dedicadas a la defensa de los derechos civiles, se hizo bajo el lema “Bans Off Our Bodies”, que puede traducirse literalmente como “Fuera las prohibiciones de nuestros cuerpos”, pero que la rama latina de la socia más potente del grupo, Planned Parenthood, federación de clínicas de salud reproductiva con sucursales en 40 Estados, convirtió en un eslogan en español: “¡Basta de controlarnos!”. En la marcha en Washington, las pancartas exhibían también otros mensajes, que iban desde los clásicos (”Mi cuerpo, mi elección” o “El aborto es asistencia médica”) hasta los más imaginativos, que incluían invitaciones a “abortar al Supremo” y una cita de la primera dama Eleanor Roosevelt: “Las mujeres que se comportan correctamente no hacen historia”.

Llegada desde Pittsburgh, Pensilvania, Leann había volcado toda su “rabia y desconsuelo” en un cartel dibujado a mano, que decía: “Grita para que dentro de unos años ninguna de nuestras hermanas tenga que preguntarte en qué momento de la historia perdimos la voz”. Leann ha explicado que lo que la ha movido a viajar a la capital es su negativa “a convertirse en una ciudadana de segunda, sin plenos derechos. O somos libres todos, o nos regulamos todos”, ha añadido. Maya, de 22 años, ha aclarado después que ella se considera una privilegiada: vive en Washington, uno de esos lugares progresistas en los que sus derechos no están en cuestión. “Siento miedo por las mujeres de Texas u Oklahoma. Creo que no se dan cuenta de que el aborto seguirá existiendo, sea legal o no”. A la pregunta de si aún no ha perdido la esperanza, la joven responde que confía en la promulgación de una ley que proteja el aborto, para que deje de depender de los vaivenes jurídicos. Esta semana, un intento de los demócratas en el Senado no ha logrado siquiera el apoyo de todos los suyos. Cincuenta republicanos y el díscolo Joe Manchin, demócrata de Virginia Occidental, votaron el miércoles en contra.

Un poco más allá estaba Joana, de 26 años, recién llegada de Texas, Estado en el que desde septiembre está en vigor la llamada Ley del Latido, que baja el límite para practicar un aborto de las 23 semanas actuales a seis, que es cuando empiezan a sentirse las constantes vitales del feto. Eso equivale en la práctica a prohibirlo. Joana ha explicado que en 2017 ella se sometió a una intervención “que hoy sería imposible”. “Ya entonces te ponían muchas trabas, como la obligatoriedad de las ecografías, o el tiempo que tiene que pasar entre la consulta y la operación. Entre una cosa y otra, así yo perdí dos semanas”, ha explicado.

El movimiento está especialmente movilizado desde que el 2 de mayo se filtró un borrador de la sentencia en ciernes, redactado por el juez conservador Samuel Alito y apoyado por una mayoría de cinco de los nueve magistrados del alto tribunal. En el mismo momento de la noche en que se conoció la filtración a la web Politico, un escape realmente excepcional en la historia moderna de la institución, decenas de personas, a favor y en contra del aborto, se concentraron ante la mole neoclásica del Supremo hasta bien entrada la madrugada.

El texto que se ha conocido es un primer (y, de momento, único) borrador, y está escrito en febrero. Aún es posible que cambie antes del pronunciamiento final, previsto para finales de junio o principios de julio. También cabe la opción de que algunos de los jueces aparentemente convencidos de tumbar Roe cambien de idea por influencia de John Roberts, presidente del tribunal, un conservador moderado que anunció una investigación sobre la filtración al día siguiente de producirse. “Hoy es un día importante”, ha explicado en la marcha de Washington Gabriela Benazaracosta, de Planned Parenthood. “Tiene que quedar claro que ese borrador es inaceptable y que augura un retroceso muy importante. Las prohibiciones solo detendrán el aborto legal y seguro para las personas más desfavorecidas. De nuevo, crecerá la desigualdad en el acceso a la salud que domina este país”.

Rachel O’Leary Carmona, directora de otra de las organizaciones que convocaban la protesta, Women’s March, responsable de las manifestaciones de mujeres que plantaron cara a Donald Trump al principio de su presidencia, ha advertido, por su parte, que se avecina un “Verano de Rabia”. Women’s March calcula que este sábado han tomado las calles unas 120.000 personas en todo Estados Unidos.

Estas concentraciones llegan después de las que se han dado cada día desde la filtración. En ellas, han participado personalidades como la senadora demócrata Elizabeth Warren, que, visiblemente airada, improvisó un mitin en el que se dijo “cabreada porque un Tribunal Supremo extremista cree que puede imponer sus puntos de vista extremistas a todas las mujeres de este país, y está equivocado”. Tanta agitación prueba que seguramente no hay una decisión judicial que enfrente más a los estadounidenses como la del caso Roe contra Wade. Esta semana, la policía del Capitolio ha colocado unas vallas negras de tres metros de altura para asegurar el perímetro.

Las protestas no se han producido solo ante el Supremo. Desde el fin de semana pasado, grupos de defensores del derecho a elegir han estado concentrándose ante las casas de los jueces Brett Kavannaugh, en el acomodado vecindario de Chevy Chase, en Washington, de Roberts, que vive en Bethesda, en la vecina Maryland, y de Alito, en Arlington (Virginia). La senadora republicana Susan Collins ha denunciado, por su parte, a la policía, una pintada con tiza frente a su casa en Maine. Collins es una de las dos senadoras de su partido (la otra es Lisa Murkowski, de Alaska) que se oponen a que el Supremo tumbe Roe.

Ante la creciente polémica por las protestas, que a menudo han tomado la forma de vigilias, la escritora Lauren Rankin publicó el pasado miércoles un artículo titulado: “Después de 30 años de convertir las clínicas de aborto en zonas de guerra, ¿ahora pedís civismo?”. Rankin está a punto de publicar el libro Bodies on the Line: At the Front Lines of the Fight to Protect Abortion in America, en el que, partiendo de su experiencia de seis años como acompañante voluntaria de una clínica de aborto en Nueva Jersey, disecciona décadas de acoso del movimiento antiabortista a los centros reproductivos, a sus usuarias y a sus trabajadores.

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