Biden y Xi exploran vías para desescalar tensiones y evitar un “conflicto”

La reunión por videoconferencia entre los dos hombres más poderosos del mundo comenzó este martes en Pekín, lunes aún en Washington, con un intercambio de palabras conciliadoras y declaración de buenas intenciones. Frente a la chimenea de la sala Roosevelt en la Casa Blanca Joe Biden, en una cavernosa sala del Gran Palacio del Pueblo Xi Jinping, y ambos flanqueados por las banderas de los dos países, se saludaron de manera aparentemente relajada para pedir el presidente chino “comunicación y cooperación” en las relaciones bilaterales y el estadounidense, unas “barreras protectoras de sentido común” que permitan la competición “simple y directa” entre sus dos naciones y eviten “un conflicto, intencionado o no”.
Ambos abordan en su reunión de varias horas -la primera mitad concluyó tras dos horas de conversación, según medios oficiales chinos- cuestiones como Taiwán, la isla autogobernada que China considera parte de su territorio y que se ha convertido en el asunto más espinoso en la relación entre las dos grandes potencias. El cambio climático, tras el acuerdo bilateral firmado la semana pasada en Glasgow. La seguridad regional en Asia Pacífico, tras la constitución de la alianza Aukus entre EE UU, Australia y el Reino Unido. Los derechos humanos. Y otras áreas de disputa, desde la tecnología al comercio.
En los días previos al encuentro, funcionarios estadounidenses ya habían dejado claro que no se esperan grandes acuerdos concretos de este encuentro, que ninguna de las dos partes quiere denominar “cumbre”. Más bien, se trata de rebajar las tensiones entre ambos colosos y evitar la posibilidad de un conflicto militar.
La relación entre ambos países pasa por su peor momento desde que ambos restablecieron la diplomacia formal, en 1979. Cuando dos elefantes se pelean, sufre, esencialmente, la hierba que hay debajo. Y un pulso entre dos colosos como Estados Unidos y China, las dos mayores potencias económicas del mundo, repercute en todo el globo. Biden, que fue el primero en tomar la palabra, emplazó a Xi a asegurar que la competencia entre ambos países no derive en “un conflicto abierto” y le propuso establecer “barreras de sentido común”. El problema estriba en lo que cada Gobierno entiende por sentido común.
El presidente estadounidense ha destacado en varias ocasiones que los derechos humanos figuran en el centro de su agenda exterior, advierte de que defenderá la autonomía de Taiwán y ha condenado los abusos de Pekín hacia los abusos a los uigures y otras minorías en la región de Xinjiang. Pero Xi llega a la cita embebido de poder, recién consagrado por su Partido Comunista como una figura histórica, algo que le allana el camino para un tercer mandato y, de facto, un control sine die del país. Nada de la deriva autoritaria del país parece haber mermado su futuro.
“Debemos ser claros y sinceros en los que estamos en desacuerdo y trabajar juntos en aquellos en los que nuestros intereses coinciden, sobre todo en asuntos globales y vitales como el cambio climático”, señaló Biden al inicio de la cita. Y ese parece el único terreno en el que las dos potencias son capaces del acuerdo, como se demostró la semana pasada en la conferencia de Glasgow, una suerte de tregua en medio de una escalada de tensión de múltiples frentes: económico, con una guerra arancelaria vigente; militar, al hilo, entre otros, del refuerzo en armamento nuclear por parte de Pekín; tecnológico, por las acusaciones de robo y espionaje.
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En su saludo inicial, Xi se refirió a Biden como un “viejo amigo”. Son, sin duda, viejos conocidos, que se han tratado a fondo en el pasado, cuando el estadounidense era vicepresidente de la Administración de Obama. Pero que no son amigos es algo que el norteamericano ha querido dejar claro dentro de su país, donde la oposición republicana se le echaría al cuello si muestra más flexibilidad que el republicano Donald Trump hacia el gigante asiático. Tanto conservadores como progresistas coinciden en Estados Unidos en la necesidad de mano dura contra el régimen en el terreno de la competencia económica desleal o los abusos de derechos humanos. Biden ha llamado a Xi “matón”, ha dicho que no tiene “un solo hueso democrático” en el cuerpo.
Este lunes, sin embargo, era la hora de la realpolitik, de la contención de daños. En su discurso al inicio de la reunión, Xi emplazó a Biden a “mejorar la comunicación” y “coexistir de forma pacífica”, a trabajar juntos en “avanzar en la causa de la paz mundial y el desarrollo”. “Una relación sólida y estable entre China y Estados Unidos es necesaria para avanzar el desarrollo respectivo de los dos países y para salvaguardar un entorno internacional pacífico y estable”, añadió el presidente chino, al que acompañan en la reunión sus asesores de mayor confianza. Entre ellos, el ministro de Exteriores Wang Yi y el viceprimer ministro Liu He, el hombre de referencia de Xi para cuestiones económicas.
Las expectativas del encuentro eran bajas. Más que construir una vía de colaboración, los líderes buscan la manera de no agravar hostilidades. Pekín pretende renovar sus fuerzas armadas en 2035 y convertirlas en un ejército que pueda rivalizar, e incluso vencer, a EE UU en 2049. A Washington le preocupa sobremanera el incremento del arsenal nuclear chino, así como la creciente presencia militar china en Taiwán. Y a Pekín, lo que percibe como la determinación de su rival por impedir su auge.
La vídeoconferencia es la tercera conversación directa entre los dos líderes desde la llegada de Biden a la Casa Blanca en enero. En la primera, en febrero, el estadounidense criticó la represión sobre Hong Kong y los abusos a los uigures y otras minorías en la región de Xinjiang.
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