Buena caza y largas lunas

Me gusta mucho la gente joven. Me gustan sus caras, su vigor, su creencia de que lo saben todo excepto quién quieren ser. Me divierte el desprecio que sufren a veces por parte de los adultos que ven en ellos un reflejo vivo de lo que pudieron haber sido, de lo que no fueron, ni son, ni llegarán a ser porque siempre parece demasiado tarde para intentar volver atrás y recuperar el espíritu de la juventud. Me gusta mucho la gente joven porque, algunos de ellos, dedicarán sus vacaciones a cuidar, de forma voluntaria, a los niños de los demás.

(Con esto quiero recalcar que voy a dejar a un lado a los abuelos y abuelas que cuidan de sus nietos durante todo el año. No se me enfaden. Sigo)

Quiero hablar de los monitores de algunos campamentos de verano que pasarán, de forma voluntaria, una o dos semanas entreteniendo y educando a niños de todas las edades y, todo ello, sin cobrar ni un euro.

Programarán las actividades y los objetivos socioeducativos, pedirán los permisos, harán la compra, cargarán el camión con las estructuras y las tiendas de campaña, montarán el campamento, recogerán a los chavales, se irán de ruta durante varios días mientras los más pequeños -y no tan pequeños- llorarán y caminarán porque nadie les enseñó antes lo que era lograr un objetivo a largo plazo. Lidiarán con dolores de barriga y terrores nocturnos. Ayudarán en una residencia de ancianos o en una asociación. Quitarán garrapatas con vaselina, escucharán intimidades, limpiarán letrinas, harán fuego, se enrollarán con otro monitor, jugarán a beso-placaje, le cantarán a la luna, apagarán el fuego. Bailarán el King-Kong. Se harán adultos siendo aun niños al regañar diciendo eso de “me habéis decepcionado”. Dormirán poco y pasarán las noches hablando bajo una lámpara de gas. Le quitarán el tapón al río. Desmontarán el campamento, dejarán a los chavales con sus padres, se acabarán sus vacaciones. Y, todo ello, sin cobrar un euro.

Estos jóvenes, que tienen dificultades para pagar un piso, para encontrar trabajo, para mudarse a otra Comunidad Autónoma para estudiar, que son los que más sufren crisis de salud mental y los que más tienen que lidiar con la manosfera y el auge de la violencia LGTBIfóbica en el aula, son, además, los que aguantan cuando les llamamos “la generación de cristal”, cuando les decimos que “viven pegados al móvil” y los que irán este verano como voluntarios a los campamentos.

Les envidiamos y somos soberbios ante su soberbia porque nadie puede ser más soberbio que un adulto que cree que el mundo es suyo. Qué suerte tenerlos, qué suerte verles la cara, su vigor, su no saber qué van a ser. Qué suerte que quieran cuidar de nuestros hijos.

Buena caza y largas lunas para todos ellos.

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