Contra el frío de París, el fuego de Alcaraz

Dicen el calendario y lo floración que es 29 de mayo, que es primavera y que los más afortunados ya están imaginándose en la playa o la montaña, bajo el sol, la sombrilla o el árbol, sea donde sea pero felizmente en manga corta, o al menos sin que le castañeteen los dientes ni se arriesgue (voluntariamente) al constipado. En París, en cambio, bien podría ser octubre. Recorre la central una brisa fría y la sensación térmica es puramente otoñal. En la Chatrier, todo el mundo se protege como puede. Lo mismo vale el souvenir que hace de chaquetón, que la capucha que una toalla a modo de manta. No sobra nada. Afortunadamente, ahí abajo está Carlos Alcaraz (6-1, 6-4 y 6-4 a Karen Khachanov, en 2h 14m) para que parezca que hace menos frío y ejercer de calefactor.
Como siempre, la derecha del murciano desprende fuego y su aceleración, esa facilidad pasmosa que tiene para reducir el intervalo transcurrido entre que arma el brazo y el cordaje impacta brutalmente contra la pelota, deja boquiabiertos a los 14.000 asistentes que resisten estoicamente a la aspereza meteorológica. Por ver al chico, 19 años, un vendaval en sí mismo, bien merece la pena el tembleque corporal y algún que otro escalofrío, los que provoca él en el personal cada vez que enfoca, piensa, apunta, carga el brazo derecho y dispara la bola con una violencia tan sugerente como necesaria. Si desea ganar este torneo, como dice y repite cada vez que se le plantea, esas descargas son la vía.
Ante Khachanov resuelve con autoridad. El ruso, que a sus 26 años e instalado en el 25º peldaño del ranking se que ha quedado en una especie de tierra de nadie –por debajo de lo que prometía, ni hacia adelante ni hacia atrás–, ha encajado un parcial en un santiamén y aguanta las embestidas y los zurriagazos del chaval como puede, a duras penas, poniendo la raqueta y cuando tiene alguna opción demostrando que también tiene pólvora en esa derecha. No son demasiadas las opciones, pero al menos no se entrega y se revuelve, porque al menos quiere irse de París diciendo que le ha rebatido a la gran sensación.
“¡Caaaaaglos, Caaaaaglos, Caaaaaglos!”, le jalea la grada parisina a Alcaraz, con esa g francesa en la erre, arropando al jugador que día sí y día también fascina y encandila; con más brillo en unas ocasiones y con menos en otras, pero indistintamente, dejando siempre brochazos al alcance de muy pocos. Por ejemplo, ese willy que le tira al gigantón moscovita y que hace que suba la temperatura, o ese derechazo brutal que viaja en paralelo a la línea del pasillo y de repente baja en picado hacia la arena, justo antes del límite del fondo. Han bastado unos pocos partidos para meterse a todo el mundo en el bolsillo. Y ya está en los cuartos, contra Alexander Zverev, verdugo del valenciano Bernabé Zapata (7-6(11), 7-5 y 6-3).
Llega a la zona crítica del torneo con la suficiencia del veterano. Salvada la situación límite de la segunda ronda –bola de partido en contra ante Albert Ramos–, el resto se traduce en una demostración de que su candidatura está más que fundamentada y de que, de momento, soporta la presión atmosférica que porta sobre los hombros. Vigilado con lupa y escrutado ronda a ronda, el español está respondiendo a las expectativas. Contra el frío de París, la derecha esplendorosa de Alcaraz.
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