Contra viento, marea y Musetti, el infranqueable y finalista Alcaraz
“Nunca gusta terminar así”, dice Carlos Alcaraz, pero inevitable el bucle. Esa forma de competir causa estragos. Lorenzo Musetti abandona otra vez la pista roto, como ya sucediera al comienzo de la gira en Montecarlo, cuando su motor dijo basta a raíz de la tensión que implica plantarle cara al número dos, al final soberano e imponente, de nuevo superior a la marejada que ha ido planteándole este último duelo: 4-6, 7-6(3), 6-0 y 2-0, tras 2h 25m. Contra viento y marea, el murciano, capataz, sencillamente por encima del resto en un terreno que permite rehacerse e invertir la dinámica. Saber encajar, saber procesar, saber levantarse. Y de eso va aprendiendo un rato el ganador, ya finalista de Roland Garros.
El domingo (15.00, Eurosport y DMAX) se enfrentará a Jannik Sinner (6-4, 7-5 y 7-6(3) ante Novak Djokovic), habiendo ofrecido otra demostración de fuerza. Ha estado contra las cuerdas, inmenso Musetti durante casi dos horas. Pero ha sabido escapar. Jugar contra él en la Chatrier, cada vez mayor castigo. Suena esta película. No hay cabida para la trampa ni escapatoria en la tierra batida, tan solo resistir y guerrear, vencen los más duros de mollera. Es tenis; en la misma proporción si no más, psique. “He intentado llevarle al límite, ser agresivo y no dejarle dominar”, contesta el ganador, en su cuarta gran final, segunda seguida aquí; “han sido tres semanas intensas, pero queda un paso. He hecho las cosas bien y habrá que dar el cien por cien”.
Tal vez fueran las circunstancias, el contexto, eso de que la presión se volviera en su contra por el hecho de tener que dar el do de pecho en casa, ante su gente, pero esta salida de Musetti nada tiene que ver con la de hace tres semanas en el Foro Itálico de Roma. Allá se quedó ese tenista tembloroso y arremete este otro muy distinto, entonado, propositivo y valiente, incisivo desde el primer pelotazo. Hoy, Musetti sí es Musseti. Otro jugador. Una delicia a ojos del expectante público francés, buen menú, un intercambio fabuloso para abrir boca —avanza uno y recula el otro, y viceversa— y una volea acolchada del italiano que descorcha las botellas de champán. ¡Chin-chin!
Efectivamente, el de hoy es un gran día de tenis. Dinamismo y más dinamismo en la apertura, con dos inventores que lanzan trucos y responden a las expectativas. Desde el punto de vista técnico, impecables los dos, tiros y maniobras de muchos quilates; desde la óptica estratégica, un interesante reto para el murciano, que divisa enfrente un rompecabezas porque Musetti no para de hacerle pensar. Pega duro el séptimo del mundo y camina firme, inspiradísimo con la derecha y el revés, en la ofensiva y el repliegue. Entran ambos al cuerpo a cuerpo sin remilgos y a la exquisitez del italiano replica Alcaraz con poder: esas dos derechas cruzadas quitan el hipo.

Sin embargo, va prevaleciendo poco a poco el otro drive. ¡Peligro! En la línea de los últimos tiempos, al menos hasta aquí, da la sensación de que el español va a lograr sobreponerse a todo lo que le pueda venir, independientemente de que se tuerza ante Dzumhur o de que le lanzara ese señor órdago Shelton. Pero tal vez no a este decidido embate de Musetti. Duda el personal en la Chatrier: ¿Y si…? El de Carrara se abalanza. Ahí hay seguridad. “Siento que puedo ser campeón aquí”, decía. Así que no iba de farol. Lo dicho: los temores se quedaron en Roma. Así que continúa proponiendo el italiano, de tú a tú, sin ceder un solo metro. Eso es personalidad. El único camino ante Alcaraz.
“¡Imposible!”, “Impossibile!”
Rasca el murciano para perforar por la zona del revés, pero ahí no hay debilidad alguna, sino todo lo contrario. El de enfrente escupe fuego por ambos costados. Se ha robotizado Musetti; bonito su tenis, sí, pero también venenoso. Detrás hay proyecto: ¡Que viene Italia! Magnífica la ola: él, Sinner, Arnaldi, Cobolli, Nardi, cuando no echa una mano Berrettini en la Davis. Estética y funcionalidad, lo ideal. Se saca de la manga tiros extraordinarios, cogiéndola desde abajo, cruzándola y enroscándola, sin bote la bola cuando besa la arena. Y así cierra el primer parcial. Resuena con fuerza el sopapo. En ese punto, Musetti profundiza y él, cáspita, pierde finura. Malísimo momento.
Alcaraz ya nada marea en contra. Pero, más allá de su mayor o menor acierto en la reacción, la pregunta también es: ¿Resistirá el físico de Musetti o irá apagándose y al final quebrándose, como ya sucediera a principios de abril en la final de Montecarlo? Aguanta esta vez el chasis, hasta el fallo sistémico. “Siento que he mejorado en todos los aspectos, incluido el físico, lo cual es primordial”. Lo es. Perderá el segundo set y habrá rendición. Imprime efecto el español en la volea y, por fin, logra la rotura. Bendita noticia, de no ser porque de inmediato encaja otra. Mucho estrés. En esta ocasión, no parece que vaya a haber regalo alguno. Y de repente, por si fuera poco, se asoma el espíritu de Roger Federer.

“¡Imposible! ¡De una línea a otra! ¡Así es imposible!”. Revés pluscuamperfecto sobre la línea de cal, desde el fondo, sedoso a la par que violento. Vuela la pelota como una rapaz elegante a lo largo de 25 metros y el murciano tuerce el gesto hacia su banquillo. Esto está poniéndose feo. Se costea primero un par de opciones, pero o se le va al pasillo o Musetti mete otro primero incontestable; logra después por fin el break, pero sigue sin dar con el buen camino; Musetti contraataca de nuevo, 6-6. Aunque, ahora sí, todavía a tiempo y después de todas las angustias, un oasis. Debe dar gracias a la corinilla de la red: rectifica el ace de partida en el desempate y luego, suspense, baila la pelota sobre ella. Es medio segundo eterno. Cae en buen lugar.
El techo está cerrado, pero, en un visto y no visto, a Musetti le llueve encima una tonelada de plomo. No se trata de físico, no en origen. Sino de cabeza. Tan cerca estaba. Tan lejos, en realidad. 1-0 en su contra, 2-0, 3-0, cuatro, cinco, seis… Y entonces sí, empieza a dolerle todo el cuerpo. El alma, sobre todo. Del “imposible” al “impossibile!”. Exige Alcaraz hoy día y sobre esta superficie de no bajar un ápice el pistón y de un gigantesco sobreesfuerzo anímico, e incluso de ese punto de fortuna que a él se le ha escapado entre los dedos; de lo contrario, no hay posibilidad. Mera inercia, la ley del más fuerte. Reventada esa mente, el español planea, golpea, fagocita. Aplasta. Hay bandera blanca, el adversario otra vez roto. De ahí a otra final.
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