Crónica | Una reforma laboral aprobada de rebote con dos traiciones y un voto por error

Quedaban pocas horas para la votación de la reforma laboral. Algunos diputados de la coalición ya estaban celebrando. Pero dos personas en el Gobierno aún no, porque tenían en la cabeza antecedentes que les afectaron personalmente. Félix Bolaños, que había pactado los dos votos de UPN —a cambio el PSOE se había comprometido a ayudar a este partido en un decisivo pleno en el Ayuntamiento de Pamplona, gobernado en minoría por los conservadores navarros— ya tuvo hace unos meses una experiencia dura: fue el negociador de la moción de Murcia, que se resolvió a favor del PP con cuatro tránsfugas de Ciudadanos. Y Rafael Simancas, su mano derecha en La Moncloa, y también detrás de las negociaciones que lideró Yolanda Díaz, la principal responsable de la reforma laboral, ya sufrió en 2003 el tamayazo, cuando dos tránsfugas del PSOE le impidieron ser presidente de Madrid a pesar de que la izquierda sumaba más escaños que la derecha.
Volvió a pasar. De forma sibilina, disimulando hasta el final, los dos diputados de UPN traicionaron a su propio partido y al PSOE, y estuvieron a punto de tumbar la reforma laboral impulsada por Yolanda Díaz que en su primer mes de aplicación ha logrado 238.000 fijos nuevos, el 92% más que el mes anterior.
Mientras el PP y Vox celebraban a gritos, la cara de los diputados del PSOE y Unidas Podemos cuando Meritxell Batet dijo “queda derogada” era elocuente. Pero también lo era la de los escaños de ERC o del PNV, aliados habituales del Gobierno, que habían votado no. Lo hicieron convencidos de que la reforma salía. En el último momento hubo un intento con el PNV, para evitar sorpresas, pero era demasiado arriesgado: cualquier compromiso con los vascos podía expulsar a Ciudadanos y a UPN. Ganar 6 votos para perder 11. Imposible.
Así que todo dependía de UPN. Algunos diputados progresistas también estaban inquietos. Vieron a los dos parlamentarios navarros rodeados todo el día de compañeros del PP y de Vox, e incluso algunos miembros de la dirección. Era evidente que les estaban intentando convencer. En las redes la presión de sectores conservadores hacia ellos era muy fuerte. Otra historia repetida. La misma que sufrió en 2020 Tomás Guitarte, de Teruel Existe, para que tumbara la investidura de Pedro Sánchez. Pasó los últimos días escondido y las últimas horas con escolta policial.
“¿Por qué los tránsfugas nos tocan siempre a nosotros?”, se quejaban los socialistas. Pero con lo que nadie contaba es que un error del PP salvaría la reforma laboral de un nuevo golpe de transfuguismo. Ahí se giró por completo y la izquierda del hemiciclo estalló en un eufórico “sí se puede” mientras los diputados de Ciudadanos, tan desconcertados como todos, se abrazaban porque al menos sus votos habían servido para algo. De nuevo la coalición salvó la reforma laboral de la manera más extraña, como antes una inesperada abstención de Vox salvó el decreto de los fondos europeos de una derrota cantada.
Todo es posible en la enloquecida política española. Incluso había un último giro del destino que no salió por poco. Si el diputado del PP que se equivocó llega a conseguir entrar y votar, habría logrado anular su voto —porque ya lo había expresado de forma telemática— y así habría logrado un empate que tumbaría la reforma. Normalmente eso es imposible porque las puertas se cierran cuando empieza la votación. Pero con el covid, por la ventilación, las puertas no se cierran ni siquiera con la votación empezada. Así que habría podido colarse. Pero no lo hizo. Algunos miembros de la mesa se sorprendían de la insistencia del PP por rectificar ese voto. En teoría, la reforma salía 176 a 173, un escaño no cambiaba las cosas. Ahora sospechan que el PP ya sabía que los dos diputados de UPN iban a girar, y por eso insistía tanto. Los populares lo niegan.
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Sánchez, que es presidente por dos votos —que en realidad es uno, porque si cualquier diputado pasaba del sí al no ya no salía— y desde entonces no ha perdido una sola votación importante, demuestra una vez más su baraka. Y la reforma sigue en vigor. Pero el papelón de una sesión que acabó al grito de “¡Tongo, tongo!” ya no lo puede arreglar nadie.
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