El comité del ataque al Capitolio culpa a Trump de instigar un plan “abiertamente homicida” para el 6 de enero

La competencia es, sin duda, durísima, pero la reunión de la noche del 18 de diciembre de 2020 en el Despacho Oval se lleva el premio a “la más desquiciada de la presidencia de Donald Trump”. A tan tajante conclusión fue posible llegar tras escuchar las conclusiones presentadas en Washington este martes, durante la séptima sesión de la comisión del Congreso que investiga el ataque al Capitolio. Aquella reunió fue convocada de urgencia, y a ella acudieron personas del círculo cercano del aún presidente, como una de las abogadas de su campaña, Sidney Powell, el exalcalde de Nueva York, Rudy Giuliani, o el general Michael Flynn, que entonces era consejero de Seguridad Nacional. Se sumaron sobre la marcha varios de sus consejeros de dentro de la Casa Blanca, entre ellos, Pat Cipollone, cuyo testimonio, tomado a puerta cerrada el pasado viernes, ha aportado nuevos datos a la investigación.
Hubo gritos, insultos, y el grupo se fue moviendo por el complejo de La Casa Blanca, de un ala, la oeste, a la otra, al calor de una discusión que enfrentaba a dos bandos: los que defendían que la elección del noviembre anterior había sido robada por los demócratas, con la ayuda de países como Irán, China o Venezuela, y aquellos funcionarios, Cipollone entre otros, que trataban de convencer a Trump del “disparate” de esas teorías. Tres días antes, hasta el líder de los republicanos en el Senado, Mitch McConnell, había aceptado la derrota. Poco importó a Trump eso… y todo lo demás. Al término de la reunión en la Casa Blanca, uno de sus incontrolables tuits hizo el resto, al instigar, según el comité, un plan “abiertamente homicida” para el 6 de enero entre sus más radicales seguidores.
Durante la adiencia de este martes, que ha servido a la comisión para establecer los vínculos del expresidente y su círculo con grupos como los Oath Keepers (Guardianes del juramento) o los Proud Boys (Muchachos orgullosos), se ha proyectado un testimonio grabado detrás de otro de gente cercana al magnate, incluida su hija Ivanka o miembros del equipo legal de Giuliani, que le dijeron repetidamente que no creían en esas teorías infundadas del robo electoral. Miembros de ambas organizaciones extremistas se enfrentan a severas penas por su participación en el asalto a la sede de la democracia estadounidense, como parte de la indagación paralela que está llevando a cabo el Departamento de Justicia sobre los hechos del 6 de enero.
En aquella reunión del 18 de diciembre, vívidamente recreada en un montaje de siete minutos de entrevistas grabadas, a punto estuvo el aún presidente de dictar un decreto que habría dado poder a una consejera especial, a la sazón, Sidney Powell, de incautar máquinas de votación para volver a realizar el recuento de las papeletas. Se impuso el sentido común y finalmente no se tomó una decisión que habría carecido precedentes. “No es así como hacemos las cosas en Estados Unidos”, le dijo al comité durante una confesión de ocho horas Cipollone, que ya ha ingresado junto a la joven Cassidy Hutchinson, que declaró hace un par de semanas, en la lista de “testigos explosivos” de este complejo proceso. Cipollone era, por parafrasear la célebre canción del musical Hamilton, sobre uno de los padres fundadores, el hombre que “siempre estuvo en la habitación” en esas caóticas semanas del final de la presidencia de Trump, de ahí la importancia de que finalmente se haya avenido a colaborar.
Una vez terminó la reunión, pasada la medianoche, Trump, molesto con la oposición de sus colaboradores más cabales (”ves lo que tengo que tolerar; con esta gente tengo que lidiar cada día”, se lamentó ante Powell, que le respondió que si por ella fuera “los despediría y escoltaría a la salida”) hizo lo que mejor sabía: tuitear de madrugada. Envió un mensaje “que cambió el curso de la historia en nuestro país”, según lo ha definido el demócrata de Maryland, Jamie Raskin, uno de los miembros más connotados del comité. Escrito con el inconfundible y nervioso estilo literario trumpiano, concluía con estas palabras: “Gran protesta en [Washington] DC el 6 de enero. Estad allí. Será salvaje”. Y el resto, en efecto, forma parte de la historia más tenebrosa de Estados Unidos. Ese día de enero, el magnate dio un mitin en la capital, arengó a la turba pese a que, según desveló Hutchinson en su sesión, sabía que iba armada. Los animó a que fueran al Capitolio, que tomaron por la fuerza en un acto de extrema violencia, y quiso acompañarlos pese a que los miembros del servicio secreto a cargo de su seguridad ese día se lo desconsejaron.
La comisión ha compartido con los presentes en el solemne salón Cannon una retahíla de terroríficos videos sacados de los más oscuros rincones de Internet, en los que los extremistas que recogieron el guante de Trump hablaban abiertamente de matar demócratas y acudir armados y con chalecos antibalas a la capital. “Se convirtió en una invitación abiertamente homicida. Hablaron de celebrar una ‘boda roja’, que en la cultura popular sirve para hablar en clave de una masacre”, explicó Raskin, que ha sido uno de los miembros más activos de la comisión, en parte, por motivos trágicamente personales. Su hijo Tommy se suicidó en la mañana de la Nochevieja de 2020. Pocos días después tuvo que hacer un esfuerzo para acudir el 6 de enero al proceso de certificación del nuevo presidente en el Capitolio junto a su esposa y una de sus otras dos hijas. Los tres, con el trauma aún fresco, vivieron en primera persona unas horas en las que pareció que la masa iba a acabar con sus vidas. “Perdí un hijo y a punto estuve de perder una democracia”, explicó en febrero en una entrevista con EL PAÍS. La otra protagonista ha sido la representante de Florida Stephanie Murphy, que se cuenta entre los nueve congresistas (siete demócratas y dos republicanos) que llevan más de un año recogiendo evidencias y entrevistando a personas cercanas a Trump en aquellos días.
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En su parlamento inicial, una de los dos republicanos de la comisión, Liz Cheney, explicó que estos habían notado un “cambio de actitud” entre los testigos. “Han pasado de tratar de negar y retrasar nuestro trabajo a adoptar el argumento de que el presidente fue manipulado por personas ajenas a su Administración, que lo persuadieron de ignorar a sus asesores más cercanos hasta el punto de hacerle incapaz de distinguir el bien del mal”, dijo Cheney, que añadió que esa estrategia persigue exculpar a Trump y colgarle el mochuelo “a personas como John Eastman, Sidney Powell o el congresista Scott Perry”, el “grupo de los locos”.
“Esto, por supuesto, carece de sentido”, añadió la representante por Wyoming, una republicana que se la está jugando a un todo o nada al convertirse en la cara del antitrumpismo amigo. “Es un hombre de 76 años, no es un niño impresionable. Es responsable de sus propias acciones y de sus propias elecciones. Como ha demostrado nuestra investigación, tuvo acceso a más detalles e información y sabía con más certeza que la elección en realidad no fue robada que casi cualquier otro estadounidense. Se lo dijeron una y otra vez. Ningún hombre racional o cuerdo en su posición podría ignorar esa información y llegar a la conclusión opuesta”.
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