El Mediterráneo arde a 30° en una potente ola de calor marina que ya ha batido récords

Las olas de calor no solo son terrestres, también las sufren los mares y los océanos. Los meteorólogos afirman que en el Mediterráneo se está produciendo una muy dura, “con temperaturas de entre 28° y 30°, hasta 5° por encima de los valores normales”, explica Rubén del Campo, portavoz de la Agencia Estatal de Meteorología (Aemet). Este calor intenso multiplica en la costa las noches tropicales y ecuatoriales —en las que no baja de 20° y de 30°—, pone en peligro los hábitats marinos y agita el miedo a lluvias torrenciales en el Levante. Pero los expertos explican que, aunque un mar demasiado cálido es una “bomba”, lo determinante son factores atmosféricos como una dana —un embolsamiento de aire en capas altas conocido popularmente como gota fría— o una vaguada —un área de bajas presiones en las capas altas con forma de lengua y aire frío en su seno—. Es decir, está el combustible, pero falta la mecha.

No es fácil determinar qué es una ola de calor marina. “No hay un criterio como en las atmosféricas, en las que se tienen que sobrepasar umbrales de intensidad, duración y extensión. Se definen como episodios de altas temperaturas que pueden durar días, semanas o meses”, contextualiza Del Campo. Marc Santandreu, meteorólogo de TVE, matiza que “las temperaturas tienen que superar el percentil 90 varios días”.

“El mar ha ido caléntandose poco a poco como una olla porque hubo un episodio de calor muy fuerte en mayo, una ola potente y prematura en junio y ahora, la más intensa. Aunque el mar tenga inercia térmica, al final se contamina de todo este calor, especialmente cuando no hay vientos fuertes y la situación es de estabilidad, como lleva pasando todo el verano”, explica Santandreu. “Al ser un mar, es muy sensible a las condiciones atmosféricas, por lo que la sucesión de episodios de calor persistentes le impactan”, añade el investigador en dinámica atmosférica Juan Jesús González Alemán.

Samuel Biener, climatólogo de Meteored y de la Universidad de Alicante, calcula que comenzó a finales de mayo o principios de junio, cuando la temperatura del agua era ya de 25°, al tiempo que alerta de que la frecuencia de este fenómeno está aumentando. Según Santandreu, se debe “al calentamiento global, ya que temperaturas globales mayores provocan temperaturas más altas en el mar”. Y, al igual que ocurre con las terrestres, las marinas son ahora más potentes en un Mediterráneo ya de por sí recalentado, indica González Alemán. “Es un punto caliente del calentamiento global, una avanzadilla donde sus efectos se ven de forma más clara que en los océanos”, lamenta este investigador.

Aunque la ola “se arrastra desde mayo”, González Alemán matiza que ha ido variando en intensidad y en zonas más afectadas. Ahora mismo, señala Del Campo, lo peor se concentra en la “cuenca occidental, de Italia a la península Ibérica”, donde se sufren las mayores anomalías, de entre 3° y 5°, sobre todo de Cerdeña a las Baleares, de 4° a 5°, según datos satelitales. En Barcelona es de 3°. “El antecedente más cercano de similar rango” fue 2017, aunque puede estar también a la altura de 2003, hasta ahora el verano más cálido. Biener precisa que, de momento, tiene una intensidad algo inferior, ya que en la de 2003 se midieron 31° en Baleares.

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Las boyas de Puertos del Estado confirman los valores de los satélites. Marta de Alfonso, jefa de Datos Climáticos del organismo, precisa que la de Cabo de Gata (Almería) “batió el récord absoluto el lunes, con 27,9°”. Otras dos boyas han registrado su máxima de junio, la de Dragonera (Baleares), con 29,4° el día 18 ―su absoluta es de 2018, 31,2°― y la de Valencia, con 26,9° el 20 ―su absoluta es 28,6° en 2015―. Además, una boya costera, la de Tarragona, marcó máximos mensuales en mayo (24,1°) y junio (27,8°). Su cota más alta es de 2013, con 30,5°. De Alfonso advierte de que “todavía queda mucho verano y es previsible que haya valores más altos”. Lo peor, efectivamente, está por venir. “El máximo se produce a mediados de agosto, por lo que, si la dinámica sigue como parece, se pueden producir registros históricos”, advierte Santandreu.

Temperatura de las boyas en la web de Puertos del Estado.
Temperatura de las boyas en la web de Puertos del Estado.

El pánico a que esta sopa hirviendo produzca lluvias torrenciales este otoño en las comunidades mediterráneas se ha disparado, sobre todo tras un tuit del meteorólogo Mario Picazo en el que estableció una relación directa. Sin embargo, Del Campo subraya que “no tiene por qué ocurrir”, ya que “por muy caliente que esté el mar, si no se dan las condiciones atmosféricas adecuadas como danas o vaguadas, no caerá una gota”. Un mar más cálido se traduce en “una mayor disponibilidad de humedad” y en una “potente fuente de energía acumulada”, es decir, en “una bomba de relojería”, pero si no hay detonador, “no ocurrirá nada”.

Así, un Mediterráneo anormalmente cálido es “un ingrediente necesario, pero no determinante”, redunda José Ángel Núñez Mora, jefe de Climatología de Aemet Comunidad Valenciana, que recuerda que “alcanzó temperaturas cercanas a los 30° en agosto de 2017 y ese otoño fue extremadamente seco” en la región, un patrón “se repite con frecuencia”. De hecho, “el periodo clásico de lluvias torrenciales no se produce cuando más cálido está el mar, sino en septiembre u octubre, cuando cae. Se debe a que las vaguadas y danas se producen a partir de septiembre”. Pero “a veces se presentan a finales de verano”, recuerda Del Campo, como en las inundaciones de Toledo del 31 de agosto pasado.

Para Biener, se requiere una peculiar “Santísima Trinidad”: embolsamientos de aire frío en altura ―pero no solo, porque “el Mediterráneo se está tropicalizando y se producen a finales de verano lluvias cálidas típicas de los mares tropicales”―; entradas de viento muy húmedo procedente del mar ―como ocurrió en las inundaciones de Alemania del año pasado―; y calor en el mar, que es el aspecto menos determinante”. “Ahora mismo, solo se da uno de los actores”, apunta para alivio de los levantinos, aunque alerta de que la temporada de gotas frías “se está extendiendo a primavera e invierno por el plus de calor del mar”.

Santandreu también asegura que “el aumento potencial de la energía almacenada y remanente en el mar no es sinónimo de lluvias torrenciales, salvo que se geste una configuración atmosférica favorable. La última palabra la tiene la atmósfera”. “Es un polvorín, es gasolina, pero sin la chispa, el combustible irá desapareciendo”, espera. “Un mar extraordinariamente cálido no tiene por qué derivar en un otoño torrencial, pero sí añade más papeletas a la lotería, para que, de darse la situación atmosférica, estas sean más explosivas e intensas”, alerta González Alemán. El problema es que las danas son imposibles de pronosticar a largo plazo. “No sabemos si este otoño va a ser una estación con danas de alto impacto. Solo podemos ver que una se acerca a España a 7/10 días vista y su trayectoria, a 3/4″.

González Alemán también advierte de que un mar tan cálido “añade potencial a que se puedan desarrollar ciclones tropicales en el Mediterráneo”, los medicanes. “Cada vez es más probable que un auténtico huracán se geste en el Mediterráneo, el de 2020 en Grecia se asemejó bastante. No serán de categoría 5, pero sí de 1/2, que pueden tener un impacto muy notable en costas poco preparadas y altamente pobladas”.

Lo que sí ocurre ya es el incremento de las noches tropicales y tórridas en Almería, Comunidad Valenciana, Murcia y Cataluña. “Los mares y los océanos son termostatos naturales que producen inviernos y veranos más suaves”, indica Del Campo pero, con este consomé mediterráneo, “las zonas costeras se enfrían menos por la noche”. “Esta es consecuencia más cortoplacista y visible, el cese total de la refrigeración nocturna”, agrega Santandreu. La mínima del martes fue la más cálida hasta ahora en el observatorio de Valencia (Viveros), 27°. En 2022, Valencia lleva ya 52 noches tropicales, cifra Núñez.

Otra derivada no menos importante es el impacto en la flora y fauna marinas. “El Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) ya alertó en 2019 de que las olas de calor marinas son muy perjudiciales para los ecosistemas de coral y para la fauna piscícola”, apunta el portavoz de Aemet, para añadir que en la de 2003 “produjo daños significativos en la fauna de microindividuos”, claves en la cadena alimentaria y cuya disminución puede mermar los recursos pesqueros. Además, indica Santandreu, a largo plazo puede provocar migraciones, “las especies más termosensibles querrán escapar del calor y las tropicales, llegar”. “Algunas especies inmóviles, como los corales, se están perdiendo ya y una prueba de su resiliencia es que generan pigmentos fluorescentes para dar el último aliento antes de morir”.

Las especies autóctonas “se verán desplazadas por especies invasoras que se cuelan por el canal de Suez desde el mar Rojo, cuya temperatura se está equiparando a la mediterránea”, añade Biener, que explica que “se está alterando el metabolismo de los peces, que se desorientan y se acercan a la costa”. En Alicante, se han producido mordeduras de obladas, unos peces que viven en profundidades de 5 a 20 metros. “Es muy grave también su efecto sobre las praderas de posidonias, que cada vez se ven sometidas a un mayor estrés térmico, lo que está alterando su ciclo vital y causando su regresión”. Las posidonias generan más oxígeno que el Amazonas y contribuyen a mitigar los efectos del cambio climático.

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