El mejor sexo de tu vida

Últimamente me encuentro con mujeres que están en el mejor momento de su vida: llenas de salud y confianza, irradian el irresistible atractivo de la belleza real, la que emerge de la aceptación de la propia naturaleza con toda su complejidad.

Y, sin embargo, muchas de ellas me confiesan que se han vuelto invisibles. De repente desaparece el escrutinio constante, la atención vayas a donde vayas y las opiniones no solicitadas sobre tu apariencia. Al principio es un cambio desconcertante, supongo que porque no hemos tenido otra forma de medir nuestro atractivo físico. Pero luego llega un gran alivio: ya no hay que estar quitándote los moscardones de encima, tu sexualidad deja de interferir en entornos laborales, sociales, intelectuales, etc. Al fin tu condición de ser humano está por encima de tus cromosomas xx. Llega la calma de transitar este mundo sin sentirte constantemente acechada. Lo cual no le quita un ápice de sexismo al cambio: que las mujeres de más de 40 dejen de ser percibidas como atractivas es fruto del hecho de que la cultura modula el deseo de los hombres en base a relaciones desiguales. Los medios de masas censuran sistemáticamente la representación de las consideradas viejas. Si en películas, series y programas de televisión las protagonistas importantes están siempre en la treintena (como mucho), ¿cómo no va a tener eso efectos en la realidad? Y no vale poner ejemplos como Jennifer López, que invierte ingentes cantidades de dinero y tiempo en aparentar la edad que superó hace tiempo para que luego nos maravillemos de lo bien que está.

La gran paradoja de esta misoginia edadista es que el esplendor sexual de las mujeres llega precisamente a partir de los 40, cuando nos hemos quitado los complejos, los miedos, hemos vivido lo suficiente para darnos cuenta del gran engaño difundido por la industria del cuerpo: que para tener derecho a follar nos tengamos que preparar, depilar, exfoliar, hidratar, limar, pintar, reducir, aumentar, tonificar, aplanar y un largo etcétera de absurdos requisitos. Todo esto es consumo y una forma efectiva de minar el amor propio necesario para ofrecernos al otro con gozosa libertad. A partir de esta edad sabes lo que quieres, lo que te gusta y lo que no y lo pides sin reparos, dejas de avergonzarte de tus propias necesidades porque la vida no dura para siempre y si existe un pecado es el de postergar el placer y desaprovechar el hermoso regalo de la naturaleza que es el sexo.

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