El sindicalismo argentino, último refugio del peronismo tradicional

El sindicalista Héctor Daer ​encabeza una manifestación de trabajadores sanitarios el pasado julio en Buenos Aires.
El sindicalista Héctor Daer ​encabeza una manifestación de trabajadores sanitarios el pasado julio en Buenos Aires.RS

El sindicalismo argentino ha hecho su apuesta para las próximas elecciones legislativas. Las grandes centrales obreras han salido en apoyo de la coalición de Gobierno en medio de augurios de derrota para la formación peronista. Estas organizaciones, de las más poderosas en América Latina, han movilizado sus bases por temor al regreso de la derecha al poder. O lo que definen como “el Gobierno de ricos para ricos”. A cambio de su respaldo buscan ser parte de la discusión del modelo de desarrollo que viene. Pero la eterna crisis económica del país y los escenarios laborales de la pospandemia han empujado a miles de trabajadores a la informalidad. Con millones de personas lejos del sistema tradicional, las organizaciones sindicales ven ahora su representación e influencia en juego.

En un momento en el que las corrientes peronistas toman nombres propios y se forman alrededor de figuras, como el kirchnerismo o el “albertismo”, las históricas centrales obreras argentinas se han vuelto el último refugio del peronismo más tradicional. Una especie de reservorio para aquella idea de que el obrero debía estar en el centro de una sociedad estructurada a partir del trabajo. Las tres centrales más grandes, que agrupan al grueso de los sindicatos, votarán el domingo por la coalición de Gobierno, encabezada por Alberto Fernández. Algunos de sus líderes se han expresado con un tibio apoyo. Otros han sido contundentes. Héctor Daer, secretario general de la Confederación General del Trabajo (CGT), asegura que para el trabajador votar a la oposición es votar “en contra de sus intereses”.

El sindicalista recibe a este periódico en su oficina un día después de haber sido reelecto como parte del triunvirato que dirige la central obrera más grande del país. Su lectura de los resultados de las primarias legislativas, en las que el Gobierno argentino sufrió una aplastante derrota, apunta a que las urnas han castigado al presidente por la pandemia. Su gestión fue duramente criticada. “Hay gente que se vio muy afectada por el encierro, las medidas preventivas generaron crisis en sectores que venían a los tumbos y se vieron derrumbados”, dice. Aquellos que más padecieron las consecuencias de una cuarentena obligatoria que duró meses acompañaron al peronismo en 2019, según él, pero ahora han decidido no hacerlo porque están enojados. Pero “todos fuimos a una cuarentena pensando que esto duraba 15 días”, defiende.

La CGT y los movimientos sociales, que agrupan actualmente a gran parte de los trabajadores informales y desocupados, se reunieron esta semana con Fernández y anunciaron una manifestación en su apoyo para después de las elecciones. Un gesto que se tomó como un espaldarazo a un mandatario que enfrenta el domingo una especie de plebiscito sobre sus primeros dos años de mandato. Es el segundo guiño en apenas unas semanas. Tras las primarias de septiembre, el Ejecutivo desató una crisis interna por desacuerdos entre el presidente y la vicepresidenta, Cristina Fernández de Kirchner. En un momento en que cada uno medía su fuerza dentro de la coalición y contaba sus soldados, la central obrera salió en apoyo de Fernández.

Con el antecedente de la crisis interna, la incertidumbre de lo que pueda pasar después de las elecciones —dentro y fuera del Ejecutivo— está latente. “Los matices que tiene el Gobierno existen, los objetivos son comunes, pero el tránsito a esos objetivos a veces genera tensiones. Y a la CGT no le gustó que se generaran. El Frente de Todos (la coalición gobernante) tiene que estar unido”, dice Daer. “No podemos ir a la ruptura del Gobierno porque eso sería el suicidio político. No es un tema de simpatía, sino un tema estratégico”, agrega.

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Los sindicatos enfrentan los desafíos que trae la economía del día después de las elecciones en un escenario propio de declive. El sindicalismo argentino es desde hace décadas de los más fuertes de la región. Mientras los afiliados a los gremios en el país rondan el 40%, esa cifra no supera el 20% en Brasil o Chile, ni alcanza el 10% en México o Colombia, según la Organización Internacional del Trabajo (OIT). Pero esa fortaleza se ha visto afectada ante el aumento de la informalidad, que ha llevado a la mitad de los trabajadores a caer fuera del paraguas sindical.

La pandemia destrozó millones de puestos de trabajo en todo el mundo que regresan ahora en formas más precarias. Más del 82% de los trabajos recuperados en el segundo trimestre de este año en Argentina son informales, según el último informe de la OIT. A ese panorama se suma que millones de argentinos, que no tienen un trabajo fijo, acudieron a políticas asistencialistas impulsadas por los diferentes Gobiernos. Actualmente siete millones de personas reciben una ayuda social del Estado para subsistir, según Daniel Menéndez, exsubsecretario de Políticas de Integración y Formación del Ministerio de Desarrollo Social. Un número tan alto que se ha convertido en un desafío para cualquier administración.

“La tasa de sindicalización en Argentina sigue siendo alta comparada con otros países y el movimiento sindical sigue siendo un factor de presión importante”, asegura Hugo Yasky, secretario general de la Central de Trabajadores de la Argentina, otra de las grandes agrupaciones sindicales. “Pero se ha agregado a esto un nuevo protagonismo que es el los movimientos sociales que representan a los trabajadores de la economía informal y a los desocupados, que tienen un alto poder de movilización y aparecen como un sujeto colectivo relativamente nuevo”, comenta Yasky, también candidato a diputado por el oficialismo.

Todos coinciden en que lo que necesita Argentina es generar empleos, pero ningún Gobierno ha encontrado la forma de traducir esos programas asistencialistas en puestos de trabajo formales. Para enfrentar las negociaciones que vengan sobre desempleo e informalidad, sindicatos y organizaciones sociales debaten hace meses unirse bajo una sola estructura. “Con los movimientos sociales tenemos una alianza que vamos a profundizar en favor de un trazado común: cambiar los planes por trabajo”, dice Daer.

La politóloga Patricia Gómez cree que no es posible pensar la actualidad con el mismo sindicalismo de siempre. “Las economías 4.0 están deslocalizadas, son preconizadas. Cuando el lugar de trabajo está en los hogares, es muy difícil sostener estos sindicatos, porque no está la relación del trabajador o trabajadora en la línea fordista de producción. Y la pandemia puso blanco sobre negro”. Gómez asegura que la representación de las tradicionales centrales obreras “está en descomposición” por su falta de aggiornamento a las necesidades de la sociedad actual. Siguen teniendo una colosal representación masculina y los rostros de sus representantes son los mismos de hace décadas. “Es un club de hombres viriles que no tienen ningún tipo de cuestionamiento hacia sus prácticas. Se quedaron en los setenta”.

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