Finlandia y Suecia se protegen

La guerra contra Ucrania ha desatado todas las alarmas, tanto en la UE como en los países limítrofes con Rusia. La invasión de Crimea por Putin en 2014 fue el primer aviso grave del impulso expansionista del autócrata del Kremlin, pero reveló también la vulnerabilidad de sus países fronterizos. Es cierto que no son comparables las situaciones de Finlandia y Suecia con respecto a Ucrania, ni por tradición histórica ni como potencial o verosímil objetivo político-militar de Putin. Un ataque ruso a Finlandia carecería incluso de la propagandística justificación retórica que ha aducido Putin para legitimar ante su población la anexión de Crimea y la invasión de Donbás.

Tres meses después del inicio de la guerra, Putin ha logrado un efecto contrario al que seguramente buscaba. Ha propiciado que Finlandia de forma decidida y Suecia con menos rapidez vayan a solicitar el ingreso en la OTAN y rompan así la neutralidad que mantuvieron desde la Guerra Fría. De culminar el proceso de ingreso en la OTAN, ambos países quedarían al amparo del artículo 5 del Tratado, que garantiza la mutua defensa en caso de un ataque exterior. Rusia duplicará así su frontera directa con la OTAN al añadirse los 1.300 kilómetros compartidos con Finlandia. De momento, el Kremlin ha cortado sus exportaciones eléctricas a Finlandia, mientras Putin insistía este sábado —en conversación con el presidente finlandés, Sauli Niinistö— en que abandonar la neutralidad es un error porque no hay riesgos para la seguridad de Finlandia. Putin se enfrenta, no obstante, a la falta de credibilidad de sus palabras, como demostró en las semanas previas a la invasión de Ucrania.

Serán cosecha también del expansionismo ruso los riesgos que comporta la ampliación de la OTAN bajo el liderazgo de Estados Unidos que legítimamente buscan tanto Finlandia y Suecia como la misma Ucrania. Tendrá efectos secundarios que acentúen la polarización internacional y quiebren los canales de comunicación comercial y política entre dos bloques crecientemente distanciados. El retroceso que podría implicar hacia épocas pasadas o incluso la reactivación de una nueva guerra fría no hace más seguro a un mundo que pierda la red protectora que generan los intercambios e interdependencias multilaterales. La defensa de Ucrania contra la agresión de Putin y la defensa proactiva de la UE del país invadido deben ser consecuentes con un futuro occidental más resistente a los conflictos, más capaz de prevenirlos y desactivarlos, en lugar de aumentar su fragilidad con una polarización extrema. Los desvaríos de los autócratas seguirán siendo impredecibles y hay que combatirlos sin reservas, como ha hecho la UE, pero esta guerra va a intensificar las tendencias proteccionistas que ya estaban en marcha, lo que no conducirá necesariamente a un mundo más seguro. Si el objetivo es promover la paz y la seguridad en el continente europeo, la petrificación otra vez de dos bloques políticos no es garantía de una futura estabilidad pacífica de Occidente ni de nadie.

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