Guardiola cuadra el círculo

Pep Guardiola se rascó la nuca en un gesto nervioso mientras pensaba en una respuesta, cuando este viernes le preguntaron cuál era su siguiente desafío después de haber conseguido la cuarta Premier desde 2017. “Queremos llevar nuestro juego al siguiente nivel”, dijo, haciendo mímica de pinza con los dedos de la mano derecha, como si girase la rueda de un termostato imaginario. “¡Subimos el listón!”.

Justo cuando su proyecto comenzaba a dar síntomas de agotamiento, con muchos jugadores afanándose en buscar una salida —Sterling, Zinchenko, Gabriel Jesús, Aké o Bernardo Silva— el entrenador del Manchester City ha resuelto actuar contra la reacción que en situaciones parecidas suele empujar a sus colegas hacia el conservadurismo. Ante el peligro, Guardiola ha resuelto dar un salto al vacío. Quiere elevar su modelo de juego elaborado a la máxima expresión de sofisticación conocida. Nunca, desde que salió del Barça en 2012, había tenido en su plantilla las piezas necesarias para llevar a su equipo hacia el último límite, la frontera más perfecta entre la frustración y lo sublime. Después de una década de búsqueda, Guardiola ha dado con dos atacantes capaces de coronar la idea. Aparentemente tan distintos entre sí, Erling Haaland y Julián Álvarez comparten una cualidad que ha motivado sus fichajes. Son dos superdotados del desmarque en profundidad.

“Hay 200 atacantes profesionales en Europa con las mismas condiciones de Julián Álvarez en cuanto a rapidez, pase, regate o capacidad de decisión fuera del área”, afirma un técnico que ha asistido a los entrenamientos del City este verano. “Álvarez solo destaca en dos cosas: un primer control demoledor y un desmarque tan surrealista que es como si actuara con una información que no tiene nadie. Parece que se mueve después de haber visto la jugada por televisión”.

No es fácil encontrar este tipo de talentos. Tampoco es sencillo que los clubes inviertan en su contratación con conocimiento de causa. Lo supo Guardiola cuando nada más llegar a Múnich, en 2013, se encontró con la incomprensión de la directiva ante el juicio que le mereció Mario Mandzukic. Ni Uli Hoeness, ni Karl-Heinz Rummenigge, ni Franz Beckenbauer, comprendieron al técnico español cuando les explicó que el punta del equipo que acababa de lograr el triplete —Bundesliga, Copa y Champions— no servía para jugar al fútbol que él pretendía. Guardiola les advirtió de que después de dirigir a Ibrahimovic, Eto’o, Villa y Messi, había comprendido que los equipos más imparables se construían con nueves de gran movilidad como los tres últimos. Ni siquiera Ibrahimovic, el más ágil de los rematadores tradicionales, se había adaptado al modelo.

Cuentan en el Bayern que Guardiola estimuló un debate profundo en un club históricamente acostumbrado a culminar sus alineaciones con nueves tanques, o asimilados, tipo Jancker, Makaay, Élber, Luca Toni o Mario Gómez. Al llegar la Navidad de su primera temporada, sin embargo, el entrenador se encontró con los hechos consumados. Sin que él lo supiera, el Bayern había contratado a Robert Lewandowski, que estaba libre. El espanto de Guardiola fue tan grande, que, según dicen en Múnich, ese mismo invierno tomó la determinación de no renovar su contrato de tres años. Ignoró la oferta que le duplicaba el sueldo, hasta 20 millones de euros netos, de tan desmoralizado que estaba ante la perspectiva de construir ataques que acabaran en centro a la olla para que los rematase otro palomero, más acrobático que Mandzukic, pero palomero al fin.

Guardiola reaccionó con responsabilidad. Organizó al Bayern para producir chatarra en cantidades industriales en el área, y así brillara el oportunismo de Lewandowski. Pero en partidos apretados, como aquella semifinal de Champions de 2015 que perdió contra el Atlético después de crear 50 ocasiones, el sistema evidenció sus carencias.

El tiempo, dicen en Múnich, dio la razón al entrenador frente a unos dirigentes que vivieron en la contradicción, como reflejó la entrevista de Martí Perarnau a Rummenigge en el libro Herr Pep. “Si Pep hubiera ganado la Champions habría mostrado que con su filosofía se puede ganar todo”, dijo el presidente del Bayern, en mayo de 2014. “El problema que veo en el fútbol alemán es que no se ocupa de la táctica. La visión de juego es muy física, directa y veloz, y con eso basta. El fútbol es mucho más. Si lo mides exclusivamente por los títulos ganados, te equivocas… [Pero] si alguien como Lewandowski queda libre en el mercado sería una locura no intentar contratarlo”.

Paredes y dejadas

Desde que Guardiola fichó por el City, hace seis años, se esforzó por dotar al juego de la flexibilidad y la precisión quirúrgica que no pudo conseguir en Múnich. Primero, alcanzó una componenda para aprovechar al popular Agüero como nueve, aunque no le gustara; y posteriormente trazó secuencias para llegar al gol con mediapuntas en lugar de delanteros centros, mediante una vía fundamental: las paredes y las dejadas rápidas en los pasillos interiores.

Con Álvarez y Haaland el acceso al gol descubre su dimensión más imparable en las maniobras sin balón. Si su cuerpo de peso pesado está en forma, ningún futbolista en el mundo posee la capacidad cognitiva de Haaland para dibujar trayectorias de carrera cuando el tráfico de jugadores en bloque bajo convierte las áreas en selvas. “No me importa cuántos goles marque siempre y cuando siga jugando como él siente el fútbol”, dice Guardiola. “No hay duda de que marcará goles porque haremos ocasiones y él es un finalizador. Tendrá que adaptarse a nuestra forma de jugar, y nosotros tendremos que adaptar lo que hacemos en el último tercio del campo a su juego”.

Los testigos de los entrenamientos del City hablan de duelos fabulosos en las simulaciones de ataques en espacios reducidos. Picado por el chaparro Álvarez, el gigantesco Haaland multiplica cada día su batería de desmarques en un escenario desconocido en las prácticas del City. Hasta este verano, los interiores debían ingeniar pases milimétricos y desplazamientos extenuantes para encontrar a los puntas. Con Álvarez y Haaland la tarea se simplifica gracias a la intuición insólita que demuestran para generar líneas de pase en el ojo de una aguja.

El City se ha gastado apenas 80 millones de euros en sus dos nuevos atacantes. Guardiola los anima a fabricar filigrana. Si el equipo no los acompaña, la desmoralización podría precipitar un fin de ciclo. Si conectan, será Brasil del 70.

El Liverpool comienza por ceder dos puntos en Craven Cottage

La carrera desaforada que desde hace cuatro años enfrenta al Manchester City y al Liverpool en la Premier comenzó con sobresalto este sábado. Acudió el Liverpool a Craven Cottage, el campo del Fulham, y se dejó dos puntos. El empate 2-2 allana el despegue del City, que este domingo a las 17:00 horas (Movistar y DAZN) visita otro campo londinense, en el Estadio Olímpico, para medirse al West Ham.

Al Liverpool lo sorprendió el empeño del Fulham, que no cesó en su presión. Aturdidos por el trajín, ni Fabinho ni Henderson fueron capaces de darle velocidad suficiente al balón. Ahogados en el medio, los jugadores de Klopp adolecieron de falta de claridad, un déficit que ni el fichaje de Darwin Núñez ni la salida de Sadio Mané les ayuda a superar.

El punta uruguayo, que costó 100 millones de euros, entró en la segunda mitad. Klopp ha descubierto que Firmino tiene más fútbol. Para remediarlo, va dosificando a Núñez en el rol de delantero revulsivo. Así fue, un poco por casualidad, otro por obstinación, como Núñez metió el 1-1 y posibilitó —con un rebote— el 2-2 de Salah.

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