Hay Andreu Buenafuente y Berto Romero para rato: “La esperanza de vida es el límite”
Todo empezó en 2012, en un mal momento y con una mala foto. En un campo de Formentera se ve a dos tipos que posan con lo que hoy definen como “cara de nadie”, un gesto muy serio y a la vez profundamente cómico que ya es parte del sello Andreu Buenafuente-Berto Romero. “Era una época muy dura, en plena crisis. Yo no tenía programa, él seguía con su teatro… Estaba la cosa bastante mal y se empezaba a recrudecer la crisis, el audiovisual caía en picado, bajó el 50% de la publicidad en tele… Por suerte, nos alojamos en la radio”, explica Andreu Buenafuente (Reus, 60 años) en una terraza de la Barceloneta con el Mediterráneo de fondo. A su lado, Berto Romero (Cardona, 50 años) asiente: “El Nadie… fue una válvula de descompresión, pero no le dábamos importancia. Cada uno tenía claro que su proyecto personal o interesante era otro. Íbamos cansados a grabar, pero con ese ejercicio de ligereza nos reíamos, lo pasábamos bien”.
Se refieren a Nadie sabe nada, un programa de humor radiofónico basado en la improvisación que arrancó en la SER el 30 de junio de 2013 sin muchas pretensiones, como experimento veraniego, y no ha dejado de sumar premios y audiencia en sus ya más de 400 episodios: en 2019 mereció el Ondas a mejor idea radiofónica, en 2022 emitió 40 programas en HBO Max, ha sido reconocido por Spotify al superar los 50 millones de streams… Sus seguidores tienen códigos propios, se saludan diciendo “samanté”, una de las palabras inventadas por el dúo, y la lista de espera para acudir a las grabaciones del programa supera las 50.000 personas, concreta Oli, responsable de la gestión de público. “Decidimos que iba a ser un espacio fuera de la realidad y de la actualidad. El mayor activo era crear una zona protegida, 50 minutos a la semana en los que nada te pudiera hacer daño, en los que ibas a entrar en una conversación de dos amigos, blanca y divertida”, precisa Romero.

En el primer episodio, Buenafuente recordó un consejo del periodista Jesús Hermida: “Mientras estás nervioso estás vivo”. Dice que, pese a llevar más de cuatro décadas ante un micrófono, no ha dejado de sentir esos nervios: “Yo lo llamo cuerpo de función. Te levantas ya por la mañana con una configuración diferente”. No tiene supersticiones, aunque últimamente no se separa de un colgante regalo de Joana, su hija, que nació en 2012 fruto de su relación con la actriz Sílvia Abril, con quien se casó en 2017. “Hemos pactado que es un amuleto, yo me he creído que eso va bien y no puedo salir sin él. Una vez que no lo tenía me lo dibujé en papel y me lo colgué igual”, relata. Romero ha ido acumulando “rituales” con los años: “Se me van creando solos y luego me doy cuenta de que son siempre los mismos y muy rígidos, pero no están pensados. Cuando hago teatro, que es lo que he hecho toda mi vida, he visto que tengo que llegar siempre la misma cantidad de minutos antes de que empiece y estar un rato solo, hacer la prueba de sonido en un momento exacto, con el micro también… A veces vengo con Marta [Bercebal, ilustradora, su esposa desde 2003] y los niños [tienen tres] de casa de mi suegra y veo que no llegamos a tiempo y ya voy con la cara desencajada”.
Escucharlos hablar mientras toman un refresco de cola (Buenafuente) y una cerveza cero-cero (Romero) es como oír uno de sus programas, o unirse a unos amigos que han quedado para el aperitivo en el primer día que asoma tímido el sol en Barcelona tras mucha lluvia. Los dos van de negro, se protegen del viento marino abrochando sus cazadoras; llevan gafas de pasta, a veces se acaban las frases. Cuenta Buenafuente que solía quedar por esta zona con el cómico Pepe Rubianes, fallecido en 2009. “Él vivía aquí. Me decía: ‘Nene, vamos a hacer un arrocito’, y quedó como un hábito. Ahora es muy turístico, pero es curioso, un barrio de pescadores dentro de una gran metrópoli”. Romero tira más al interior: “Es que soy de Cardona, un pueblo de montaña, no tengo esa necesidad de acercarme al mar. Cuando vine a Barcelona vivía en Gràcia y me he ido yendo al Tibidabo y El Putxet, puntos a partir de los cuales la ciudad ya no es interesante para los turistas”. Desde que ponen un pie en la calle la gente se acerca, los llama con familiaridad por sus nombres de pila, les pide una foto o les comenta que tiene entradas para The Chicken (el espectáculo basado en el podcast que los ha llevado al madrileño Palacio Vistalegre a principios de abril y con el que han colgado el cartel de “completo” tres días en mayo en el Auditori Fòrum de Barcelona). La química es evidente. ¿Cómo se forja, y se mantiene, profesionalmente durante casi dos décadas? “Es una cosa simplemente de piel, algo que a mí no me ha pasado nunca con nadie más, y la prueba es el hecho de que sigamos trabajando juntos”, afirma Romero.

Esa química la pusieron a prueba por primera vez en un plató. Corría el año 2007 y Buenafuente se emitía en La Sexta tras su paso por Antena 3. El presentador tenía 42 años y era toda una figura de la tele que triunfaba en prime time y con su productora, El Terrat. Había empezado con 17 años locutando deportes en Radio Popular, en Reus, en los noventa desembarcó en la televisión y poco a poco se convirtió en el rey del formato late show. Romero había iniciado Periodismo en la Universitat Autònoma de Barcelona, pero lo había dejado para hacer teatro con su compañía, El Cansancio, y venía de fracasar en TV3 con El gran què, lo recuerda con una sonrisa. Se presentaron como tío y sobrino y el público se lo creyó. “Él me impresionaba mucho fuera del plató, me costaba hablarle, guardaba las distancias. Me imponía. No he sido nunca mitómano, pero llegué a un programa que era una máquina perfecta y sentía mucha responsabilidad”, asegura Romero. “El equipo de guion consideró que nos parecíamos demasiado, yo iba con unas gafas que eran solo la montura, eran parte de mi personaje, y no quería renunciar a ellas, y por eso surgió lo de decir que era familia y yo era un enchufado”. Buenafuente —cuyo espacio fue cantera de personajes como El Neng de Castefa (Edu Soto), El Follonero (Jordi Évole), La Niña de Shrek (Sílvia Abril) o Rodolfo Chikilicuatre (David Fernández)— se sorprendió de cómo funcionaba la dupla. “Siempre he estado en las mesas recibiendo cómicos, he visto de todo”, explica, “y el caso de Berto fue curioso, no fue una irrupción, fue una subida suave, hasta que se volvió imprescindible. Había un placer en aguantar, sostener, que caminara. Y eso es algo que se ha perdido hoy en día, todo tiene que ser un pelotazo inmediato. Él no era de pelotazo inmediato, era una promesa que se iba cumpliendo poco a poco”.
“A Andreu nunca le ha temblado el pulso. Yo le he visto mantener a colaboradores y colaboradoras que no funcionaban una temporada y de repente explotaban en la siguiente”, constata Romero. Eso puede implicar enfrentarse a quienes exigen otro rumbo, como la vez en la que el presentador discutió con un seguidor al que no le gustaba su sobrino: “Me peleé con un tío en la calle por ti, puse mucha vehemencia ahí. Era al principio, tampoco éramos tan amigos”. También supone mantener la calma de ignorar críticas o comentarios en redes. “Hoy todo se ha acelerado. Un proyecto se valora en el primer programa. Hay una ausencia absoluta de calma y de digestión. Todo se digiere muy rápido, se evalúa muy rápido, se da el veredicto y se pasa a otra cosa. En las series de televisión también, y normalmente la segunda temporada está mejor que la primera, pero no se da tiempo para asentar las cosas, ahora todo quema mucho”, sostiene Romero.
Conoce ese mundo bien: ha creado las series Mira lo que has hecho y El otro lado. La ficción ha ido ganando terreno en su carrera, estuvo nominado al Goya como actor revelación por 3 bodas de más, este año estrena tres películas y prepara su debut como guionista cinematográfico con Cinco minutos más. No aspira a nuevas nominaciones —”nunca ha sido mi intención lo de los premios”—, piensa que si no hubiera sido cómico estaría trabajando en el departamento de arte de proyectos audiovisuales. Porque a los dos se les da bien dibujar. Para la cita de hoy, Buenafuente lleva puesta una camiseta con una autocaricatura en la que se lee uno de sus lemas, “Reír es la única salida”, imagen que ilustraba la portada del libro que publicó en 2020. Pero él no habría elegido ser dibujante: “A mí me gustaría ser un cantante melódico británico, si pudiera escoger, guapo, que la gente dijera: ‘¡Qué magnetismo tiene este cabrón!”.

Pasan de la seriedad a la ligereza, dicen cosas graciosas sin pretenderlo. Hay parte de oficio, parte innata. Romero recuerda que así, sin querer, surgió su primera gracia, cuando con cinco años, en la charcutería, pidió queso cortado fino y era tan fino que espetó “pero no rallado”, provocando carcajadas. Asegura que le cansa el debate recurrente sobre los límites del humor: “Hay oficios mucho más peligrosos que el de cómico. Lo que pasa es que el de cómico también lo es, y está bien tenerlo en cuenta. Javier Cansado, que es un sabio, en una de esas primeras oleadas en las que todo el mundo estaba hablando de los límites del humor y todos se escudaban en que ‘es humor, podemos decir lo que sea’, aseguró: ‘Cuidado, que un chiste hace más daño que una hostia’. Un chiste es un arma con la que hay que tener una cierta responsabilidad. Hay que tener cuidado con cómo usas el humor. Pero esto ya viene de los bufones de la Edad Media. Si se pasaban, les cortaban el cuello”.
“Yo soy muy bipolar en esto, a veces contradictorio, tengo un universo muy blanco que me encanta, muy clown, soy cada vez más payaso”, replica Buenafuente, “pero luego me pongo a hacer programas de televisión y cada vez quiero explicar más el tiempo que nos toca vivir. Y el tiempo que nos toca vivir es una puta mierda, todos coincidiremos. Por eso no me preocupa lo que se dirá. Incluso me hace sonreír. Yo en la televisión pública catalana hablaba de los muertos en las obras del Mundial de Qatar… Creo que incomodas, pero también es un poquito mi obligación”. El tema que ha despertado mayores sensibilidades al tratarlo en sus monólogos televisivos ha sido el fraude fiscal: “Siempre les rechinaba a los afectados que habláramos de que tenían delitos fiscales. Me llegaba que lo vivían como un ataque, una ofensa, me retiraban el saludo. Ha habido dos o tres casos, de gente muy conocida. No doy mi brazo a torcer, volvería a hacer esa broma. Es que soy muy defensor de los impuestos. Yo pago todo lo que tengo que pagar”.
Tras una vida de cómico-empresario, en 2019 vendió su productora a Mediapro y ahora ejerce como director general de El Terrat, que forma parte de The Mediapro Studio. “Fue un alivio, quien haya tenido una empresa 30 años sabe de lo que hablo, es levantarte cada mañana y ver qué pasa. Fueron 30 años de sufrir y vaivenes de todo tipo… Me costó introducirlo en mi cabeza, pero cuando lo hice sentí un gran alivio”, reflexiona. Romero prefirió no meterse en algo así: “Yo es que soy autónomo. La gente cree que soy el CEO de El Terrat, pero soy autónomo de toda la vida. Bueno, tengo una productora pequeña para hacer teatro y con la que ahora he hecho una película, Pizza Movies. Siempre pensé que bastante tenía con mantenerme como artista…”.
Parecía que coincidiendo con la venta de la empresa, Buenafuente había decidido echar el freno, tras vivir siete años entre Madrid y Barcelona para presentar Late motiv, que finalizó en diciembre de 2021. Entonces se mudó definitivamente a Barcelona, volvió a TV3 con Vosaltres mateixos, nunca dejó la radio. Ahora prepara su regreso a la televisión nacional, a La 1, con Futuro imperfecto, un late semanal que se grabará ante 700 personas en el teatro LaFACT de Terrassa y del que dará detalles cuando se presenten los contenidos de la cadena el 23 de abril en Madrid. “No es de los dos, es un programa mío, lo que pasa es que salió un rumor y se consolidó”, indica. “Tampoco nadie ha contrastado la noticia con nosotros. Pero es el programa de Andreu”, añade Romero, que colaborará con él. En paralelo estrena el 21 de abril la segunda temporada de El consultorio de Berto en Movistar Plus+, donde contará con Eva Soriano, Thais Villas o Raúl Pérez. Buenafuente no puede avanzar mucho de su show, pero da alguna pista: “Me voy a plantar delante del público para analizar la actualidad. Con un buen equipo de guion. Creo que ahora hay mucho que contar. Va a ser un programa más adulto, maduro, en el que vamos a contar lo que pasa, de verdad, con mi filtro de humor”.

¿Ha pensado cómo va a abordar las críticas? “Estoy en un momento que todo me da bastante igual, tengo 60 años… Hay que ser educado y escuchar a todo el mundo, pero el peor crítico eres tú mismo. El humor es un avispero y pasarán un montón de cosas que hay que afrontar desde una cierta diversión, porque si no, pues quédate en tu casa”, responde ante la expectación que despierta su desembarco por primera vez en la televisión pública nacional. Se suma a la apuesta por el formato talk show de RTVE, que en los últimos meses ha incorporado a la parrilla de sus cadenas Al cielo con ella, de Henar Álvarez; Late xou, de Marc Giró, y La revuelta, de David Broncano. “Estoy muy contento, pero lo llamaría auge tardío, porque empecé en el 99 y estaba en un descampado”, explica. “Era el pesado de los lates. Veo que se normaliza algo que en otros países es de uso común, y hay espacio para más”. ¿Debería haber más mujeres al frente? “La normalización es también no mirar los géneros. Yo creo que lo que hay que hacer es un programa divertido. Si es una tía divertida, adelante. Y si es un tío que no es divertido, vete a tu casa”, responde. “Ojalá no tuviera que ser reivindicable ni noticia”, manifiesta Romero. El Terrat coproduce con Encofrados Encofrasa el espacio de Broncano, uno de esos talentos que Buenafuente probó en Late motiv: “No nos damos consejos, yo cada vez doy menos. Broncano es muy hermético. Vive una vida alejada de los focos y tranquilo. Le respeto y le apoyo en la producción, y le veo cuando vamos a su programa”.
Mia Font, que lleva 13 años en Nadie sabe nada, destaca “la visión de Andreu para los formatos”. Él fue quien comenzó a grabar el podcast en vídeo y hacer clips para compartirlos en redes sociales, algo muy habitual ahora, pero poco común en 2013. “El consumo de lo audiovisual se ha fragmentado mucho. Los videopodcasts, por ejemplo, son muy potentes. Es algo que en Estados Unidos tienen muy claro. Cuando Trump hizo la campaña fue muy listo, se recorrió todos los podcasts de importancia. Pero aquí todavía tenemos muy metido en el ADN que lo importante es el programa de tele”, analiza Romero. Se ríe al recordar que él hizo uno de los primeros virales de internet en España, en 2003, el vídeo del Seat Makinero: “Venía de sacarme una muela, por eso hablaba así”. “A mí me gustaba mucho”, le dice Buenafuente, que ahora hace “submarinismo en busca de talentos en redes” con The Mediapro Studio Labs. “Yo el consumo de comedia lo he ido desacelerando”, apunta Romero, “tengo fases de absorción y de cerrazón absoluta cuando estoy en fase de escritura o ensayo, me gustan la ciencia ficción, el terror… Pero de vez en cuando veo gente que me sorprende, como Esperansa Grasia en Instagram. Hay muy buena comedia, están Vicky [Martín] y Carolina [Iglesias], de [Estirando] el chicle, La Ruina…”.
Aunque siguen pareciéndose, tío y sobrino van perfilando distintos rumbos: a Romero no le interesa tanto presentar como escribir guiones y hacer ficción, Buenafuente no se desengancha de la tele. “Estamos en un momento en el que se invierten los papeles, yo le llamo para mis programas, él a mí para sus series…”, señala el segundo. Esa nueva dinámica coincidió con el inicio de Nadie sabe nada. “Ahí se vio a un Andreu mucho más libre, más niño, más juguetón que el que se veía en la tele. A mí la gente me decía: ‘¿Qué pasa? Ahora el serio eres tú”, le expone el de Cardona. “Es que he reconectado con la radio de mis orígenes, fue muy liberador. Siempre digo que tendrás suerte en una carrera creativa si tienes una buena idea. Y yo creo que mi mejor idea fue crear El Terrat en la radio”, mira atrás Buenafuente. Ese programa de humor arrancó en Ràdio Reus en 1989, otro experimento veraniego, y luego se consolidó en Ràdio Barcelona.
Hasta entonces él había sido “el todoterreno de la emisora”, ante el asombro de sus padres: “No éramos casa de radio, éramos casa de tele. Yo empecé el instituto, pero me fui para meterme en la radio jugando a ser periodista, pero siempre fui muy mal periodista porque preguntar me parecía incómodo. A mi padre le hacía mucha ilusión que estuviera allí, incluso pasó por encima que no tuviera titulación. Mi madre se lamentaba, pero luego ya claudicó”. Romero también creció sin referentes familiares ligados al entretenimiento: “Mis padres eran un minero y una costurera, la primera generación con una cierta estabilidad económica, y mi hermano y yo pudimos disponer de ocio y de la posibilidad de estudiar. Mi pueblo tiene mucha tradición de músicos y teatreros. Monté una banda, empecé a contar historietas y ahí salieron los monólogos. Ellos no querían que estuviera por ahí haciendo ninguna barbaridad, todo surgió de esta ausencia casi de tutelaje”. Ambos proceden de familias migrantes del sur que se mudaron a Cataluña. “Tengo orígenes andaluces, he pasado muchos veranos allí. Soy una mezcla de esa jarana andaluza con el seny catalán. La mezcla es bastante loca, los catalanes de ocho apellidos veían algo raro en mí y los andaluces decían: ‘Ahí viene el catalán’. Pero nunca me afectó, al contrario. Una vez me llamaron para un reportaje sobre charnegos ilustres y dije que encantado, me sorprendió que otros no lo quisieran hacer. A mí creo que me ha ido bien la mezcla”, argumenta Buenafuente. Romero evoca su experiencia: “Cardona recibió mucha inmigración para las minas y fue recibida por una gente muy catalana. Esa mezcla provoca que yo tenga media familia muy de Murcia y otra media muy catalana. Para unos soy el Alberto o el Albertico y para otros soy el Albert. Y eso lo he llevado yo siempre muy bien. Cuando hablaba en castellano me salía el acento murciano, pero luego mi catalán es puro de Manresa y de Cardona”.

Lo de hablar de sus vidas forma parte de su dinámica. Su podcast ha sido durante años una suerte de autoficción en la que mencionan a sus parejas o a sus hijos —algo que están dejando atrás ahora que los chavales entran en la adolescencia—, comparten anécdotas de sus vacaciones o aluden a sus familias. Romero no olvida que estaba vestido de Lady Gaga con un traje de pollos para actuar en Buenas noches y Buenafuente cuando le llamaron para decirle que iban a sedar a su padre: “El guionista de la vida ahí se empleó a fondo. No pude evitar pensar que era una ironía dramática de todo punto, pero es lo que hay, disocias. Esta mítica frase del espectáculo debe continuar”. “Hay épocas en las que todo se hunde, pero salir a hacer reír ayuda. A mí el programa me salvó muchas veces de la gran mierda ambiental”, añade Buenafuente.
No se cansan el uno del otro, se siguen haciendo gracia. “Llevo más tiempo con él que con mi mujer, pero la sorpresa se mantiene, todavía me da mucha risa”, confiesa Buenafuente. “Una persona se te puede acabar. Se terminan las cosas que tienes en común, te distancias… No es bueno ni malo, no hay juicio detrás de esto. Pero Andreu a mí no se me acaba”, apostilla Romero. Las colaboraciones mutuas en sus nuevos programas o los próximos episodios del podcast no serán lo último que harán juntos. “Hay proyectos comunes que se están larvando, intentando vender”, avanza Buenafuente, “a mí me hace mucha ilusión que además de en el presente trabajamos con un futuro. Lo que yo quiera crecer, me gustaría crecerlo con él. Hay Andreu y Berto para rato. El límite es la esperanza de vida, que en España está en los ochenta y pico…”.
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