Joan Wallach Scott: “La justicia existe, pero la historia prueba que puede ser revertida”

La historiadora estadounidense Joan Wallace ­Scott (Brooklyn, 1941) es doctora honoris causa por tres universidades de élite: Harvard, Brown y Princeton. Es una reconocida pensadora y académica distinguida por sus más de 50 años de investigación en género, feminismo y relaciones de poder y sobrina del actor Eli Wallach (de El bueno, el feo y el malo, entre otras). Profesora emérita en la Facultad de Ciencias Sociales del Instituto de Estudios Avanzados de Princeton, uno de sus libros ha sido traducido por primera vez al español. Sobre el juicio de la historia (Alianza Editorial, 2022) cuestiona la creencia de que la historia nos redimirá. Para ella, pensar que la historia es un árbitro moral es una noción obsoleta debido a las estructuras imperantes de poder, que funcionan de acuerdo a sus propios intereses obstaculizando la concepción de justicia. Hace año y medio que una lesión de espalda le impide caminar sin bastón, pero no pierde la sonrisa, la curiosidad ni la lucidez.

PREGUNTA. Los disturbios de Charlottesville [en 2017, cuando un hombre embistió con un vehículo a manifestantes contra el supremacismo blanco] inspiraron su último libro. Señala que los problemas nunca se erradican por completo. ¿Qué opina ahora que nos enfrentamos a una regresión aún más grave con la primera guerra en Europa del siglo XXI?

RESPUESTA. Los acontecimientos corroboran que la historia no significa progreso. Estoy releyendo a la Escuela de Fráncfort (Adorno, Habermas, Walter Benjamin…) y me identifico más que nunca con ellos y con la incredulidad que experimentaron al creer que por fin estaban progresando. De repente tuvieron que enfrentarse al fascismo. Se preguntaban: ¿cómo ha sucedido esto? ¿Qué vamos a hacer ahora? Me ocurre lo mismo. Las fuerzas antidemocráticas están por doquier. No solo están tomando posesión de los instrumentos de poder y desmantelando las instituciones, sino que se salen siempre con la suya. Es difícil imaginar cómo vamos a salir de esta.

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P. De haber un “juicio de la historia” acerca de la invasión en Ucrania, ¿será justo si son los Estados-nación quienes lo articulan y no las víctimas?

R. Dudo que se produzca un juicio de la historia sobre la situación en Ucrania. He investigado sin encontrar muchas publicaciones que hablen de la posibilidad de que Putin sea juzgado y desacreditado por la historia. Creo que hay una creencia y aceptación general de que la situación se resolverá de una forma que no será satisfactoria. En la actualidad se está juzgando individualmente a soldados rusos por crímenes de guerra, pero conseguir un juicio a mayor escala es algo mucho más complejo. De llevarse a cabo un juicio dirigido por los Estados-nación, nunca sería justo, siempre hay intereses políticos que influencian las causas. Un ejemplo es cómo se tensó la relación de EE UU con Arabia Saudí tras el asesinato de Jamal Khashoggi, colaborador de The Washington Post. Las relaciones diplomáticas volvieron a estrecharse en cuanto EE UU necesitó negociar el precio del petróleo. No tenemos ninguna garantía de que con el tiempo vaya a haber justicia. Y si se consigue, será siempre temporal. La justicia existe, pero el tiempo y la historia han probado en múltiples ocasiones que puede ser revertida. Los logros no son permanentes.

P. Como está sucediendo con la decisión del Tribunal Supremo de EE UU de abolir el derecho al aborto…

R. Soy una ingenua, no contaba con que nos podían quitar ese derecho. Me siento terriblemente pesimista, es muy difícil no serlo dadas las circunstancias.

P. ¿Qué credibilidad tiene para usted el sistema de justicia estadounidense, considerando la cuestionable moralidad de algunos de los integrantes del Tribunal Supremo, como Brett Kavanaugh?

R. El Tribunal Supremo entero carece de credibilidad para proveer justicia. En un artículo para The Guardian, la escritora y ensayista Rebecca Solnit conecta los dos problemas que se debaten en EE UU, el aborto y la posesión de armas, a la supremacía masculina; me parece muy acertado. Se pretende controlar el cuerpo de las mujeres para forzarlas a ser agentes de reproducción, como si esa fuera nuestra principal función. Y la posesión de armas se asocia a la masculinidad, con eslóganes como Man Up, Get a Gun (Hazte un hombre, hazte con un arma). El partido de la vida es el partido de la muerte.

P. Los ejemplos que aborda en su libro (el Tribunal Internacional Militar de Núremberg en 1946, la Comisión para la Verdad y la Reconciliación en Sudáfrica en 1996 y las reivindicaciones de reparaciones por la esclavitud en EE UU) tienen en común la idea de la raza como rasgo definitorio de una nación. ¿Puede la identidad de una nación definirse de otra forma?

R. Hannah Arendt sostenía que no. En ese sentido, Israel representa el mal ejemplo de cómo una raza es todavía el símbolo del nacionalismo para determinados países. Pero hay otros ejemplos en los que la raza sí se consigue disociar de la identidad de un pueblo, como en Francia, donde la idea de nación deviene más de una asimilación cultural. O EE UU, que es concebida desde la abolición de la esclavitud como un lugar multicultural, una nación de inmigrantes.

P. Usted habla de cómo se liberó a los afroamericanos de la esclavitud, pero sufrieron y sufren otro tipo de sometimiento, el de la deuda, que los deja siempre en desventaja. ¿Cambió algo el Black Lives Matter?

R. Fue un movimiento que dio visibilidad y conciencia. Creo que ahora muchas más personas son conscientes de las dificultades de la vida de los negros, especialmente a partir de la muerte de George Floyd y el hecho de que fuera grabada en tiempo real. Ver cómo el policía lo fue asfixiando a lo largo de nueve minutos produjo un gran impacto. Pero el racismo en América sigue siendo un problema grave. Junto al incremento de la población concienciada y dispuesta a votar, en el mismo año de la muerte de ­Floyd, 2020, se produjo un aumento de lo que se conoce como Gerrymandering, una medida antidemocrática instaurada por los políticos para alterar el recuento de distritos electorales. Así que el cambio resulta invisible o no es lo suficientemente fuerte para propiciar acciones políticas. Darle visibilidad es crucial: necesitamos comunicar que la igualdad es necesaria; educar y concienciar sobre lo que es la decencia humana, aportar una mínima base ética a las nuevas generaciones, que puedan reaccionar de forma apropiada.

P. El movimiento #MeToo consiguió visibilizar y concienciar. Pero ¿qué opina de los grandes medios que se han posicionado a favor de Amber Heard en el juicio por difamación de Johnny Depp antes de que el juicio diera comienzo o sin ni siquiera haberlo seguido, tendiendo a presentarla como víctima solo por el hecho de ser mujer?

R. No he seguido el juicio así que no puedo opinar respecto a la resolución. Pero creo que la suposición, antes de que el tribunal examinara las pruebas, de que Heard era claramente la víctima es un ejemplo de pensamiento categórico que supone que todas las mujeres son víctimas de violencia doméstica y todos los hombres son perpetradores. Esto puede ser cierto estadísticamente, pero cada caso es diferente y requiere un examen en sus propios términos. En los primeros días del movimiento de mujeres en los EE UU., hablábamos de “mujeres” sin reconocer las diferencias de experiencia entre las mujeres blancas y las mujeres negras, entre las mujeres de clase trabajadora y las mujeres burguesas, y nos referíamos a los “hombres” como una categoría singular. Los movimientos sociales que introdujeron consideraciones de raza, clase, género y sexualidad, permitieron pensar fuera de las categorías binarias y eso derivó en políticas más definidas y una mejor apreciación de cómo se viven las diferencias en nuestras sociedades. No es buena idea tomar lo que se considera una posición “políticamente correcta” antes de que el caso haya sido examinado en toda su complejidad. Del mismo modo que parece que las redes sociales tomaron partido por Johnny Depp considerándolo la víctima antes de que se pudiera probar y después, tratándolo de héroe.

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