La CUP y la vieja política

Pese al origen asambleario de muchas de las formaciones que han enriquecido la democracia española, el aprendizaje de los mecanismos de la política institucional ha sido vertiginoso. La izquierda independentista, feminista y radical de la CUP decidió ayer martes recurrir al viejísimo instrumento del filibusterismo parlamentario para forzar al president de la Generalitat, Pere Aragonès, a aceptar sus demandas si quiere contar con los tres diputados que necesita para tramitar los Presupuestos. Con el voto favorable de unos 300 militantes y simpatizantes (sin que sean públicas las cifras del censo), reunidos en diversas asambleas presenciales y telemáticas, la CUP busca forzar a Aragonès a aceptar enmiendas en vivienda y sanidad, y a sacar de la agenda el Barcelona World impulsado por Hard Rock, los Juegos Olímpicos de Invierno o la ayuda millonaria que necesita el Gran Premio de Montmeló. Sin embargo, la portavoz de la CUP, Eulàlia Reguant, también ha puntualizado lo que probablemente sea el auténtico centro de la operación de la formación independentista: exhibir la distancia de la izquierda radical ante un “modelo de país” que no es el suyo. A la CUP le falla el proyecto que promueve el president de ERC, y cabe suponer que le falla todavía más el que encarna su socio de Gobierno y en particular el conseller de Economía y exdirectivo de La Caixa, Jaume Giró. El plazo del día 22 de noviembre permite que todavía haya margen para arrancar los tres votos que Aragonès necesita.

Tanto los socialistas como los comuns se han ofrecido desde hace tiempo a negociar esos Presupuestos con vistas a producir un cambio en la correlación de fuerzas del Parlament. El PSC ha asegurado, quizá precipitadamente, que se ha roto ya la mayoría parlamentaria del independentismo. En realidad, la CUP tiene dos caminos por delante: forzar la ruptura de la actual mayoría por coherencia ideológica e incompatibilidad con el neoliberalismo de Junts o bien llevar al límite la negociación para acabar cediendo el día 22 de noviembre los tres votos y exhibir el trofeo de unas concesiones que enfadan a otros relevantes sectores independentistas afines a ERC y a Junts. El doble bombeo sanguíneo que mueve a una agrupación asamblearia como la CUP no siempre logra acompasarse: la insurrección como práctica política choca a menudo con el instinto pragmático de rentabilizar sus diputados.

Pero la clave la tiene Aragonès: de él depende rebajar el enfado de parte de sus bases por querer contentar a la CUP, como de él depende explorar otras vías en el arco parlamentario sin ninguna gran contorsión. Tanto los comuns como el PSC han ofrecido diálogo abierto a posibles acuerdos que ampliarían el juego parlamentario y lo harían por la misma ala izquierda que hoy ostenta la presidencia de la Generalitat. No sería la primera vez que Aragonès reaccionase con un gesto de autoridad política ante la presión partidista. El modelo de país que demanda Eulàlia Reguant se aleja cada vez más del que puede negociar Pere Aragonès con otras formaciones de izquierdas en el Parlamento catalán, como el PSC y En Comú Podem, que representan a 850.000 votantes de impecable legitimidad democrática.

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