La democracia es un agente extranjero

Es un viejo argumento, perfectamente conocido por los más viejos del lugar. Lo utilizaba el franquismo y ahora lo hacen el putinismo y sus regímenes amigos, como el de Kazajistán. Las revueltas son siempre obra de agentes extranjeros. No hay motivos serios para protestar. Los económicos suelen ser excusas, y se resuelven con rápidas concesiones como las que ha hecho el régimen kazajo al rebajar el precio del combustible para los automóviles después de duplicarlo a partir del primero de enero. Y no los hay políticos: está asegurada la democracia soberana, la genuina, adaptada a las circunstancias del país y obediente a la vertical del poder, tal como se vio en las elecciones de Bielorrusia el pasado año o en Hong Kong ahora. La culpa es de agentes foráneos con ideas foráneas.

Es el modelo eficaz del capitalismo autoritario y mafioso. El mismo partido de matriz familiar, surgido del sistema comunista, detenta el poder desde hace más de 30 años. Es oceánica la corrupción. Las desigualdades, lacerantes y crecientes. La policía secreta se encarga de fundamentar el argumento de que la oposición no existe. La combinación del crecimiento económico con las cárceles e incluso los cementerios basta para mantener la paz y la ficción de la soberanía, incluso respecto a Moscú. Una ración de panturquismo en su relación especial con Ankara, otra de solidaridad islámica en su distancia crítica con la represión china en Xinjiang, y otra más de occidentalismo en las puertas abiertas de par en par a las inversiones europeas y americanas. Pero cuando suena la alarma, hay que contar con las tropas rusas para salvar la democracia soberana.

Saben cómo hacerlo. Lo han hecho otras veces. Y también se quedarán. Nunca hay que desaprovechar una crisis. La misión redentora rusa pertenece a una larga tradición, con dos momentos soviéticos culminantes —Hungría en 1956 y Praga en 1968— y una densa cronología pos-soviética: Georgia, Osetia del Norte y Abjasia (1991-93), Transnistria (1992), Tayikistán (1992-97), Chechenia (1994-96 y 1999-2009), Daguestán (1999), otra vez Georgia (2008), Ucrania (2014) y Siria (2015). Putin tiene razón. La democracia, como sistema pluralista y competitivo de gobierno de la mayoría en el que se respeta a la minoría y, por supuesto, los derechos individuales, es un agente extranjero para la internacional autocrática. Su mera existencia en el mundo amenaza a la soberanía de Rusia y de China, una agresión exterior que merece las respuestas que ya conocemos. La estamos viendo en Ucrania y en Hong Kong, territorios sobre los que exigen derecho de veto los imperios autocráticos. Sirve también para el supremacismo blanco y anglosajón del trumpismo, que quiere desposeer del derecho de voto a quienes considera extranjeros aunque hayan nacido en Estados Unidos ¿Alguien duda a estas alturas que Trump es un agente infiltrado por Putin y al mando del Partido Republicano?

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