La Europa de la indiferencia

Fue el papa Francisco, recién llegado al Vaticano, el primero en denunciar la globalización de la indiferencia en uno de los momentos más dramáticos de los naufragios y de los rescates de pateras de inmigrantes en el Mediterráneo. Hace ya ocho años de eso, y su clamor sirve todavía para definir la actitud de algunas estructuras europeas hacia los millares de inmigrantes que se hallan atrapados en la frontera de Bielorrusia con Polonia, por la acción de unos gobernantes que han organizado el tráfico de personas como arma indigna para obtener beneficios políticos e incluso económicos.

La figura inquietante de Alexander Lukashenko, el recalcitrante autócrata de Bielorrusia responsable de la crisis, ocupa todo la atención política europea hasta ocultar e incluso hacer olvidar el sufrimiento y la desatención que sufren los millares de ciudadanos originarios de Oriente Próximo. Han sido esquilmados y engañados y están ahora atrapados ante las puertas de la Unión Europea mientras se explota la vulnerabilidad y el peligro que corren sus vidas en sus países de origen, así como el negro futuro que les espera a sus jóvenes. La dimensión del chantaje es indiscutible. También el peligro que entraña, hasta alcanzar la dimensión de su utilización como arma de una guerra híbrida.

Quienes imaginaron y planificaron esta acción inhumana quieren destruir la Unión Europea y la han atacado por su flanco más débil, el de una Polonia gobernada por la extrema derecha populista, con el propósito de provocar la división entre los 27 y erosionar los principios fundacionales del proyecto europeo. Quieren que quienes derribaron muros en Europa central ahora se vean obligados a levantar nuevos muros de separación, quienes promovieron la libre circulación construyan ahora una Europa fortaleza y quienes promovieron el pluralismo, las libertades y el Estado de derecho entreguen primero los gobiernos a los extremistas y terminen destruyendo sus democracias.

El Gobierno polaco ya se ha proclamado defensor de las fronteras exteriores europeas y ha pedido con tal motivo la solidaridad de sus socios. Si alguien ha sacado tajada política, tanto en su imagen interior como en sus relaciones con Bruselas, es un Gabinete extremista como el de Mateusz Morawiecki en mitad de su batalla contra los principios fundacionales de la Unión Europea, especialmente la división de poderes y la independencia del poder judicial. Las peores ideas sobre la inmigración, que identifican con una invasión, una gran sustitución de población étnica y religiosamente distinta, o incluso una guerra, están haciendo mella en las sociedades europeas, cada vez más sumidas en la perturbadora y manipulada agenda ideológica de la extrema derecha.

El síntoma es la indiferencia ante el sufrimiento de los migrantes atrapados en sus fronteras, repetición de una tragedia mediterránea que sucede una y otra vez, desde el Egeo hasta Gibraltar, en el mar, en las playas y, lo que es peor, en unos campos y centros de acogida que no siempre están a la altura de los valores y los principios que rigen en la Unión Europea. Pero el origen de esta tragedia, peligrosa para la propia UE, es la ausencia de una política europea común de inmigración, asilo y fronteras que sea acorde con la legalidad internacional y con el respeto a los derechos humanos. Solo eso evitará que seamos rehenes de los regímenes autocráticos y sin escrúpulos a los que hemos venido subrogando el control de los flujos migratorios.

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