La fiesta prohibida de Downing Street que ha desatado la rabia de los conservadores contra Johnson
Boris Johnson solo tiene dos manos, y cada intento de taponar una nueva crisis se ve limitado por la necesidad de frenar un pérdida de credibilidad, que se le escapa a chorros. Justo cuando su Gobierno celebra reuniones diarias para analizar la evolución de la variante ómicron del virus, y se plantea una nueva vuelta de tuerca en las restricciones sociales días antes de Navidades, los británicos han descubierto que el personal de Downing Street se saltó el confinamiento en diciembre pasado para celebrar las fiestas. “La ya famosa fiesta del número 10 de Downing Street supone que cualquier nuevo confinamiento que se imponga se entenderá únicamente como una recomendación, diga lo que diga la ley”, resumía el diputado conservador Charles Walker a la BBC el martes por la noche.
El daño infligido es doble. No solo porque vuelve a transmitirse la idea de que el Gobierno tiene una regla anti-covid para la población y otra para su gente, sino porque Johnson ha vuelto a ser pillado en una mentira. Cuando estalló la noticia, que el Daily Mirror publicó a principios de esta semana, el primer ministro aseguró que “todas las normas y recomendaciones vigentes se respetaron”. Según la información del diario, sin embargo, fueron al menos treinta personas las que se reunieron en las oficinas de la sede del Gobierno para la celebración, y la fiesta incluyó intercambio de regalos a la manera del amigo invisible. Era el 18 de diciembre. Dos días antes, Londres había entrado en Nivel 3 de alerta contra el coronavirus, lo que suponía que no podía haber reuniones en interiores, más allá de los miembros de una burbuja familiar. La recomendación, en esos momentos, era la de trabajar desde casa, y solo celebrar comidas de trabajo si resultara absolutamente necesario.

Era difícil sostener la falsedad, pero todo se ha agravado aún más al publicar la cadena ITV un vídeo que añadía escarnio a la ofensa. Johnson había contratado poco antes del evento a la periodista política de la BBC, Allegar Strattton, como nueva jefa de prensa y portavoz de Downing Street. Trabajaban entonces en la idea de tener ruedas de prensa diarias televisadas de Stratton, como hace el equipo de comunicación de la Casa Blanca estadounidense. Y habían comenzado ya los ensayos, con cámaras, atril, y simulacros de preguntas y respuestas, convenientemente grabadas por una productora televisiva contratada a ese propósito. Uno de los miembros del equipo que participaba en las pruebas lanzó la pregunta: “He visto informaciones en Twitter que hablan de que hubo una fiesta de Navidad en Downing Street el viernes por la noche. ¿Reconoce esas informaciones?” Sonrisa nerviosa. “Yo me fui a casa”, contesta. El compañero insiste, y Stratton comienza a bromear con respuestas evasivas. “¿Vale responder que fue solo la habitual combinación de queso y vino?”, dice. Es famosa la costumbre de Johnson de terminar el día con esa combinación, en abundantes raciones, y saltarse la dieta en la que esté en ese momento. “Fue una reunión de trabajo, aunque no respetara la distancia social”, concluye Stratton entre risas, mientras advierte al equipo que todo se está grabando. Así fue, y esa grabación se ha conocido justo en uno de los momentos más delicados del Gobierno de Johnson.
“Todos aquellos a los que se prohibió que pudieran ver esos días a sus seres queridos, muchos de ellos en el final de su vida, van a llegar a la rápida conclusión de que les tomaron por idiotas”, ha denunciado el diputado conservador, Roger Gale. La Policía Metropolitana de Londres, New Scotland Yard, ha iniciado ya una investigación sobre el incidente y revisa el vídeo emitido por ITV. Fue Kilt Malthouse, el secretario de Estado de Interior para Asuntos Policiales, el primero en reclamar una investigación oficial de todo lo sucedido. “Se ha realizado una acusación, y la policía debe investigar el asunto y llegar a sus propias conclusiones, sin que nosotros les forcemos a nada”, anunciaba Malthouse.
El líder de la oposición laborista, Keir Starmer, ha exigido a Johnson una disculpa inmediata. “La gente en todo el país siguió las reglas incluso cuando implicaban estar separados de sus familias, confinados y, de forma trágica para muchos, incapaces de decir adiós a sus seres queridos. Tenían derecho a esperar que el Gobierno hiciese lo mismo”, ha dicho Starmer. “Mentir y reírse de esas mentiras es vergonzoso”.
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El Gobierno de Johnson debate esta semana si impone, como en otros países europeos, la exigencia de un certificado covid para eventos y fiestas que se celebren en interiores. Los ministros están divididos al respecto. El responsable de Sanidad, Sajid Javid, quien esta misma semana ha anunciado que la transmsión de ómicron era ya comunitaria en el Reino Unido, quiere más controles. Otros miembros del Gobierno, presionados por el ala dura de los diputados conservadores, que rechaza más restricciones a los derechos y libertades, se opone a las nuevas medidas. El escándalo de la fiesta en Downing Street ha llegado en el momento en que Johnson necesitaba más autoridad y credibilidad para controlar una situación delicada.
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