La historia del internacional Antonio Serradilla: “Decidí que me extirpasen el ojo y estoy contento”

Hace cuatro meses al lateral le diagnosticaron un melanoma de coroides y ya ha vuelto a entrenar. “Mi objetivo es volver a la selección. He perdido visión periférica, pero puedo recuperar mi nivel”

“Fue después de un partido contra el Guadalajara, a finales de marzo. Me levanté de una siesta y veía un poco borroso, pero no le di importancia. Creía que era alguna tontería. Tardé cuatro días en ir a mirármelo. En el centro de salud me dijeron que podía ser grave, me derivaron al hospital y allí ya me detectaron melanoma de coroides en el ojo derecho, un tumor debajo de la retina. Me fui a tratar a Sevilla, mi ciudad, donde me hicieron un montón de pruebas para confirmar el diagnóstico y al final me dijeron que tenía dos opciones. La primera era seguir un tratamiento largo que me permitiría mantener el ojo, pero con visión reducida y la posibilidad de que reapareciera el tumor. La segunda era directamente que me extirpasen el ojo. Decidí que la mejor era la segunda y estoy muy contento con esa decisión”.

Antonio Serradilla era uno de los jóvenes llamados a cubrir las bajas de la mejor generación del balonmano español -Raúl Entrerríos, Joan Cañellas, Viran Morros, Gedeón Guardiola, Dani Sarmiento…- cuando un diagnóstico, melanoma de coroides en el ojo derecho, le obligó a abandonar las pistas. Dos años atrás, con sólo 20, había debutado como internacional y con sus dos metros un puesto en la defensa de la selección post-Tokio 2020 parecía suyo, pero durante unos meses su objetivo fue distinto.

“El balonmano se hizo a un lado, lo primero era la salud. En mi club, el Logroño, entendieron que me fuera a Sevilla para estar más cerca de mi familia y suerte que lo hice porque los primeros días fueron muy duros. Lo pasé bastante mal. Sangraba mucho, me mareaba, fue un proceso complicado. Luego cuando empecé a sentirme mejor, a hacer un poco de ejercicio, ya se me metió en la cabeza volver a las pistas. Recuerdo que en un día me puse a jugar a ping pong con mis hermanos y me alegré mucho porque me di cuenta de que no había perdido los reflejos, que era cuestión de acostumbrarse. Y, bueno, en eso estoy”.