La paradoja psicomotriz de Dusan Vlahovic

Los futbolistas suelen curvar las piernas hacia el exterior de tanto proteger la pelota entre sus pies. Son excepcionales los que llegan a profesionales con las rodillas hundidas hacia adentro, lo que vulgarmente se denomina piernas en X, pues esta morfología, además de inducir lesiones de menisco, es un impedimento difícil de salvar para desarrollar la potencia y la habilidad. Solo Garrincha rompió el molde entre los grandes. Hasta los años de la pandemia no se conocía un jugador con cualidades para competir por el Balón de Oro que hubiera juntado las rodillas. La extravagancia corresponde a Dusan Vlahovic, máximo goleador de la Serie A desde 2020 y visitante de La Cerámica hoy para disputar los octavos de la Champions.
Si el cruce de Champions con la Juventus fue recibido con optimismo por el Villarreal, el fichaje del serbio por el club de Turín (80 millones a la Fiorentina) en enero oscureció de repente el panorama que visualizaban el director deportivo José Manuel Llaneza y el entrenador Unai Emery cuando contemplaban el doble partido contra un rival en plena crisis financiera, institucional y deportiva. Al conocer la noticia, el técnico vasco supo que debería preparar a Raúl Albiol y Pau Torres para una experiencia extrema ante un atacante que suma 0,8 goles por partido esta temporada, contra los 0,7 de Mbappé y los 1,1 de Haaland, sus predecesores en la carrera por ocupar el podio mundial del gol.
“El reto es mayúsculo”, ponderó ayer Emery, consciente de que su defensa debería frenar a uno de los futbolistas más indescifrables.
La mano que tiene Vlahovic por pie izquierdo sería un accesorio inerme si no le añadiera el poder de decidir sin esfuerzo los caminos más destructivos en el menor tiempo posible. Infatigable en la movilidad y asombrosamente coordinado en el desplazamiento de su cuerpo de 1,90m, el hombre posee la doble virtud de repetir desmarques regulares de trayectorias quebradas y hacerlo exactamente en las zonas fronterizas que obligan a sus marcadores a dudar si seguirle o dejar que le siga un compañero. Ataca el área desde todos los ángulos, cae a las bandas y se interna en el mediocampo para combinar con clarividencia sin que los pivotes, ni los laterales, ni los centrales, consigan seguirle sin exasperarse. Lo hace como poseído por una ansiedad invencible. Es su modo natural de vivir los partidos. La concentración, que en la mayoría de los futbolistas deriva en altibajos del rendimiento, consecuencia del estrés y la fatiga mental, a él no le consume más energía que manipular una bola de goma.
“Dusan no es un marciano”, alertó Massimiliano Allegri, su técnico, el viernes pasado, tras el decepcionante 1-1 contra el Torino. “Con la Fiorentina jugaba un partido a la semana; ahora suma seis seguidos en un mes”.
A sus 22 años recién cumplidos no es un marciano. Pero si existe un valor que le eleva por encima de todo lo conocido es su poder psicológico. Una compañía que gestiona derechos audiovisuales del fútbol en Alemania encargó el año pasado una medición para determinar qué jugadores poseen mayor potencial de crecimiento. El resultado se expresó en valores numéricos tras dos semanas de cálculos por parte de analistas de big data y técnicos de fútbol. Según un técnico que prefiere el anonimato, el resultado más sorprendente se produjo en la simulación que enfrentó al equipo de Vlahovic contra el de Haaland en el test de 40 partidos que medía la fuerza mental, punto en el que el jugador noruego se consideraba el súmmum. Considerando que los otros 20 jugadores implicados fueran exactamente iguales, el equipo de Vlahovic ganó el 60% de los duelos. La diferencia la hicieron sus capacidades intelectuales para gestionar factores como la resiliencia, la respuesta a los errores, la velocidad de interpretación, la determinación en el desmarque o la perseverancia en la presión.
La fuerza mental, en definitiva, hizo del patizambo un crack.
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