Las elecciones en Hungría y Serbia consolidan a los aliados de Putin en Europa pese a la guerra

El primer mensaje de Viktor Orbán tras su victoria este domingo por cuarta vez consecutiva, y quinta en su carrera, fue transparente: la Unión Europea puede prepararse para nuevas embestidas desde Budapest a los valores fundacionales europeos. Vendrán con fuerza, además, después de lograr una nueva supermayoría que supera incluso a la anterior y da legitimidad por la vía de los votos al aliado del Kremlin en la UE, que por primera vez tenía enfrente a la oposición unida en una coalición. En Serbia, fuera del bloque comunitario, el también populista Aleksandar Vucic fue reelegido en la jefatura del Estado con una cómoda mayoría absoluta. Son las primeras elecciones celebradas en una Europa en guerra. En ambas, los aliados de Vladímir Putin han logrado grandes éxitos.
“Hemos tenido una gran victoria. Tan grande que se puede ver desde la luna, y desde luego, desde Bruselas”, proclamó el ultraconservador Orbán, de 58 años. En el mismo mensaje a sus seguidores dio un repaso a los que considera sus adversarios en este momento: “Recordaremos esta victoria hasta el final de nuestras vidas porque tuvimos que luchar contra una gran cantidad de oponentes: la izquierda local, la izquierda internacional, los burócratas de Bruselas, todo el dinero y las instituciones del imperio de Soros, los principales medios de comunicación internacionales y el presidente ucraniano también”.
En las semanas de campaña previas a las elecciones, los dos líderes y candidatos trataron de mantener una cierta distancia con su aliado en Moscú, pero sin atacarle directamente. Vucic declaró su apoyo a la “integridad territorial de Ucrania y apoyó la resolución de condena en la ONU, pero rechazó sumarse a las sanciones de la UE, club al que aspira a integrarse, con el argumento de que Rusia no impuso esos castigos al país durante la guerra de los Balcanes en los noventa.
Orbán fue de la mano de Bruselas en todas las sanciones aprobadas hasta ahora, pero vetó cualquier castigo a las importaciones de crudo y gas, de los que depende, y se negó a mandar armas a Ucrania o a que por su territorio pasen las de otros. Los últimos días, sin embargo, acusó al presidente ucranio Volodímir Zelenski de haber llegado a un acuerdo con la oposición para intervenir en las elecciones.
Ganadas las elecciones, Orbán terminó expresando de qué lado está en la agresión de Rusia a Ucrania, como le había exhortado a hacer Volodímir Zelenski días antes en el Consejo Europeo. Por si había alguna duda, el primer ministro dejó claro que el presidente ucranio ha pasado a engrosar la lista de sus oponentes, en la que Bruselas está entre los primeros puestos.
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Las lealtades de Budapest han estado mucho más cerca de Moscú que de Kiev, con quien tenía desde 2017 una disputa a costa de la política lingüística que afecta a la minoría de origen húngaro residente en la Transcarpatia ucrania. Con Moscú, Orbán tiene fuertes vínculos económicos, pero además, el régimen de Vladímir Putin es un modelo para el régimen que el líder ultraconservador ha construido en Hungría.
En 2014 el primer ministro, al estrenar su segundo mandato consecutivo, apostó por “romper con los dogmas e ideologías adoptadas por Occidente” y seguir el modelo de “sistemas no liberales, no democracias liberales y quizás ni siquiera democracias”, entre las que mencionó a China, India, Turquía y, por supuesto, Rusia. Orbán, que se ha reunido con Putin 11 veces en los últimos 12 años en el poder, según el think tank Political Capital, se ha inspirado en algunos elementos del régimen ruso basados en la defensa ultra de la nación, la familia y el cristianismo.
Sin llegar al autoritarismo de Moscú, pero alejándose de los estándares democráticos, según organizaciones como Freedom House, Orbán se ha ido rodeando de un grupo de oligarcas cercanos al poder, señalados por corrupción, que le permiten controlar sectores económicos. En paralelo, ha ido poniendo cerco a las ONG financiadas por capital extranjero y ha señalado a personas de la sociedad civil que considera “mercenarios de [el filántropo George] Soros”. Sin necesidad de censura directa o cierre de medios de comunicación, ha distorsionado el mercado para permitir la concentración de medios favorables que forman una robusta maquinaria de propaganda progubernamental.
Su último envite ha sido el colectivo LGTBI. En el verano de 2021 aprobó una ley que prohíbe hablar sobre género y homosexualidad en las escuelas y pone límites en los medios de comunicación, con el pretexto de proteger a la infancia. De nuevo, recuerda a la norma conocida como antipropaganda LGTBI que Rusia aprobó en 2003. Este domingo, Orbán pretendía legitimar su ley ante el procedimiento de infracción que le abrió Bruselas, pero el referéndum que convocó junto a las elecciones fracasó al no lograr superar el 50% de votos válidos.
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