Los “casamenteros” de los grandes simios: así hacen ‘match’ los zoos europeos entre sus primates

Solo lo ha cogido en brazos su madre. Nació el 15 de mayo, y desde entonces, piel con piel. Aún no tiene nombre, entre otras cosas porque no se sabe su sexo. Es tan pequeño y está tan pegado al pecho materno, que no hay manera de saberlo a distancia. “Mira a la Jawi, no le suelta un momento, es una madraza, ¡uy qué bien engancha el pezón!”, a María Teresa Abelló, conservadora de primates del Zoo de Barcelona, se le cae la baba. Está orgullosa porque en sus 35 años en el zoológico municipal (26 en su cargo actual) ha visto a primates abandonar crías en un rincón, sin saber qué hacer con ellas, o colocárselas en la ingle donde guardan las palomas que torturan o comida, con el riesgo de asfixiarlas. A Locki, la abuela del recién nacido, una anciana de 39 años que deambula pesada por el recinto acristalado, llegaron a anestesiarla dos veces para colocarle a Jawi en la teta, untándole miel en los pezones, que apuntan a sus axilas, para que la pequeña recordase mejor el largo camino hasta ellos.

“Los zoos han dado un giro de 180 grados en las últimas décadas, especialmente en el caso de los primates”, dice Miquel Llorente, presidente de la Asociación Primatológica Española. Cuando Abelló empezó en el de Barcelona, los gorilas se sacaban de los dormitorios a manguerazos para ser exhibidos y los recién nacidos se criaban en recintos separados (“nurseries”) donde eran alimentados a biberón. “La cría a mano evitaba que los primates viesen cómo lo hacían sus mayores y lo mismo con la cópula, cuando llegaba el momento simplemente, no sabían, el instinto solo no vale”, dice la experta. Ahora la intervención humana es la mínima imprescindible y las crías ven desde pequeñas cómo funciona el asunto.

“De Copito de Nieve se buscó descendencia sin ningún criterio conservacionista”, admite la primatóloga. Entonces los nacimientos se anunciaban con grandes campañas publicitarias. Este sábado, el zoo de Barcelona presentó al pequeño orangután en una aséptica nota de prensa en la que se dedica más espacio a divulgar la precaria situación de la especie en Borneo y la intención del zoo de participar en un programa de reintegración de individuos en su hábitat natural. La sensibilidad también ha cambiado fuera del zoo: la cría en cautividad tiene detractores entre la comunidad científica y el gran público.

En este proceso, los zoos han pasado de competir emparejando primates atendiendo a razones comerciales, vendiéndoselos para crear nuevas atracciones, a hacerlo con un sistema cooperativo “que busca poblaciones sanas y sostenibles que aseguren la supervivencia de la especie”, según Abelló, que es vicecoordinadora de gorilas en el Programa Europeo de Especies en Peligro (EEP) Ex Situ. “Somos los casamenteros de estas especies amenazadas”, dice, “una tarea especialmente compleja con los simios, que tienen comportamientos muy sofisticados”.

Por cada especie, una docena de expertos (de los zoos e independientes) coordina el traslado de individuos para que sea lo menos traumático posible y supervisa la diversidad genética de los cruces, evitando la consanguineidad. Se fijan también en cosas como el carácter y la edad. Abelló ilustra un posible problema: si un macho joven llega a un zoo en el que solo hay hembras mayores “que tienden a ser cascarrabias”, se pueden aconchabar en su contra, emasculando su instinto dominante.

Pese a las cautelas, el nacimiento de la cría aún sin nombre tiene tintes de drama shakesperiano que nadie adivinaría viendo a los orangutanes comer pipas y jugar en su recinto de mil metros (una ampliación de los 70 en los que vivían hasta hace unos años).

El padre, Karl (25 años), llegó de Dublín en 2005. Era joven e inseguro y le costó adaptarse. Venía para Jawi (también 25), pero Locki, la hembra vieja, lo adoptó —”como una tieta”—, lo cual no evitó que la dejase preñada. “Los primerizos tienden a juntarse con hembras más expertas, simplemente porque no saben por dónde”, explica Abelló que ha visto machos “montar a caballo” a las hembras, apenas frotándose. Una curiosidad: a pesar de su espectáculo de virilidad, gorilas y orangutanes tiene penes especialmente pequeños ya que no necesitan competir en ese sentido.

Karl aprendió: esta es su quinta cría, tres con Jawi y dos con su suegra. Dado su ímpetu, le trajeron en 2019 una hembra nacida en Suecia, Storma. No hubo química. Karl intentó dominarla, ella huyó y Jawi salió en su defensa. Para mostrar quién mandaba, el macho retuvo a Jawi durante seis horas y hubo que sedarle.

Karl vive ahora separado de las hembras y sus hijos. “Es muy bruto”, dice Abelló. Aunque lo considera “un buen padre”, puede haber un accidente con el recién nacido y su relación con Locki es “insostenible”: “A su edad solo quiere estar tranquila la pobre”. La cópula de los orangutanes es violenta en general: uniones ventroventrales (postura del misionero, no del perrito, cómo los gorilas) en las que el macho sujeta a la hembra con las cuatro extremidades. Pero en sus últimos encuentros Karl llegó a morder a su suegra/concubina. Tampoco tolera a su hijo Balú, de nueve años. A pesar de hacer volteretas tan feliz entre las hembras, empieza a ser competencia para “el rey sol”. Habrá que buscarle pronto otro sitio.

En la naturaleza, cuando un joven macho orangután se desarrolla sexualmente, su padre, que vive solo pero tiene un harén disperso de hembras, lo echa del grupo. El expulsado vaga en solitario hasta establecer su propio territorio y familia (los gorilas se juntan en grupos de solteros que van por ahí haciendo el gamberro antes de sentar la cabeza). Algunos orangutanes al llegar la madurez sexual desarrollan las paperas que les identifican como machos dominantes, en las que resuenan los bramidos a los que acuden las hembras. Otros no, y quedan como machos periféricos, conformándose con las hembras que merodean el territorio de los alfa. Eso, en la selva. En cautividad, hay que llamar a otro zoo.

Ahí entran los casamenteros del EEP. “Hay que ver las necesidades de unos 75 zoos, 60 en Europa”, explica la primatóloga, “para ir formado parejas viables o crear grupos de solteros”. Es un “juego complicadísimo: no te puedes pasar y acabar con crías que no tienes dónde meter”. Los gorilas de Abelló están ahora en parada reproductiva (las hembras toman anticonceptivos humanos) porque no hay espacio para más. Pero el parón no se puede alargar mucho, porque si no los jóvenes no podrán observar el proceso ni sabrán criar en el futuro.

María Teresa Abelló, conservadora de primates del Zoo de Barcelona, saluda a un ejemplar en el recinto de los gorilas este lunes.
María Teresa Abelló, conservadora de primates del Zoo de Barcelona, saluda a un ejemplar en el recinto de los gorilas este lunes. Massimiliano Minocri

Solo entre orangutanes el EEP realiza unas 20 “transferencias” anuales y sus “asociaciones” dan en torno a una decena de crías al año; en lo que va de 2022 han nacido tres en Europa y otro en un zoo de Nueva Zelanda. Son movimientos caros (paga el transporte quien recibe al animal) que pueden ser traumáticos para los simios. “Y a más estrés, menos funciona la cosa”, dice Abelló. Para facilitar la integración, sus cuidadores viajan con ellos, y hay un periodo inicial en el que se observa “con quien se acerca más a la reja”. Los contactos arrancan de uno en uno, con quien se ha notado “más feeling”. “A veces tardan más en conectar y otras no, como las personas”, dice Abelló. “En general lo que funciona es que estén contentos”. “Que estén bien”, es la frase que más repite a lo largo de la mañana en el zoo la primatóloga, en su despacho, lleno de fotos de simios, también tiene instantáneas con Lee McGeorge Durrell, Jane Godall o Jordi Sabaté Pi.

Buscando ese feeling, el zoo de Apenheul, en Holanda, donde los primates campan a sus anchas en un bosque, puso en marcha hace cuatro años junto a la Universidad de Leiden el proyecto Tinder para orangutanes. “Está comprobado que la preferencia por una pareja favorece el éxito de la misma, es como la atracción en los humanos”, dice Tom Roth, primatólogo especializado en comportamiento animal. Con animales pequeños, como los pájaros, es habitual utilizar un “callejón de los enamorados” (lover’s lane), que consiste en colocar a los machos en jaulas para que la hembra elija a quién visitar, explica. En el caso de los grandes simios sería muy caro y estresante para ellos, así que el equipo de Roth busca una manera de “predecir a distancia” posibles “matchs”. Están entrenando a las orangutanas (solo a las que quieren voluntariamente jugar) a usar pantallas táctiles que muestran fotos de pretendientes, con papada y sin ella (de momento no parecen preferir demasiado a los dominantes). Los próximos pasos serán analizar si siguen con la mirada a determinados individuos o incluir audios de sus bramidos. “Aun queda mucho trabajo por delante”, admite Roth.

Con o sin Tinder, los zoos son conscientes de las críticas en torno a la cría en cautividad. Organizaciones como el Proyecto Gran Simio defienden que sigue sustentando “un negocio” y solo aumenta el número de animales cautivos, considerando que la separación de los homínidos de sus familias y amigos “es cruel e innecesaria”. En Barcelona, la iniciativa civil y científica ZOOXXI propone una reconversión del zoo en el que nuevas tecnologías inmersivas sustituyan a los animales vivos. La reproducción ex situ “sólo debe ser para animales que participen en proyectos de reintroducción en el contexto de programas de conservación de ecosistemas”, dice su portavoz Rosi Carrillo, incidiendo en la “sintiencia animal”: “Los animales son individuos con capacidades cognitivas, estados emocionales y personalidad, nuestro cambio de relación con ellos pasa por entender que son ‘alguien’ y no ‘algo”. Aunque tanto el zoo de Barcelona como el de Apelheun tienen programas de reintroducción, estos son incipientes.

Los zoos defienden su función educativa y conservacionista. “Los animales vivos transmiten una emoción por la naturaleza que no es comparable a ninguna tecnología”, dice Abelló. “Y tal como está el mundo es imprescindible crear un reservorio genético”, opina insistiendo en que parte de la función de los zoos es crear biobancos de ADN que podría ser utilizados para rescatar especies extintas en un futuro “aún inimaginable”. Roth añade otra variable: “La necesidad de los animales cautivos de experimentar una parte fundamental de su comportamiento natural: tener crías”.

En un punto intermedio, Miquel Llorente, con “amigos en ambos lados”, señala la lógica de ambas posturas y sus aristas éticas: “¿Hasta que punto tenemos derecho a someter a una cría a vivir toda su vida en cautividad?, pero por otro lado ¿quién eres tú para decidir que una gorila no sea madre?”. Su esperanza es que los zoos vayan hacía la reintroducción: “Por puntuales que sean, hay que valorar que participen en este tipo de programas, que son lentísimos y carísimos, porque no tiene sentido crear un reservorio si no es para devolver una especie a su hábitat”. Y plantea una última duda: “Afirmar que la cautividad es mala no tiene evidencia científica, hay animales que la llevan peor y otros mejor, no funciona el café para todos, hay que hacer interpretaciones más individualizadas… ¿Y qué es ser libre en todo caso? Creer que los gorilas de montaña son libres es una equivocación. Están gestionados. Hemos llegado a tal punto en el control de la naturaleza que en el parque nacional de Virunga, un lugar recóndito, pagas mil euros por entrar a verlos: la libertad es ya simplemente una jaula más grande”.

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