Los desastres de la Guerra Civil, en colores

El rojo de las boinas carlistas o el de las pancartas con mensajes antifascistas, el azul marino de las camisas de los falangistas, el vestido verde botella de Federica Montseny en su primer acto tras ser nombrada ministra de Sanidad, el blanco de la nieve de la batalla de Teruel y, sobre todo, el rojo de la sangre de los muertos. Colores que dan más información, que cuentan más, que esas mismas fotografías de la Guerra Civil vistas en sus originales en blanco y negro. Sin embargo, también pueden plantear los límites a la manipulación de imágenes del pasado, en este caso coloreadas digitalmente. En la estela de lo visto en series documentales de televisión como Apocalipsis, sobre la II Guerra Mundial, y España dividida, de la Guerra Civil, la editorial Desperta Ferro ha publicado Sangre en la frente, un libro que recorre en orden cronológico el conflicto español en 181 imágenes retocadas con color.

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Niños refugiados en el metro de Madrid, 1936. Para ver el original y el coloreado pinche sobre el botón con flechas. Biblioteca Nacional de España

Un historiador y un fotógrafo son los autores de esta obra, titulada con un verso del poema El crimen fue en Granada, con el que Antonio Machado lloró el asesinato de Federico García Lorca. Jesús Jiménez, especializado en conflictos militares del siglo XX y coordinador de publicaciones de Desperta Ferro, asegura en conversación telefónica que “no se trata de un ensayo, sino de un libro de divulgación, para un público amplio”. “Basándose en la historiografía académica, se pretende acercar al espectador a ese pasado”. Está dirigido en especial a los jóvenes, acostumbrados a que su universo de imágenes en todos los dispositivos sea en color. “Hay varias generaciones que no han conocido aquello y esta forma de contarlo es empática, ayuda a entender las sensaciones de quienes lo vivieron”.

El fotohistoriador Juan Miguel Sánchez Vigil, autor del prólogo, se pregunta por qué habría que rechazar el uso de esta herramienta y otros nuevos formatos de relatos históricos. “En el blanco y negro siempre falta información y, por lo tanto, el mensaje merma. Y si el documento cambia [como aquí sucede], el análisis y la interpretación también pueden cambiar”, añade.

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Salida de Unamuno del Paraninfo de la Universidad de Salamanca, el 12 de octubre de 1936. Biblioteca Nacional de España

Para llenar de color esos originales en blanco, negro y gris, el fotógrafo Jordi Bru se ha servido, entre otros recursos, de imágenes que ha ido tomando de recreaciones históricas de ejércitos y batallas, en las que es un especialista. Un ejemplo: “No variaba mucho el tono de los caquis de los uniformes de los dos bandos. Además, hay personas que me han asesorado en cuestiones como las banderas, las medallas, y tengo un archivo de unos mil carteles de la guerra. A veces son más importantes esos detalles que el color de la foto en general”, dice también por teléfono.

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Niños en un orfanato de Valencia, Navidades de 1938. Biblioteca Valenciana Nicolau Primitiu

Cada instantánea va acompañada de un texto escrito por Jiménez. “Es una contextualización en la que, partiendo de lo que se ve, se trazan grandes cuestiones de ese periodo. No se trata de contar la guerra, no es un relato bélico, ni una historia de las dos Españas, sino la historia de una sociedad en guerra, una circunstancia que afectó a todo, a cuestiones como la economía, la cultura, el papel de las mujeres…”.

¿Hay riesgo de que el resultado parezca irreal, un colorinche de tonos saturados? “Ese debate existe, esperábamos comentarios negativos, sobre todo en redes, pero no ha habido. Claro que hay un punto de subjetividad en algunos casos, pero no se sustituye al documento original”, añade Jiménez. Mientras que el autor de esos retoques reconoce que al principio tenía sus reticencias. “Pero aquellos fotógrafos no hicieron las fotos en blanco y negro porque querían. Era lo que había. Sé que habrá colegas que no estarán de acuerdo con lo que hemos hecho”. Sánchez Vigil, que es director de un grupo de investigación fotográfica en la Universidad Complutense de Madrid, abunda en esta cuestión: “El mundo es en color, pero la fotografía lo representó en ocres y gamas de grises durante más de cien años por obligación, debido a la técnica”.

Quizás lo que más ponga en cuestión este relato son los tonos saturados de algunas fotos. “Ha sido mi mayor preocupación, que no fueran como las fotos de los ochenta”, señala Bru, que defiende “el coloreado porque aporta mucha información”. Y cita la imagen titulada Muerte en Triana, el asesinato en Sevilla los primeros días de guerra de contrarios a la sublevación militar: “Vista en blanco y negro parece una cosa, pero en color te das cuenta de que la mancha gris de la pared es sangre, que les pusieron ahí para dispararles en la cabeza”.

Esa constatación de los horrores de la guerra es aún más cruda en la imagen más escabrosa del libro, tomada en una trinchera en Quinto (Zaragoza). Es un cadáver en el que la cabeza, destrozada, es una masa amorfa de sangre seca. “Solo hemos dado una así, no hemos querido recrearnos. Además, es complicado encontrar este tipo de imágenes porque no suelen estar en las colecciones, ni en las fotos oficialistas. Sin embargo, la guerra es ante todo muerte y sufrimiento”, explica Jiménez.

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Franco y Queipo de Llano (en el centro), en Sevilla, agosto de 1936. Biblioteca Nacional de España

La selección del material ha sido “un proceso complicado”, en el que se ha partido de imágenes ya digitalizadas. “Había que combinar varios criterios, que tuvieran calidad técnica, que transmitiesen sensaciones e información, y que no estuvieran dañadas”. Sobre esta cuestión, el fotoperiodista resopla al recordar que la restauración de originales ha sido “lo más duro”. “Hemos encontrado originales con raspazos, rayas, motas de polvo…”. Entre las que más trabajo le han dado, subraya, están las de refugiados, porque había que colorear muchas caras. “Precisamente, ese era siempre el último paso, retocar la piel, las manos… hasta ese instante parece que la foto está muerta”, apunta.

Sobre los reporteros que tomaron aquellas instantáneas jugándose el pellejo, los que Julio Souza, fotógrafo que se exilió a México, llamaba “la infantería del fotoperiodismo”, Bru subraya: “Debieron de soportar una gran presión, aunque hay imágenes que parecen montajes, de esas en las que parece haberse dicho: ‘Hacer como que disparáis”. Aunque algunas tiene “envidia” porque le habría gustado haberlas hecho él. Como una de José Demaría Vázquez, Campúa, de tres soldados de la 4ª División Navarra bañándose en la orilla del mar en Vinaroz mientras hacen el saludo fascista a cámara. “Están delgados, han pasado penurias, pero al ver al fotógrafo reaccionan. La reflexión es que también los fotógrafos podían condicionar una imagen”.

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Civiles huyen de los bombardeos de los aviones del bando sublevado en la ‘desbandá’ tras la caída de Málaga, en febrero de 1937. Jesús Majada Neila

Del archivo de Albacete a la Universidad de Nueva York

Entre las instituciones y archivos que han nutrido el libro Sangre en la frente están la Biblioteca Nacional de España, el Centro Documental de la Memoria Histórica, la agencia Efe, el Muséu del Pueblu d’Asturies, el Archivo José F. Demaría, Campúa; el Archivo Municipal de Zaragoza, el Archivo Real y General de Navarra, la Biblioteca Valenciana Nicolau Primitiu, la fototeca de Kutxa Fundazioa, el Archivo Histórico Provincial de Albacete y, del exterior, el Bundesarchiv Bild alemán y el Archivo de la Brigada Abraham Lincoln, de la Universidad de Nueva York.

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