Los jóvenes de Villaluenga de la Sagra rescatan a su pueblo del lodo
Susana Rodríguez celebra su 24 cumpleaños mientras hinca su pala en el fango que se acumula en la carretera que está pegada a su casa. Como ella, otros jóvenes de esta localidad de 4.000 habitantes, situada 25 kilómetros al norte de Toledo, se organizan por cuadrillas a través de un grupo de WhatsApp para ayudar en las labores de limpieza necesarias a consecuencia de los desperfectos que la dana del pasado 3 de septiembre dejó en los hogares y las calles del municipio. En la región toledana a la que pertenece Villaluenga se acumularon 267 litros por metro cuadrado, según los datos recogidos por la Agencia Estatal de Meteorología (AEMET).
La vivienda de la madre de Lorena Sánchez, de 41 años, es una de las que más asistencia vecinal recibe. Por uno de los muros de este domicilio se filtra el agua que quedó embalsada en una parcela lateral tras las lluvias torrenciales. Un vecino lleva trabajando cinco horas con una bomba de desagüe para intentar paliar este problema que hace que el garaje de esta familia se siga inundando. Sánchez define la jornada de la dana como “de terror”. Se quedó agarrada a la verja de esta misma casa mientras el arroyo, que está al lado, se desbordaba. “Fue un minuto hasta que pude llegar a la terraza, pero fue interminable”, añade.
Adoquines levantados, árboles arrancados o contenedores de la basura volcados son las vistas que se pueden encontrar hasta llegar al centro del pueblo. Allí deambulan Natalia, Diego y Marcos, los tres de 19 años. Tienen sudor y barro en la cara. Desde el lunes la pala ya es una prolongación en sus manos. “Ayudamos en lo que podemos, limpiamos y limpiamos barro todo el día”, explica Diego agotado.
A pocos metros de ellos se ubica el bar De Cine. Su dueño, Fermín Domingo, de 33 años, tiene ahora el suelo del local levantado, las cristaleras rotas y las cámaras frigoríficas inservibles. “Sumo pérdidas de más de 10.000 euros”, lamenta. Han pasado cuatro días desde las lluvias torrenciales, pero Domingo siente que el cielo aún se rompe sobre su cabeza. “El agua entraba al bar desde fuera pero también desde dentro porque salía sin parar de los váteres y otros sumideros”, cuenta. Ante el peligro de que le llegase al cuello quiso trasladarse al local de enfrente. “Estuvimos encaramados a las rejas de las ventanas junto a un cliente”. Tardamos una hora en atravesar 15 metros”, recuerda José Luis García, el camarero del bar.

Olmo Calvo
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Los habitantes han iniciado una movilización en redes, apoyada por el Consistorio, para que su pueblo se declare como zona catastrófica lo antes posible. “La petición desde la Junta de Castilla-La Mancha está hecha y esperamos que se apruebe el próximo martes en el Consejo de Ministros”, alega Fernando Prieto, responsable de comunicación del Ayuntamiento, quien comenta que hay unos 11 operarios trabajando pero “que no dan abasto, por lo que la ayuda de los vecinos es necesaria”. Prieto estima que estos destrozos van suponerle al municipio un gasto extra de más de dos millones de euros. Mediante una llamada telefónica por encontrarse fuera del municipio, el alcalde de Villaluenga de la Sagra, Carlos Casarrubios, dice que “la magnitud de lo sucedido es descomunal”.
A las puertas del centro polivalente de Villaluenga se concentra un grupo de nueve jóvenes de entre 18 y 20 años. Todos llevan botas de goma hasta las rodillas, antes verdes y ahora marrones, y la ropa sucia de haber estado peleándose con el lodo. Están tirados en la acera y disfrutan de un plato de macarrones con salsa de tomate que un conjunto de voluntarias les ha entregado. En este punto se ha instalado un servicio de comidas que una empresa local ha donado. También reparten agua embotellada. El pueblo no dispone de agua potable desde el mismo día que sucedió la dana y hasta este jueves tampoco había suministro. Actualmente lo hay, pero el ligero caudal que sale del grifo solo se puede utilizar para tareas de limpieza y aseo personal.

Olmo Calvo
Próximo a este edificio de la calle Lepanto y con una pequeña grúa, un hombre que ha preferido no desvelar su identidad, transporta al polideportivo los vehículos que estaban aparcados en la calzada y que ahora están destruidos e inutilizables porque fueron arrastrados por la enorme riada que se formó. “Ya he trasladado 16 pero quedan muchos más coches por quitar de en medio de las calles”, explica.
Son las nueve de la noche y la luz comienza a caer sobre este paraje manchego. En algunas zonas las farolas siguen sin encenderse, por esta razón, cuando llega la noche los vecinos dejan de trabajar. “¡Es peligroso!”, grita una mujer desde lejos con un cubo a rebosar de fango entre los brazos. Por la mañana, los jóvenes de Villaluenga volverán a ponerse en marcha porque aseguran: “Aún quedan semanas de mucho sacrificio”.

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