Manolo Santana, el juego exquisito de un buen hombre

Manolo Santana ha sido, junto con Severiano Ballesteros y Ángel Nieto, uno de los tres grandes pioneros del deporte individual español. Es impresionante la lista de tenistas, golfistas y motociclistas de gran éxito mundial que se han derivado de cada uno de ellos. E incalculable el agradecimiento que les debemos por su enorme inspiración y legado.

Hijo de una familia humilde y dueño de una enorme inspiración en el juego, Manolo popularizó un deporte que estaba hasta entonces solo al alcance de las clases más elitistas. Él hizo posible que toda una generación empezara a soñar con jugar al tenis y que se inauguraran clubes en muchos sitios de España, como ocurrió en mi pueblo, Manacor.

Mi padre estaba entre los socios fundadores del pequeño centro de cinco pistas que se inauguró en 1972 y, solo tres años después, vieron colmada su gran ilusión al lograr que Manolo aceptara ir a jugar un partido de exhibición. La expectación y el revuelo fueron enormes y, a pesar de que el gran tenista llevara ya unos años retirado, colmó sobradamente nuestra admiración por su juego exquisito y su prodigiosa muñeca que le permitía un dominio absoluto de la pelota.

A pesar de no contar con un físico poderoso, era capaz de suplir esta carencia con una excelsa habilidad y una gran determinación que le hacían altamente competitivo en los momentos más complicados.

En una época en la que en España no estábamos acostumbrados a ver grandes gestas deportivas individuales, él nos hizo soñar con sus enormes logros. Sus dos victorias en Roland Garros, en el US Open y, sobre todo, en el prestigioso torneo de Wimbledon lo convirtieron en un héroe nacional.

Él, en realidad, jamás abandonó el tenis. Amaba este deporte y fue un apoyo incondicional aun cuando su debilitada salud de sus últimos años le fue robando el brío y la energía con los que lo conocí. Se desplazaba siempre a los torneos de Roma, Madrid, Nueva York, Wimbledon y Montecarlo. No se perdía ningún partido de los jugadores españoles y lo vi en numerosas ocasiones alegrarse e, incluso, emocionarse por las victorias de nuestros tenistas.

Cuando Rafael ganó su primer torneo en Wimbledon en 2008, igualando así al único legendario tenista español que lo había conseguido, dirigí desde nuestro cercano box la mirada hacia el Palco Real, donde Manolo estaba junto a las autoridades del mítico torneo. Me emocionó profundamente su reacción, el beso lleno de júbilo que le dio a su mujer, Claudia, sentada a su lado demostrando lo que era él: un buen hombre al que no le importó que un joven tenista lo emulara e igualara.

Guardo muy buenos recuerdos de él cenando con todos nosotros en diversas celebraciones, la de aquel Wimbledon y las de unos cuantos Roland Garros. Y, sobre todo, me siento tan afortunado de haberlo conocido como satisfecho de haberle dado las gracias por todo lo que significó para el tenis español en general, y para nuestra familia en particular.

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