Medias tintas en Turquía

A pesar de la condena abrumadora de 141 países contra Putin en las votaciones de la Asamblea General de Naciones Unidas, cinco votaron en contra, 35 se abstuvieron y 12 no votaron. No fue el caso de Turquía, que condenó la invasión, pero no quiso sumarse a las sanciones impuestas por la Unión Europea y mantiene así una calculada posición que evita granjearse la animosidad del Kremlin y mantiene a la vez los lazos que le unen a los aliados europeos. Turquía ha expresado su veto a la solicitud de ingreso de Finlandia y Suecia en la OTAN y es la unanimidad requerida lo que está usando como instrumento de presión para el que no hay remedio institucional: la Alianza Atlántica no tiene puerta de salida ni sistema de expulsión de sus socios.

Turquía es quizás el Estado más incómodo de la Alianza porque las discrepancias han sido crecientes en los últimos años, a pesar de contar con la base aérea de Incirlik, una de las más destacadas de la OTAN y almacén de armas nucleares. Desde la invasión rusa, Ankara ha suministrado a Ucrania los drones Bayraktar y también ha actuado como facilitador y sede de los contactos entre los contendientes de cara a un alto el fuego. Su presidente Recep Tayyip Erdogan mantiene canales abiertos tanto con Vladímir Putin como con Volodímir Zelenski mientras la opinión pública turca, como sucede en gran parte de Africa y Asia, se siente mayoritariamente atraída por una pauta equidistante, por la que atribuye responsabilidades históricas a la OTAN y a Estados Unidos aunque culpabilice y condene las actuales atrocidades de Putin.

Pero Ankara también ha comprado misiles antiaéreos S-400 a Rusia, incompatibles con los sistemas de la OTAN. En su intervención en Siria, coordinada con Moscú y condicionada sobre todo por su política antikurda, no ha tenido inconveniente en favorecer al Estado Islámico y ahora condiciona el acceso de Finlandia y Suecia a la OTAN a que se impongan restricciones a la oposición turca en el exilio escandinavo, tanto al Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) como a la cofradía del clérigo Fethullah Gülen.

La fuerza de Erdogan es indudable, pero el bloqueo al que conduce su posición no contribuye a reforzar la unidad contra Putin mientras su régimen, especialmente desde que Erdogan accedió a la presidencia de la república en 2014, ha ido derivando hacia posiciones abiertamente iliberales y alejadas de los valores que definen a la Alianza Atlántica. Su territorio tiene un excepcional valor geopolítico, en la encrucijada de Europa, Asia y Oriente Próximo y con el control marítimo de los estrechos y del mar Negro. Pero se enfrenta a la necesidad indiscutible de la OTAN de reforzar el flanco norte y oriental ante la actitud agresiva de Putin, algo que presumiblemente se producirá en cualquier caso, con el acuerdo de Ankara o sin él.

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