Mis planes para improvisar

¿A dónde van las horas muertas cuando crecemos? Quizá se mueren de verdad, se extinguen como una especie protegida. Tengo la sensación de que al ganar años perdemos horas. Se nos acumula el pasado mientras el presente mengua y adelgaza hasta quedarse en los huesos de las obligaciones. Las tardes de mi adolescencia parecían eternas, los fines de semana, un carrusel de planes, amigos y eventos. Ahora el escaso tiempo libre que tengo se me va en gestionar la vida. Ser un adulto funcional implica una serie de trámites burocráticos ciertamente agotadores. Hay que trabajar, hacer la compra, limpiar la casa, arreglar la cisterna, hacer la declaración de la renta… He llegado a un punto en la vida en el que no hay tiempo que perder, en un sentido cruelmente literal.

Dicen algunos que la culpa la tiene Madrid, una ciudad caótica que te empuja a las prisas y el estrés. Pero yo no estoy de acuerdo. Porque en todos los pueblos y ciudades medianas hay un trabajo, una cisterna rota y una declaración de la renta esperando a que la presentes. No es Madrid, eres tú. Es la vida adulta y la forma en la que gestionas el tiempo. De hecho, creo que el carácter frenético de Madrid no es un defecto sino una virtud, y no es nueva. Decía Almudena Grandes que esta ciudad no para nunca y que eso es lo más bonito que tiene. Que Madrid es movimiento, un caos misteriosamente ordenado. El tema es qué haces tú con ese caos, cómo lo ordenas y qué priorizas.

No todos priorizamos lo mismo. Últimamente me resulta imposible quedar con algunos amigos, que han pasado de tener la agenda de un nini a la de un médico de familia en tiempos de Ayuso. Una colega con la que antes improvisaba un plan sin más preámbulos que una llamada al telefonillo, necesita ahora agendar las citas con semanas de antelación.

Le propones un café y te saca un Google Calendar lleno de colores y anotaciones, que más que un calendario parece aquello un Tetris social. “Imposible este mes”, dice. El caso es que mi amiga está apuntada a cerámica y a pole dance por eso de que no toda la vida sea trabajo. Pasa uno de cada dos fines de semana fuera de la ciudad, en escapadas “para desconectar”. Siempre tiene mesa en los restaurantes de moda y entradas para conciertos de aquí a 2027. Planifica su ocio mejor que yo mi trabajo.

Lo peor no es lo difícil que es quedar, sino lo fácil que es desquedar. Porque a la mínima te cancela con la excusa del autocuidado, de no sé qué historias de escuchar a su cuerpo y priorizarse. Antes improvisaba planes, ahora improvisa plantones. Por recomendación de su psicólogo, eso sí: es egoísmo disfrazado de salud mental.

Su caso no es una excepción, sino el ejemplo de una tendencia masiva. Cada vez veo a más gente que se enfunda el estrés como si fuera una favorecedora chaqueta nueva. Que luce las prisas y la adicción al trabajo como si diera algún tipo de prestigio social. Como un logro que vibra en su móvil cada pocos segundos. Esta dinámica laboral se ha trasladado al resto de su vida. Para ellos, el descanso ha sido sustituido por el ocio. Por ir al restaurante, a la obra o al local de moda. Lo importante es qué hacen, no con quién lo hacen. Aplican a las amistades una visión capitalista, valorando a las personas según su aporte marginal. No buscan planes sino eventos. No tienen colegas, tienen contactos.

Yo no quiero convertirme en esa gente, así que estoy planeando improvisar más. Desde hace unos meses me tomo el cachondeo muy en serio, soy un activista del hedonismo. Borro en el Google Calendar hasta las fiestas de guardar y así los puentes son una sorpresa. Despejo mi agenda de eventos, no vaya a ser que me salga uno en el último minuto y tenga que decir que no. Voy a bares de barrio y no a locales de moda que exijan reserva. A conciertos de fiestas populares a los que puedo ir sin comprar entrada. En el trabajo, tengo la ambición justita y en casa, procrastino las tareas hasta el límite de la responsabilidad. Me esfuerzo mucho en ser un vago, y está feo que yo lo diga, pero me sale fenomenal. Estoy mejorando la capacidad de improvisar, de mezclar grupos, de hacer amigos. Y sí, a mí el tiempo también se me escapa por el sumidero, las horas muertas también se me mueren. La vida, en Madrid y en Soria, es un caos. Y hay que aprender a ordenarla, según las prioridades de cada uno.

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