Muere Stephen Sondheim, leyenda del musical de Broadway, a los 91 años

Stephen Sondheim da instrucciones en un ensayo de 'Into the Woods' en Nueva York en 1987.
Stephen Sondheim da instrucciones en un ensayo de ‘Into the Woods’ en Nueva York en 1987. Oliver Morris (Getty Images)

Broadway dice adiós a uno de sus mayores genios. El compositor y letrista Stephen Sondheim ha muerto en la mañana del viernes a los 91 años en su casa de Roxbury, Connecticut, según han informado fuentes cercanas a la familia a The New York Times. La causa de la repentina muerte no ha trascendido, pero sí lo último que hizo Sondheim: celebrar anoche con su familia el Día de Acción de Gracias.

Hombre de un gran talento musical y literario, firmó, a lo largo de una carrera que abarcó más de sesenta años y comenzó cuando tenía 27 con West Side Story, algunas de las páginas más memorables del teatro de la segunda mitad del siglo XX. Heredero de la extraordinaria tradición de letristas estadounidenses, titanes de la inteligencia y la frase corta como Irving Berlin, Cole Porter o los hermanos Gerswhin, su trabajo contribuyó a dotar al musical de una nueva estatura intelectual. Entre sus creaciones más conocidas se cuentan Company (1970), Follies (1971) o Sweeney Todd (1979).

En un negocio tan dado a las parejas de autores, el suyo fue un extraño caso de sobresaliente compositor y letrista, profesión esta última en la que destacó en sus inicios, en la citada West Side Story (1957, con partitura de Leonard Bernstein) o Gypsy (1959, junto a Jule Styne).

La temática de sus obras desmintió una y otra vez el tópico que despacha el teatro musical como género menor, un entretenimiento leve en el que los actores se arrancan a cantar y bailar sin motivo alguno para que el rato pueda pasar cuanto antes. Sondheim trató con agudeza y arrojo las relaciones de pareja (Follies), la tradición del asesinato político en Estados Unidos (Assassins, en el que daba voz magnicidas como John Wilkes Booth, asesino de Lincoln, o Lee Harvey Oswald, de Kennedy), el imperialismo yanqui en Asia (Pacific Overtures) y hasta la biografía del pintor puntillista George Seurat (Sunday in the Park with Georges).

Su mentor fue otro grande del musical, Oscar Hammerstein II, quien recibía en su casa de Nueva York al pequeño Sondheim, un niño cuyos padres estaban recién divorciados y eran vecinos del compositor de Oklahoma o South Pacific (siempre con Richard Rodgers). Las lecciones de Hammerstein fueron muy útiles para el muchacho, que pronto se despegaría del modelo clásico para lanzarse a una carrera en la que la siempre antepuso la experimentación al éxito rápido y fácil. Raramente sus obras fueron éxitos de taquilla.

Pero sí tuvo una una vida también plena de reconocimientos. Con apenas 15 obras en su trayectoria, logró un Oscar, ocho premios Tony, un Pulitzer, un Laurence Olivier y la Medalla Presidencial de la Libertad. Un teatro lleva su nombre en Broadway y otro en Londres. En lo personal Sondheim sufrió por una infancia solitaria, y por una relación conflictiva con su madre, que le llegó a decir en una ocasión por carta que preferiría no haberlo tenido. Pese a que la mantuvo económicamente, nunca asistió a su funeral

Musicalmente, fue también más allá que sus contemporáneos. Jugaba con los compases, los ritmos y la longitud de los versos, como parte de una estética que lo emparentaba con las vanguardias sinfónicas de principios de siglo. Concebía las canciones como parte de un continuo, que solo adquirían sentido cuando estaban en el lugar que Sondheim les había otorgado. Por eso, muy pocas de sus creaciones consiguieron tener una vida independiente, recicladas como piezas del repertorio jazzístico o como éxitos pop, fortuna que sí tenían otros compositores más comerciales, como Andrew Lloyd Weber. Lo más cerca que anduvo nunca de esa clase de trascendencia fue con la melancólica Send in The Clowns popularizada en los años setenta por la cantante Judy Collins.

Cuando en 2010, el teatro Henry Miller, situado entre Broadway y la Sexta Avenida, fue rebautizado con su nombre, el compositor se declaró “profundamente avergonzado”. En una muestra de su legendario prefeccionismo añadió que era porque siempre había odiado su apellido. “Simplemente, no es musical”. Hoy, Broadway enmudece en su despedida.

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