Nadal noquea al indómito Kyrgios

Rafael Nadal ataca la bola, cierra el partido, alcanza las semifinales de Indian Wells y resopla de alivio. Nick Kyrgios, el Dos Caras del tenis moderno, le ha discutido la victoria hasta el final, pero son ya 19 este año. Es decir, el español conserva el pleno. No hay quien le frente esta campaña, sea cual sea la circunstancia. Venía el balear de tres pruebas duras en las estaciones previas y con el pie izquierdo dándole avisos, y aun así, con la versión espléndida del australiano enfrente, logró imponer galones (7-6(0), 5-7 y 6-4, tras 2h 46m) y aguarda ahora rival para el cruce del sábado. Será Carlos Alcaraz o el británico Cameron Norrie.

No hay, probablemente, dos personajes más antagónicos que Nadal y Kyrgios en el circuito. El uno es la dedicación y el buen hacer, deportista modélico y ejemplar dentro y fuera de la pista, puro método y tributo a la superación; el otro, al que la naturaleza le concedió unas virtudes físicas y técnicas extraordinarias, se empeña día sí y día también, temporada tras temporada, en desechar el talento y echar por tierra su carrera a base de dispersión, desapego por su deporte –el curso pasado disputó 15 partidos y en este totaliza cinco– y malos modos, de un desprecio recurrente contra el profesionalismo.

No obstante, esta vez al australiano le apetecía jugar. Aunque últimamente ha suavizado los mensajes hacia el español, tenía por delante un caramelo tan tentador como el de convertirse en el hombre que pusiera fin a la secuencia vencedora de Nadal esta temporada. Por eso, comenzó aplicado y centrado como pocas veces, incontestable con el servicio y abriendo gas en los peloteos, llevando la iniciativa y cogiendo el timón del duelo. El mallorquín, mientras, no terminaba de estar cómodo. A remolque y con gesto frío. Hasta ahí, sin señales negativas del pie; no perceptibles, al menos. Pero no fluía.

Después de una larguísima hibernación –en realidad, permanente–, a Kyrgios (26 años, 132º del mundo) le dio por competir y lo agradeció el espectáculo. Beneficiado por una doble falta de Nadal, se anotó el primer break y sirvió para adjudicarse el primer parcial, pero perdió mínimamente el hilo y su mente hizo clic. El español, al que le basta con un meñique para seguir aferrado a la cornisa del precipicio, aprovechó el despiste e igualó en el décimo juego. Puso el cepo, y Kyrgios cayó. Raqueta al suelo, otra destrozada y un puñetazo al cubo del banquillo. El show tradicional.

El australiano y la grada

Le reprochó al juez, Carlos Bernardes, los reiterados sonidos emitidos desde la grada y explotó. En el tie-break desconectó, y solo volvió a tierra para soltar un exabrupto que le costó (por otra advertencia previa) la pérdida del último punto. Generalmente, la situación hubiera sido el anticipo de que se fuera definitivamente del partido, pero en esta ocasión lo peleó. Exigió de principio a fin a Nadal, siempre a lo suyo y siempre enchufado el de Manacor, aunque fallando en algunas maniobras que no suele fallar y penalizado por las dobles faltas (7) en algunos instantes delicados.

Kyrgios estrella la raqueta contra el cemento.
Kyrgios estrella la raqueta contra el cemento.CLIVE BRUNSKILL (AFP)

Un paso en falso propició la rotura que concedió el segundo set Kyrgios, y al final el pulso se dirimió en un atractivo tira y afloja en el que tanto emocional (lógico y previsible) como estratégicamente, Nadal (rotura para 4-3, jaque mate y smash en la rúbrica) estuvo por encima. Condicionado en los apoyos y algunas frenadas por el pie lastimado, se sobrepuso a las molestias y redujo finalmente al australiano, castigado por una doble falta decisiva y que denunció amargamente el desafortunado grito de un aficionado justo cuando iba a servir. Ahí ya sí, se inclinó.

Con 30 golpes ganadores (frente a 29), pericia en la red (16 aciertos en 20 subidas) y otro ejercicio de supervivencia, Nadal desembarcó por undécima vez en las semifinales del torneo californiano. Sin tregua, sosiego ni paz alguna en ninguno de los cuatro compromisos que ha disputado hasta ahora, el campeón de 21 grandes sigue desafiando a los números y a sí mismo. Del 1 de enero a hoy, no hay quien le tosa.

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