Noah Lyles, campeón olímpico de los 100m por cinco milésimas

Un minuto después, a Noah Lyles le dan el máximo honor a que se puede aspirar en el Stade de France, convertido en discoteca de luces y alaridos, agarrar la cadena y tañer la campana que solo los campeones pueden hacer sonar. Lo hace como un niño enloquecido, incontrolado. Acaba de ganar la final de los 100m, el objetivo de su vida. Lo ha hecho con una carrera como son todas las suyas, mala salida y progresión. Gana como nadie ha ganado antes un oro olímpico de los 100m, con una marca magnífica, 9,79s, la mejor de su vida, por un margen minimísimo, cinco milésimas de segundo, una diferencia con el segundo, el frustrado jamaicano Kishane Thompson, que solo la foto finish pudo encontrar. Exactamente 9,784s por 9,789s. Un suspiro, la exhalación final. El poder de la velocidad olímpica regresa a Estados Unidos 20 años después de que en Atenas Justin Gatlin se impusiera después de una sesión de sirtaki y antes de dar positivo por dopaje.
Tercero fue Fred Kerley, el norteamericano discreto y serio, dios de la concentración y de los errores con las zapatillas de sus patrocinadores (9,81s). El italiano Marcell Jacobs, campeón olímpico en Tokio, hizo su mejor marca de un año en el que empezó a entrenar en Estados Unidos, 9,85s, que solo le valió para ser quinto. En Tokio consiguió la victoria con 9,80s.
Ganó Lyles. Nadie lo esperaba. No todos los deseaban.
Ante los tacos, en los últimos segundos de una interminable presentación, y música de mindfulness en el estadio para calmar los corazones antes de su explosión, Noah Lyles, escorado en la calle siete puede mirar a su izquierda, a los que han prometido ser los verdugos de su sueño olímpico. Son dos jamaicanos. Aspiran al trono de la velocidad, a la victoria en los 100m, la única carrera que al título olímpico añade el calificativo de hombre más rápido del mundo. Aspiran a heredar a Usain Bolt, el colosal dominador de la anterior década y de la historia. Son Asafa Powell compactado en un coloso de hombros de estibador, cuádriceps y glúteos de asa del velódromo, músculos y dinamita llamado Kishane Thompson y un Usain Bolt jibarizado en una bomba de velocidad de 1,70m llamado Oblique Seville. Jamaica quiere retomar el poder de la velocidad. En Kingston sus entrenadores, los entrenadores también de sus hermanos mayores, Stephen Francis y Glen Mills, abrazan sus barrigas de cerveza y sabios de la velocidad, y Snoop Dogg, el fan número uno de Lyles ensaya rimas en el palco en primera fila del estadio.
Los pronósticos juegan contra el norteamericano que entrena en Orlando con Lance Bauman, el que hizo campeón del mundo en 2007 a Tyson Gay antes del advenimiento de Bolt que cambió la velocidad para siempre. En series, salió mal y no tuvo capacidad de reacción, incremento de velocidad en la fase media y final y le batió un tosco alumno de Carl Lewis, el británico Louie Hinchcliffe. En semifinales, ocurrió lo mismo. Oblique Seville (9,81s) le adelantó en la salida y no tuvo transición para alcanzarlo, pese a que logró su mejor marca del año, 9,83s. Dos horas después, en la final, Lyles, primero; Seville, último (9,91s).
Todo el mundo tifaba por Thompson, que no solo partía con la mejor marca mundial del año (9,77s) sino que era capaz de salir con potencia y mantenerse delante incrementando la velocidad. Lo hizo en series, relajado, lo hizo en la semifinal, más tenso, el más rápido de todos, 9,80s. Lo mejoró incluso en la final, la de la remontada inesperada de Lyles. Según el análisis de la organización, siempre aproximado por la forma en que toman las marcas, a los 30m el jamaicano ya iba el primero (3,84s), mientras Lyles era el último, seis centésimas más atrás, casi un metro. Esta situación se mantuvo hasta los 50m, cuando Lyles, su progresión mantenida, ya era tercero (5,61s) a cinco centésimas de Thompson, que mantenía la velocidad. Pasaron los 60m en 6,41s y 6,44s, respectivamente. Solo a los 90 metros ya fue Lyles segundo, a una centésima del jamaicano que ya había alcanzado su límite. Y solo en el último paso, el último golpe de pecho, se adelantó Lyles, su paso elástico, saltaría, con una progresión tremenda, aprovechando todo el rebote de la pista lavanda y sus suelas de carbono. Yo no podía verle, pero él me estaba viendo a mí, cazándome”, dice Thompson, buen perdedor, que recuerda que, aunque la plata sea una decepción, al menos ha terminado sin lesiones, que siempre ha sido su punto débil. Y desvela la rápida conversación que tuvo con Lyles tras la carrera. “Me dijo, ‘Eh, Kishane, creía que lo habías conseguido’, y yo le respondí: ‘No estoy tan seguro”.
La victoria de Lyles es la victoria de un atleta con visión de pasado y de futuro. Un hombre capaz de sentirse a gusto en la pasarela de la moda con modelos que solo se atreven a llevar los futbolistas del PSG o el desdichado Koundé y también como héroe infantil. Capaz de ganar los trials de Estados Unidos mostrando al comienzo de cada una de las series cartas diferentes de Yu-Gi-Oh! O de emocionarse cuando su madre, a la que está tan unido, le dice que se ha encontrado en las calles de París con Elmo, su personaje favorito de Barrio Sésamo, y le enseña el selfi que se hizo con él. El atletismo es un show, tiene que ser un show, tenemos que ser figuras, es la proclama habitual de Lyles. Y los puristas le llaman fanfarrón. Le dicen falso, artificial. Le dicen que lo que en Bolt era carisma natural en él es postureo. Pero él traga, se mantiene y gana. Y ya lo puede gritar: es el más rápido. Le esperan los 200m, su carrera favorita, y el relevo 4 x 100 y hasta quiere correr el 4×400, y ganar cuatro medallas en unos mismos Juegos, como solo los mitos que quiere ser, Jesse Owens y Carl Lewis, consiguieron antes.
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