¿Por qué nadie quiere ser camarero este verano? Ni horarios, ni horas extras, ni estabilidad. “Se trabaja en plan salvaje”

Un camarero sirve a unos clientes de una mesa de un restaurante del Paseo Marítimo de Platja d'Aro.
Un camarero sirve a unos clientes de una mesa de un restaurante del Paseo Marítimo de Platja d’Aro.©Toni Ferragut (EL PAÍS)

Los empresarios del turismo y la hostelería han reiterado en los últimos tiempos quejas por la escasez de personal y por una supuesta falta de vocaciones en el sector. Pero sus quejas esconden a menudo una cara b que los trabajadores denuncian: jornadas interminables, nocturnidades que no se pagan, sueldos recortados a base de no cotizar todas las horas trabajadas y una precariedad generalizada. Y en el caso de Cataluña, además, un convenio colectivo que venció en 2019.

Todo ello configura una situación explosiva en zonas turísticas como la Costa Brava, que espera un verano de récord de visitantes con la recuperación tras la pandemia. El pasado día 9, empresarios del sector lamentaron en un acto organizado en Lloret de Mar que cada vez tienen más problemas para encontrar trabajadores, y aseguraron que es necesario ajustar la oferta laboral, y que este verano no podrán abrir completamente. Restauradores y hoteleros ven falta de motivación en los candidatos, mientras que los sindicatos denuncian que el sector ofrece malas condiciones laborales.

La semana que viene los agentes sociales se sientan a negociar el futuro convenio para Cataluña. Pero son pocos los negocios que, por cómo funciona la hostelería desde hace décadas, cumplen con el convenio. Así lo aseguran los sindicatos y lo confirman camareros, quienes denuncian largas jornadas que impiden la conciliación, sin festivos y cobrando en negro.

“Esperemos que no quieran recuperar lo que creen que han perdido debido a la pandemia ahorrándose personal y con más recortes”, advierte Antonio Ferro, responsable del sector servicios de CC OO en Girona. Ferro cree que, a base de “trampas”, muchos hoteles, pero sobre todo bares y restaurantes, —donde generalmente no hay representación sindical—, han logrado que los camareros acepten peores condiciones que las que les tocan por ley “y se han acabado cargando el sector”. La mayoría no lo quiere denunciar, por lo que, apuntan varias voces, “la Inspección de Trabajo tendría que actuar”.

Albert, que, como los demás entrevistados, prefiere dar un nombre ficticio, trabaja en un bar que sirve comidas en pleno corazón de la Costa Brava. Empezó a los 18 años y ya suma 35 temporadas. Cree que cobra más que sus compañeros veinteañeros. Gana lo que marca el convenio, más “el negro” (500 euros). En total 1.700 euros al mes. Trabaja medio año, en teoría las 40 horas semanales, pero falsifica los dos días consecutivos de descanso. “El primer mes y medio libramos un día, pero desde San Juan hasta mediados de septiembre no tenemos ni un día de fiesta. Se cobra un poco más, pero con mi edad ya no compensa. Son unas palizas tremendas”, asegura. Albert cree que “si los empresarios no cambian el chip, cada vez será peor” y anhela la jubilación: “Los meses de verano me matan, acabo destrozado, no aguanto hasta octubre”.

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En Calella de Palafrugell, Mónica cumple una década en el mismo bar y cobra 1.300 euros. Recuerda cómo, años atrás, antes de Semana Santa, “llegaba un fajo de currículums. Ahora, ni uno”. “¡En cualquier empleo pagan nocturnidad, en fábricas, en supermercados… Menos en la hostelería!”, critica. El empresario finge, explica Mónica, que le alarga el contrato para que pueda hacer más horas de las permitidas por ley. En la zona del Cap de Creus, en el norte de la Costa Barva, Joan entiende la falta de camareros: “No es como en Canarias, que hay un trabajo medio estable siempre. Aquí llega un momento que se trabaja en plan salvaje”. También considera importante “que los compañeros trabajen bien: si te toca uno que no se entera, prepárate”. Elena está “harta”. Trabaja en Lloret de Mar y es consciente de que la patronal “propone recortes”. Estalla: “Pues que recorten más hasta que haya una huelga que cierre todo y tengan que escucharnos”.

Ania, una empresaria de Palamós, argumenta que “la hostelería, como está hoy, es imposible regirla por dos días de fiesta seguidos. Tienes que hacer periplos para no hacer nada ilegal; es casi imposible”. Paga 1.425 euros a los camareros por 40 horas, pero además se ve obligada a negociar “horas extras”. Empezó de camarera y reconoce que “ahora está más regulado”.

Jugar con las mismas cartas

Uno de los que cumple el convenio “a rajatabla” es el Park Hotel San Jorge de Calonge, asegura Irene Elias, su directora. Tiene 70 fijos y fijos discontinuos en plantilla. Como no cierra, tuvieron que ampliarla para poder hacer turnos. Trabajan 40 horas con dos festivos y un fin de semana de cada tres. Todos están en convenio menos los directivos, que se pactan. “No nos faltan trabajadores, quieren venir porque saben que se descansa según lo establecido y las horas que tocan”, asegura Elias. Este año ha contratado a un cocinero que antes trabajaba más de 10 horas al día en un restaurante de Platja d’Aro. “Lo ideal sería que todo el mundo jugara con las mismas cartas y ser justos, así la competencia desleal no existiría”, afirma. “Se ha apretado tanto que hay gente que no ha querido seguir”, lamenta Elias. Apunta, además, a “un problema muy grave de falta de formación. Tampoco saben idiomas”. Por eso ve necesario “darle empaque a esta profesión que nos hemos cargado entre todo el sector en general. Debemos ser justos. El convenio es para que haya equilibrio entre todos”.

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