Prohibido desfallecer

Dónde Pablo Casado ve brujas (“un aquelarre de radicales”) hay simplemente un proceso de relevo a la izquierda del PSOE, buscando consolidar lo que ha sido un proceso muy acelerado, por tanto de riesgo. En tiempos en que la derecha explota el lenguaje de la rabia y la confrontación, la llamada foto de Valencia apuesta por la empatía para dar reconocimiento a los ciudadanos en este desconcertante presente continuo en el que crece el autoritarismo nihilista.

El salto ha sido grande: se pasó de la calle (el 15-M) al poder institucional sin apenas tiempo para darse cuenta de lo que se estaba consiguiendo y ante la sorpresa de quienes les tenían asignado un papel muy concreto en la escena pública: la protesta y la movilización. Ha sido tan vertiginoso que algunos personajes destacados se han bajado por el camino. Como Pablo Iglesias que llegó exhausto a la cumbre y ha dado un paso al lado.

La izquierda que se articuló en torno a Podemos afronta la segunda mitad del mandato del primer gobierno de coalición: Y ahora, ¿qué? ¿Volver al rincón como querrían los que se consideran propietarios del sistema constitucional? ¿Regresar al papel decorativo de Izquierda Unida, simbólico reducto que la gente de orden le tenía reservado?

Ante los síntomas de estrés, Yolanda Díaz, Mónica Oltra, Ada Colau, Mónica García y Fatima Hamed han querido recordar que queda todavía mucha tarea por hacer. Y llaman a seguir en la brecha para continuar el proceso de reformas, mantener la conexión con los que les han arropado, ampliar espacios y poner freno a una derecha en trance de radicalización. La foto de Valencia es una llamada a una confederación de izquierdas ibéricas que desde la diversidad territorial sea capaz de superar las eternas ―y suicidas― pequeñas diferencias para seguir ampliando base y aportar unas maneras de hacer política algo distintas de las rígidas pautas de los partidos de siempre. Es decir, ir más allá de Unidas Podemos, sin perder apoyos por el camino, y consolidando las alianzas entre organizaciones periféricas que les han dado sus mejores días.

No es tarea fácil, basta ver la vecina Francia, con la izquierda dividida en mil cotos competiendo en sectarismo, para darse cuenta del riesgo. Se entiende que a Casado le preocupe, porque si esta izquierda se consolida el sueño de la Moncloa se le pone cuesta arriba. Pero no se entendería que la inquietud invadiera Sánchez salvo que sea ya presa del sueño bipartidista de los autoproclamados partidos de orden. A la izquierda le corresponde ahora hacer emerger la realidad en un mundo que naufraga en medio de ficciones (del patriotismo arcaico a la fabulación transhumanista) cada vez más insostenibles, con las que se pretende aplacar los efectos de unas brechas económicas, sociales y culturales que nadie quiere afrontar. Prohibido desfallecer.

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