Queralt Castellet alcanza la plata en la cumbre de su carrera

La española Queralt Castellet celebra su medalla este jueves.
La española Queralt Castellet celebra su medalla este jueves.LISI NIESNER (REUTERS)

Queralt Castellet quiere ser japonesa. Ama de las riders japonesas su zen. Su limpieza, su fluidez, su limpieza quirúrgica de movimientos, su atención a todos los detalles. Sus líneas claras. Ama pelear con ellas. Ama volar más alto, más limpio, más compuesta. Queralt Casteller es una samurái armada no con una katana sino con una tabla de nieve, sobre la que se lanza sin cerrar los ojos, decidida deslizándose por la pared casi vertical del pipe, el canal de 220 metros de largo, dos campos de fútbol, que cruzará como el péndulo de un reloj suizo en los siguientes segundos, de lado a lado en zigzag, diagonales geométricamente perfectas, acompañada solo del ruido susurrante de la tabla bien engrasada al rozar la nieve dura. Es como lanzarse desde la punta del tejado japonés, tan largo, hasta el suelo, de una casa de dos pisos. Estilosa, como dicen los italianos que la adoran, atraviesa veloz el fondo inclinado del canal y asciende por la vertiente contraria, una pendiente al 82%, y van con tanta fuerza, disimulada por su cuerpo increíblemente relajado, que supera su arista superior del muro y vuela por encima casi cuatro metros, construyendo el aire un nuevo piso hecho de giros, y aterriza suave en la parte superior del tejado, y sigue.

Y así continúa, cinco diagonales, cinco trucos, incluidos dos 900 (dos giros y medio en el aire), uno de espaldas, uno de frente con aterrizaje ciego, y la mano enguantada baja segura a agarrar el filo de su tabla, y termina sin aliento, y de plata. Es el final de su segundo de los tres intentos. El bueno. El que le da 90,25 puntos. Imposible estar más cerca de los 94 puntos de la intocable norteamericana Chloe Kim, primera again, como en Pyeongchang 2018, una leyenda ya a los 21 años, la única rider capaz de hacer dos trucos de 1080 (tres giros completos) en la misma corrida. A los 32 años, en sus quintos Juegos Olímpicos, en las montañas lejanas de Pekín, en el parque de nieve de Genting, Queralt Castellet, de Sabadell y de todo el mundo, alcanza la cumbre de su carrera.

Tercera y quinta las dos mejores japonesas, las hermanas Sena (88,25) y Ruki (80,5) Tomita. Cuarta, la china Xuetong Cai (81,25), a quien el aliento exuberante de su compatriota Eileen Gun, la reina del freeski, no bastan para elevarla al podio.

Es la quinta medalla española en la historia de los Juegos Olímpicos de Invierno. La primera de plata tras los oros de Paquito Fernández Ochoa (eslalon) en 1972, hace ya 50 años, y conseguida lejos, en Japón, y los bronces de Blanca á Ochoa (gigante), en 1992, y de Regino Hernández (snowboard cross) y Javier Fernández (patinaje artístico), en 2018. Es la recompensa tan duramente buscada de Castellet, 26ª en su debut olímpico, una casi niña de 16 años en 2006; 12ª en 2010; 11ª en 2014; séptima en 2018. El premio a la valentía de una deportista capaz de avanzar, de seguir progresando al ritmo, y más deprisa aún, con el que progresa su deporte, cada vez más atlético, más complicado, más difícil, con trucos que hacía nada se consideraban imposibles. Y en un proceso colectivo, de hermandad casi, en el que todas las riders unidas se ayudan a ser mejores, a intentar nuevos trucos, a consolarse, a motivarse, ella también los consigue, como las más jóvenes. Y los hace mejor aún.

Y en Pekín los consigue sola, fuerte. Su entrenador, el legendario rider norteamericano Danny Kass, ya bronce en Salt Lake City 2002, se quedó en casa con covid. Su fisioterapeuta tampoco pudo viajar con ella, que ríe feliz bajo su más cara FP2 en el podio donde recibe, no la medalla, sino un peluche de la mascota Bing Dwen, una panda gordito y casi tan feliz, o tan sonriente, como ella, que cuando vuelva a España lo celebrará en un restaurante japonés, of course, comiendo sushi sin parpadear. De un bocado. Y cuando, siempre en coche, regrese a su casa en Laax, Suiza, cerca de uno de los mejores pipes que hay en el mundo, llevará en el maletero buenas raciones de jamón, y un buen cuchillo para cortarlo fino.

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