Ridley Scott, sobre su ‘Napoleón’: “Una película no puede ser una lección de historia”
Llega el tan esperado Napoleón de Ridley Scott (que se estrena en España el próximo viernes) envuelto en un excitante olor acre de pólvora y polémica. El cineasta ha hecho la machada de tratar de meter la vida completa del corso en una película y claro, le ha quedado todo pelín acelerado (le presentan a la archiduquesa María Luisa y a la siguiente escena ya le entregan al hijo que tuvo con ella; Waterloo es un choque frontal en el que no salen los combates por la granja de la Haye Sainte ni por el castillo de Hougoumont y en el que los prusianos llegan enseguida). Y con las prisas y el exceso de elipsis, se han caído algunos asuntillos: como la guerra de España entera, aunque es cierto que Bonaparte hubiera estado de acuerdo en correr un tupido velo sobre “la úlcera española”. No obstante eso y alguna licencia como mostrar al emperador al frente de cargas de caballería sable en mano en Borodino y Waterloo, donde sufría de hemorroides, Napoleón es un gran espectáculo, con batallas, sexo, húsares —el director prefiere recrearse en Hippolyte Charles, el guapo amante de Josefina (un deportista de riesgo) en lugar de mostrar al húsar icónico (aunque sufría de alopecia), el general Antoine de Lasalle, caído en Wagram y no de la cama)—, y hasta momias, y cañones, muchos cañones. El Napoleón del director no se mete la mano en la pechera sino que su gesto icónico es taparse los oídos al cañonear.
Ridley Scott (South Shields, 85 años), que muestra en el filme la influencia de Barry Lyndon de Kubrick (la luz de las velas, la música, el cuidado en el vestuario), está especialmente satisfecho de la interpretación de los protagonistas, Joaquin Phoenix (en el rôle titre) y Vanessa Kirby (Josefina), pese a que alguna prensa francesa los ha comparado maliciosamente con Kent y Barbie (para adultos, con algún momento tipo cruce de piernas en Atracción fatal: “Si baja la mirada verá una sorpresa que no podrá olvidar, ciudadano general”). La respuesta de Scott (británico y sir) ha sido mandar a todos los críticos, especialmente a los franceses, al diablo. “Una película no puede ser una lección de historia”, ha recalcado este mediodía en una entrevista con este diario. Esta noche, él y Phoenix asistirán a un preestreno en el Museo del Prado.
Pregunta. ¿No es un poco contradictorio que Wellington le reproche en la película a Napoleón no poder resistirse a lanzar una carga frontal (en Waterloo) y que, en cambio, se le muestre con tanta preferencia en ir por detrás con Josefina?
Respuesta. Napoleón es un estratega, su mayor virtud es poseer una gran intuición. Y en la batalla la intuición lo es todo.
P. Ya, pero me refería a las escenas tan chocantes y algo vodevilescas en que se le muestra teniendo sexo con Josefina por retaguardia. Luego se quejará de que se le enfaden los franceses…
R. ¡Ah, como un perrito! (risas). Decidimos hacerlo así, esas escenas, para que no todo fuera acción militar, batallas, y para quitar un poco de trascendencia. Con Napoleón hay la tendencia a hacerlo todo muy solemne y aburrido. Buscamos un tono de humor en esas secuencias, que no traicionan lo que aparece en las cartas íntimas, algunas muy explícitas en cuanto al sexo. Estoy muy satisfecho también con la escena en que se mete debajo de la mesa y avanza a cuatro patas hacia Josefina. Ahí la actriz, Vanessa Kirby, no sabía lo que iba a hacer Joaquin Phoenix, y salió así, ¡salió muy bien!, ella es muy buena. Otra secuencia en la que introdujimos es toque de humor fue en la del golpe de Estado del Brumario, cuando le caen encima ferozmente los diputados. Hay una gran violencia, pero también es cómica. La rodamos toda en una sola toma, con 8 cámaras.
P. Napoleón tuvo que soportar muchas chanzas, fue una época de oro para los caricaturistas (sobre todo los de fuera de Francia). Claro que si los ingleses te pillan cartas íntimas en que le dices a Josefina que no se lave, que estás viniendo…
R. Todo el mundo quiere reírse de los políticos, mire en EE UU ahora. Te puedes reír de todo, excepto de Israel, y Ucrania.
P. La película parece no acabar de decantarse por una visión de Napoleón. ¿”Matón corso” o generoso con el enemigo? ¿Maltratador —le suelta un guantazo a Josefina en el acto del divorcio— o romántico? ¿Patán grosero —”Lástima que un hombre tan importante no tenga modales”, comenta el embajador de Inglaterra— o fino intelectual? (gran lector, al cabo fue miembro del Instituto de Francia y autor del Código Civil).
R. Napoleón es corso y los corsos son muy duros. Tiene un carácter agresivo y carece de elegancia. Pero vuelvo a insistir en que era muy intuitivo, ese es su principal rasgo. También lo es la influencia de su madre.
P. Sus discursos y arengas demuestran que conocía el valor de las palabras. “Soldados de la Grand Armée”, escribió tras Austerlitz, “antes de que este día pase y se pierda en el océano de la eternidad vuestro emperador os quiere hablar”.
R. Y sus cartas, revelan mucho de él, se conservan muchas, hay algunas a Josefina muy conmovedoras.
P. Podía ser muy inspirador, ¿se identifica con esa cualidad de Napoleón usted que tiene en sus películas momentos como el monólogo de las lágrimas en la lluvia del replicante Roy Batty en Blade Runner, los del general Máximo en Gladiator o la arenga de Balian en El reino de los cielos? (“Este es tu juramento, y esto para que no lo olvides”)?
R. Hay fuerza y bonitas metáforas en los textos de Napoleón, tenía momentos inspiradores. En cuanto a Blade Runner, la novela original de Philip K. Dick [¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?] ya tenía diálogos muy bonitos, con una melodía, que sugería lo que había que decir en la película. Siento además una gran admiración por los guionistas. A propósito de Gladiator, recuerdo que cuando dije que iba a hacer una película sobre la Roma Antigua pensaron que sería de sword & sandals, un péplum de género. Se equivocaron”.
P. Ha hecho muchas películas históricas.
R. El peligro al hacerlas es que no te des cuenta de que no pueden ser una lección de historia. Son películas. Los personajes han de dialogar normalmente. En Napoleón fue muy bien. Usé cuatro cámaras para rodar los diálogos y los actores se sintieron con mucha capacidad de improvisar y con mucha libertad. Les avisé que estuvieran listos para cualquier cosa. Y así salió la escena de que hablaba de Napoleón gateando bajo la mesa.
P. Se nota la misma fascinación por la época napoleónica, los uniformes, las armas, que en su primera película, la inolvidable Los duelistas (1977).
R. La fascinación sigue. ¿Sabe?, todo viene de Roma.
P. Lo dice porque está con Gladiator 2.
R. No, no, Napoleón sacó toda la inspiración de allí. Las águilas, la magnificencia de los equipamientos, la disciplina, el sprit de corps. También los alemanes en la Segunda Guerra Mundial, por cierto. Es interesante ver todo lo que empezó en Roma, en la Roma imperial.
P. Napoleón es una peli de cañones.
R. ¿?
P. De cañones, y sus balas.
R. ¿Bolas?
P. También (risas). Pero me refería a la artillería. Hay que ver cómo retumban los cañones de Napoleón. Tremendo, en las batallas y también cuando dispara despiadadamente contra el pueblo francés al inicio de su carrera en el Vendimiario.
R. Ah, era artillero, y eso se notó siempre. Lo sabía todo de los cañones. Cómo colocarlos y dispararlos, pero también cómo fundirlos. Es lo que muestro que hizo en el asedio de Tolón.
P. Esa batalla es muy impactante, muestra un Napoleón muy humano, hiperventilando antes del combate, luchando cuerpo a cuerpo y al que le matan el caballo (episodio histórico) en una escena brutal. En total muestra cinco batallas, Tolón, Pirámides, Austerlitz (dando por buena la leyenda del desastre de los rusos y austriacos en el hielo), Borodino y Waterloo. ¿Cuál es el secreto para ofrecer una buena batalla en cine, usted que ha hecho tantas?
R. Dibujarla antes. Yo dibujo y se me da muy bien. Fui a una escuela de arte, me dio clases Lucian Freud, y tuve de compañero a David Hockney.
P. Pues aquí compite con otro David, Jacques-Louis, y con Gros. No sé que se le reprocha más, que haga que los franceses disparen a las Pirámides de Giza (¡ahora que ya habíamos acabado con el mito de que disparó a la nariz de la Esfinge!) o que no salga la guerra de España; a ver qué le dirá Goya esta noche en el Prado.
R. Miré, viví en Hartlepool, al noreste de Inglaterra, una ciudad muy industrial que me influyó mucho. Había un gran cine, el Odeón, y yo pintaba los carteles. Hice uno para Orgullo y pasión, de Stanley Kramer, que trataba de la guerra con los franceses, con Cary Grant, Sofía Loren y Frank Sinatra (como guerrillero). Así que podría decirse que ese tema ya lo he tocado…
P. Esa película de 1957 que menciona, precisamente sobre un gran cañón, el más grande del mundo (una especie de cañón de Navarone peninsular), que arrastraban los guerrilleros para derribar las murallas de Ávila y ayudar a los ingleses, estaba basada en la novela The Gun, de C. S. Forester.
R. Siempre me han gustado las historias de Forester, sobre todo las de su capitán de la marina de Nelson, Horacio Hornblower.
P. Vaya, ¡el carraspeante hidalgo de los mares! ¿Y Sharpe, el fusilero británico de las novelas napoleónicas de Bernard Cornwell? La secuencia de Napoleón en que un francotirador le agujerea el sombrero en Waterloo parece un homenaje.
R. Lo conozco, sí, ¡pero prefiero al capitán Hornblower!
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