Sinner no se apiada de nadie, tampoco del heroico Djokovic
Aplaude desde el palco a rabiar Jo-Wilfred Tsonga, Ali Tsonga, ese pegador que la rompía hasta hace no demasiado, felizmente retirado desde hace tres años. Vaya tío, Novak. Irreductible, mucha clase. Yo jugué contra él, piensa el francés, impresionado con esa forma de pelotear y debatir del serbio Djokovic, que rebate como puede a una fuerza de la naturaleza que le imprime un ritmo infernal a la pelota: pam, pam, pam, pam. Como aquellos contrarrelojistas del ciclismo que tienen esa endiablada cadencia en el pedaleo. Casi extraterrestres. Así que imposible de seguir para un tipo, una leyenda, que a sus 38 años continúa intentándolo. No puede ser de otra forma: se rinde la Chatrier.
El balcánico cae (6-4, 7-5 y 7-6(3), tras 3h 16m) y se despide del grande francés, pero ahí queda este viaje cargado de emotividad y sentimientos: ahí estaba Nole hace exactamente veinte años, cuando puso por primera vez el pie en el cuadro principal de Roland Garros. Y aquí sigue él, batallando, intentándolo y exigiéndole a un joven —son 15 años de diferencia entre uno y otro— que compite con el máximo respeto, esto es, a todo trapo, pero que no se apiada de nadie. Sinner, el que casi todo lo arrasa. Sinner, el que manda. Sinner, el único ahora que puede frenar el dominio de Carlos Alcaraz sobre una superficie que el murciano ha hecho suya. Reto para el italiano, pues. Controlador al máximo. No suele dejar cabos sueltos.
Al final, el torneo desemboca finalmente donde se intuía, porque, sin medias tintas, el italiano y el español bracean varios cuerpos por delante del resto. Poco menos que un paseo del murciano para llegar hasta aquí desde que partió la gira en abril, y apenas un puñado de partidos le han bastado al de San Cándido para recuperar la chispa e ir despejando a los rivales a manotazos. A raquetazos. Arma el brazo y la muñeca como ninguno, articula de forma meteórica. Hoy por hoy, no hay pistolero que desenfunde más rápido. Digna de estudio, esa mecánica en los latigazos. Así que hace lo que puede y más Djokovic, heroico y resiliente, peleando como si el hoy fuera el ayer: se acaba el viaje, pero siempre estará ahí.
Muy elogiable este último desfile por París, de donde se fue con un menisco roto hace un año y adonde regresó en julio en busca de oro. Cómo no, lo consiguió. Inolvidable e irrepetible, seguramente, la hazaña de los últimos Juegos Olímpicos. Esta vez, sin embargo, encuentra límite en el metalúrgico tenis del rey del circuito, que aprieta y exprime cuando lo necesita. Se revuelve Nole, pero la circunstancia es nueva. Él capaz de todo, sabe que probablemente no haya posibilidad de retorno, su especialidad. Su distinción. Palmas, en cualquier caso: planta cara y va salvando servicios. Rebate de inicio a fin. Terminará la historia, en todo caso, cuando tenga a bien decidirlo el italiano.
Salida enigmática
En cualquier momento, terminará rompiéndose la cuerda. Y así sucede. El serbio, atendido un par de veces por el fisio de la inserción de la pierna en la cadera izquierda, le ha arañado un break —solo había concedido dos de camino a esta semifinal— y sigue y sigue buscando soluciones, maestro único del escape, como ya hiciera en la ronda previa contra Alexander Zverev. Hasta un golpe de bádminton se inventa, pero ahí que azota y sentencia el pelirrojo para quitarle de en medio y emplazar así a su gran rival al careo definitivo. Lo comenta Andre Agassi con el presidente de la Federación Francesa (FFT), Gilles Moretton: lo de ese hombre tiene mérito. Mucho.

Llega a disponer de tres puntos de set. Y, con esa pizca de fe que aún tiene, pide guerra: vamos, vamos, llevadme en volandas, amigos míos. Reclama al árbitro y también sonríe, se agarra con todo en los intercambios y decanta a su favor alguno de los más prolongados. Sin embargo, ocurre lo que tiene que ocurrir. Le aplaude su familia desde la grada y el aficionado se frota las manos ante el escenario de pura lógica: Sinner frente a Alcaraz. Los dos mejores. Dos transatlánticos entre txalupas. Solo Djokovic, el ya más que veterano Djokovic, ha conseguido intimidar a los dos nuevos gigantes. Lo sabe París, así que aplaude en consecuencia. Hace la ola la pista: el desenlace esperado el domingo, un mito rebelándose. Él mismo, hasta el final.
“Quiero jugar más”, dirá luego ante los periodistas, preguntándose todos los presentes —al igual que media hora antes lo hacía el público— por el significado real de esa despedida tan sentida y tan enigmática, de ese beso a la pista antes de abandonarla. ¿Acaso es un adieu? ¿Volverá al año siguiente al Bois de Boulogne? Nunca se sabe. Si por el fuera, no. Pero… “Doce meses son muchos meses…”, contesta. Y sintetiza Sinner, rendido a la grandeza: “Haber ganado a una leyenda como Novak es muy importante. Somos afortunados de que siga jugando. Compartir pista con él es increíble, sientes la tensión a la que te somete en todo momento. Es el mejor de la historia”.
Enlace de origen : Sinner no se apiada de nadie, tampoco del heroico Djokovic