Un nuevo Chile

La primera vuelta de las elecciones chilenas propició una sacudida que ha dejado a un ultraderechista, nostálgico de Augusto Pinochet, a un paso de ser el próximo inquilino de La Moneda. José Antonio Kast, con un discurso basado en el orden, la seguridad y el liberalismo económico, obtuvo el 28% de los votos, por el 25,5% del izquierdista Gabriel Boric, al frente de Apruebo Dignidad, una alianza de agrupaciones de reciente creación surgidas de las revueltas sociales de 2019, y de otras tradicionales, como el Partido Comunista. La fractura es evidente. Y también sorprendente. Hace solo seis meses, los chilenos votaron por una Convención Constituyente de mayoría progresista, con candidatos independientes que recogieron el guante de las demandas callejeras. Los legisladores prometieron fundar un nuevo Chile, con el texto de una Constitución que entierre la heredada de Pinochet. La izquierda sintió entonces que tenía la presidencia al alcance de la mano.

La jornada electoral del domingo fue la primera desde el regreso a la democracia en que los votos sumados de todas las opciones de izquierda o centroizquierda no alcanzaron el 50%. La derecha, desde la extrema que representa Kast hasta el resto de las agrupaciones conservadoras, sumaron el 53%. No es posible asegurar que esos mismos votos se trasladen sin fisuras al candidato ultraderechista en la segunda vuelta, pero el mapa evidencia la miopía del liderazgo progresista, que no vio las señales del desastre.

La realidad irrumpió en las urnas chilenas y atropelló a quienes se establecieron en una burbuja de confort ideológico. El país sabe ahora que el votante de a pie fue refractario a la incertidumbre de los cambios radicales representados por Boric. Sus promesas de prosperidad chocaron de frente con el discurso simple, llano y populista de Kast: ante el miedo a lo imprevisible, contrapuso seguridad, orden y paz. No importó si Kast rechaza el aborto, ataca a los inmigrantes o desprecia a las minorías, exactamente el mismo combinado que se ha visto en otros lugares del mundo, como en Brasil con Jair Bolsonaro o en España con Vox.

El desafío al que se enfrenta la izquierda es enorme. Tendrá, es probable, el apoyo de las fuerzas progresistas que no la acompañaron como parte de la coalición Apruebo Dignidad. Allí están el Partido Socialista y parte de la Democracia Cristiana. Pero esos votos no serán suficientes. Necesita también hablarle al 54% de los chilenos que el domingo no fue a votar. La abstención es un problema estructural en Chile desde que en 2012 se suprimió el voto obligatorio. Ese 54% es un grupo heterogéneo que, simplemente, ha dejado de creer en la política y los políticos. Es la izquierda la que puede seducir a esos desencantados. Tiene poco más de 20 días para lograrlo.

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