Velos de quita y pon

Quisiera saber cómo hacen algunas feministas relativistas, sobre todo las que están metidas en política, para dar siempre con la misma amiga marroquí que se pone el velo porque quiere y se lo quita cuando le da la gana. Ya saben, la que afirma que es un símbolo de identidad. Le sacan mucho rendimiento a esta musulmana que nadie ha visto y que está tan de vuelta en su proceso de liberación que es capaz de cubrirse la cabeza del mismo modo que otros llevan una pulsera rojigualda en la muñeca. Qué extraña bandera es esta: solo se la ponen las mujeres y coincide, casualmente, con la misma prenda que a millones de musulmanas les es impuesta como sello de validación que certifica su buena conducta. Qué feliz coincidencia entre lo que quieren los que nos someten y lo que nosotras escogemos libremente. Tan feliz que ya podemos dar por terminada la lucha feminista y dedicarnos a escoger el color del velo que mejor nos sienta.

Y a todo esto, a nadie sorprende que los hombres no tengan inquietudes identitarias ni sienta la necesidad de representarlas con lo que visten. ¿No son ellos también víctimas del racismo y la islamofobia? Sí, claro, pero son hombres y si analizáramos el asunto desde el feminismo (el de toda la vida, sin apellidos), nos daríamos cuenta de que, otra vez, el deber de sostener, mantener y defender la religión, la identidad, el origen y las diferencias culturales se carga todo sobre nuestras espaldas.

Yo que llevo más de cuatro décadas conviviendo con mujeres marroquíes, de nacimiento u origen, no he dado nunca con la liberada de la que hablan. Será que es poca mi experiencia con musulmanas, pocas mis lecturas sobre el tema, reducidas mis indagaciones en infinidad de encuentros y conversaciones tanto analógicas como virtuales. Será eso porque de otro modo no se explica que mientras que tantas de estas relativistas encuentren siempre a la que lleva el velo porque quiere, yo sigo conociendo a niñas obligadas a cubrirse cuando alcanzan la pubertad, jóvenes que soportan como pueden las presiones sobre sus cuerpos y mujeres que no podrían ir por la calle sin la cabeza tapada porque sería, dicen, como andar desnuda. Para todas ellas me encantaría que existiera este mundo feliz que describen las relativistas. Quizás en él se nos permitiría refugiarnos de la insoportable levedad del velo.

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