Vuelco en la legislatura

Acaba de producirse un significativo vuelco en la legislatura. La reforma de la reforma laboral se ha aprobado con una votación transversal. Partidos muy rivales del Gobierno de Pedro Sánchez y que se colocan casi sistemáticamente contra él, como Ciudadanos, la han apoyado. Se consagra así como el acto de porosidad y flexibilidad entre bloques encarnizadamente opuestos más relevante del actual período parlamentario. Mientras que los dos grandes socios clásicos del Ejecutivo en el Congreso (y más allá), PNV y Esquerra Republicana, han flaqueado en la alianza y han votado junto a populares, ultras, y abertzales extremos.
Ha sido un día Rubicón para el Gobierno de coalición progresista. Si el Congreso no convalidaba la reforma, había que tramitarla como proyecto de ley. En ese caso, el real decreto ley habría sido más que verosímilmente modificado. Y en cascada, se habría producido al menos una defección entre los firmantes del pacto social, patronal y sindicatos, como sabe hasta Perogrullo. En consecuencia, se deslegitimaba la concertación social, un grave peligro y una pésima señal en un país tan polarizado política e institucionalmente.
Pero además, en cadena, habría quedado dificultada u obstaculizada la llegada de los 70.000 millones de euros de fondos europeos Next Generation-EU, pues Bruselas privilegia el consenso social en asunto tan clave. De modo que el bloqueo de la reforma equivalía a una zancadilla a la recuperación económica en curso. Y a un dramático cul-de-sac político para Sánchez, que ha hecho de ellos el pilar sustentador de su programa reformista. Y de su mandato.
A eso apostó el líder del PP, Pablo Casado. Y por eso antepuso otra vez su premura en llegar a la Moncloa sobre los intereses nacionales, esa muestra patética del patriotismo retórico combinado con el egoísmo partidista en un grupo legítimamente aspirante a retornar a la Moncloa. Ni siquiera se abstuvo en algo esencial para la marca España en Europa. Y para los bolsillos de sus conciudadanos. Por eso, y porque el partido socialista ha demostrado capacidad, si bien ajustadísima, de forjar geometrías variables en asuntos esenciales, el PP es el gran perdedor de la jornada. En una soledad sin posible consuelo a cargo del empresariado organizado. La final de este Open es Antonio Garamendi, 2 (los indultos del procés y la reforma laboral que pactó)-Casado, cero.
El vuelco de hoy quizá no será total. Seguramente la asociación de partidos de la investidura pueda recauchutarse, pero requerirá alquimias complicadas. Con el PNV será más fácil, porque no jugó a bromas y disponía de una coartada, si bien leve, para la defección: la consolidación de su ya existente marco de autonómico relaciones laborales, con sindicatos y convenios propios. Más frivolidad afloró en la negativa de Esquerra, que no ha sabido aprovechar la oportunidad para acelerar su principal empeño (la Mesa de diálogo), presionando al PSOE, en una operación sin ganancias que descentra su objetivo de centrarse y brinda alas a su gen asambleísta y a la creciente incomodidad de Oriol Junqueras en su rol de convidado de piedra. Y que al plantarse también contra su socio, UP, lo ha hecho asimismo con un tercer miembro de la galaxia: los Comuns. El tiro al pie es obvio y de aficionado: el Govern de Pere Aragonès multiplica su inestabilidad, pues era el partido de Ada Colau el que le dio el aguinaldo de los presupuestos y venía brindándole su apoyo sistemático, tras el alejamiento de la CUP.
Si el Gobierno gana la partida, su componente socialista lo hace en mayor medida. Porque visualiza su control del medio-campo; enfatiza su flexibilidad pactista; y va creando un aura de estabilidad, vulnerable, sí, pero cierta y documentada. Algo que, con aritméticas distintas acaba de recolocar en el podio al amigo portugués, António Costa. Mucho menos goloso es el aprobado de UP, porque trota sobre el suspenso obtenido en su negociación con Esquerra y Bildu, sus socios preferidos. Y entre medio de ambos, queda el balance de Yolanda Díaz, que ha realizado un esfuerzo –también técnico—notable. Al insistir en el mantra de la “derogación” de la reforma de Mariano Rajoy en vez de en la más cómoda cancelación de sus “aspectos más lesivos”, pecó de seguridad aparentando que el apoyo sindical podía ser suficiente: hasta que el presidente alineó públicamente la sintonía con Nada Calviño y su determinación en no excluir a nadie. La insistencia unívoca de Díaz en revalidar la mayoría de investidura, en este caso evaporada, y despreciando a Ciudadanos, ha sido un mal cálculo. Que aflora descosidos: “Esta reforma, va en una dirección absolutamente contraria de la que Ciudadanos defendía”, empujaba. Y ninguneaba su apoyo porque su “entrada… expulsa” a los periféricos amigos preferentes de UP.
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El vuelco no es total, porque el reformismo evitó el abismo. Hay mucho reconducible: cada día tiene su afán, y de la necesidad se hace virtud. Pero no será nada fácil.
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