Yevgueni Prigozhin, de un puesto de perritos calientes en San Petersburgo a liderar una rebelión contra Putin

El desafío es mayúsculo. Hace años, antes de la guerra a gran escala lanzada por Rusia sobre Ucrania, se le conocía como el chef de Putin. Porque Yevgeni Prigozhin, un delincuente de poca monta de San Petersburgo, que había cumplido condenas por robo, amasó su gran fortuna por sus negocios de catering y, sobre todo, por sus vínculos con Vladímir Putin, a quien conoció en la ciudad del Neva y que le dio jugosas licitaciones y contratos públicos. Prigozhin, convertido después en señor de la guerra con la compañía de mercenarios Wagner, clave en la invasión de Ucrania y otras tantas contiendas como brazo armado oficioso del Kremlin (hasta que lo fue contra Kiev) siempre había servido a Putin lealmente.
Este sábado, ha cruzado la línea. Ha sido tras una larga noche y crucial para Rusia en la que Prigozhin ha lanzado una rebelión contra la cúpula del Ministerio de Defensa y contra su titular, Serguéi Shoigú, con el que mantiene una rivalidad desde hace años agrandada por las batallas de Ucrania, y al que acusó el viernes de atacar sus campamentos de retaguardia.
El jefe de los mercenarios se ha atrevido a contradecir al presidente ruso después de que Vladímir Putin le acusara en un discurso furioso de dar una “puñalada por la espalda al país” con su rebelión y prometer consecuencias “brutales”. “El presidente se equivoca profundamente”, ha clamado Prigozhin en un mensaje de audio en uno de sus canales de Telegram. “Los combatientes de Wagner son verdaderos patriotas”. Y ahora que Putin ha hablado, la rebelión, el motín, tiene connotaciones ya de golpe militar.
Es un punto de no retorno para Prigozhin, que hasta ahora aseguraba no mostrar lealtad a nadie salvo a Putin. El jefe de los Wagner ha mostrado su rostro más despiadado en Ucrania, donde ha agrandado su leyenda de vengativo y ha acusado a la cúpula de Defensa de enviar a los soldados regulares a la “picadora de carne” mientras ellos se sientan cómodamente en Moscú con un dinero que debía ir para las campañas militares. Pero siempre tratando de dejar que nadie se olvide de sus inicios modestos para conectar con aquellos a quienes ha intentado reclutar.
Perritos calientes
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Nacido en 1961, cuando San Petersburgo se llamaba Leningrado, empezó sus negocios con un puesto de perritos calientes en la ciudad del Neva a principios de la década de 1990 y aprovechó la turbulenta desintegración de la Unión Soviética para pasarse a la gastronomía de alto nivel para la nueva élite rusa. Entre esa élite estaba Vladímir Putin, ya metido en política, que empezaba a escalar en la administración de San Petersburgo tras haber pasado por el KGB (los servicios secretos).
Putin fue el gran valedor de Prigozhin y sus negocios. Ya como presidente de Rusia, Putin acudió muchas veces a cenar al lujoso restaurante de Prigozhin, Stáraya Tamozhnia, una instalación flotante sobre el río Neva. Llevó allí incluso al entonces presidente de Estados Unidos, George W. Bush, o al primer ministro de Japón, Yoshiro Mori. Pero fue en una fiesta de cumpleaños de Putin, en 2003, en la que Prigozhin proporcionó el catering, donde nació el apodo (irónico) de chef de Putin. Desde entonces se ha mantenido cerca del Kremlin, aunque siempre ajeno a las élites, que lo han visto con un extraño, un paleto, alguien de clase baja que es simplemente útil al régimen (hasta que deja de serlo). Y así había sido —con ciertos bandazos en Ucrania— hasta ahora.
La fábrica de troles
Prigozhin, millonario gracias al catering —un negocio por el que tuvo denuncias por mala calidad y envenenamiento en una Rusia en la que los poderosos casi nunca son condenados por sus delitos y sí se penaliza a quien denuncian—, también fue el impulsor de la llamada “fábrica de troles”, acusada de engañar las campañas electorales occidentales, entre ellas, la estadounidense en 2016, que terminó dando la victoria al magnate republicano Donald Trump.
Mientras fue ampliando la compañía de mercenarios Wagner, cuya matriz fue una unidad encubierta del Ejército ruso que, en 2014, con la guerra de Donbás y la invasión de Crimea, inició su metamorfosis a compañía militar privada. Desde entonces, ha desplegado sus mercenarios en Ucrania, Siria, Libia, Venezuela, Sudán, República Centroafricana, Malí y otra vez en Ucrania.
Ha sido en Ucrania, durante la guerra a gran escala, cuando Wagner —que nunca existió oficialmente en los papeles y de la que Prigozhin negaba formar parte ya que Rusia prohibía a los mercenarios— dejó de actuar en la completa oscuridad. Se transformó de ese brazo paramilitar del Kremlin oculto a una herramienta no solo muy visible sino clave en varias de las pocas conquistas de las fuerzas de Rusia, como las de Donbás.
A la cúpula del Ministerio de Defensa siempre le preocupó el poder de Prigozhin, pero Putin le ha dejado crecer beneficiándose de los conflictos internos que antes se despachaban en privado y que empezaron a librarse en público. En los últimos meses, el jefe de Wagner ha elevado el tono contra el ministro Shoigú aproximándose a punto de no retorno de este viernes y sábado, en el que sus mercenarios han tomado los edificios oficiales de la ciudad sureña de Rostov del Don y promete marchar hacia Moscú si no se atiende a sus peticiones de destituir a Shoigú.
Wagner asegura que sus hombres ya se dirigen a la capital y serán decisivas en las próximas horas los apoyos al Kremlin de la Guardia Nacional y de las fuerzas de seguridad. Prigozhin no tiene el apoyo de las élites y de su suerte dependerán las intenciones de otros como él.
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