El problema israelí se llama Netanyahu

Los israelíes se encaminan a las quintas elecciones legislativas en apenas tres años tras la ruptura de la histórica coalición de gobierno formada por ocho partidos de todo el espectro político y encabezada por el conservador Naftalí Bennett. Hace poco más de un año puso fin al último mandato ininterrumpido de Benjamín Netanyahu como primer ministro durante más de una década, entre 2009 y 2021. Tras una derrota parlamentaria del Gobierno el día 6 en una votación sobre la ocupación de Cisjordania, la Kneset (Asamblea) aprobó este miércoles por una abrumadora mayoría de 110 votos (sobre un total de 120) el decreto preliminar de disolución de la Cámara. Ahora deberá pasar a una comisión para volver al pleno, algo que puede suceder a partir del domingo.

La enésima crisis política en Israel tiene múltiples orígenes, empezando por la propia naturaleza dispar de un Gobierno cuyo principal común denominador era evitar que Netanyahu —el primer ministro que ha estado en el cargo durante más tiempo, por encima de uno de los fundadores del Estado israelí, David Ben-Gurion— continuara en el poder contra todos, mientras sigue su procesamiento por soborno, fraude y abuso de poder. Liderada por Bennett, un nacionalista acostumbrado a adelantar por la derecha a Netanyahu, la coalición incorporó a casi todas las tendencias políticas, incluida la izquierda pacifista, aunque la más innovadora fuese la participación, por primera vez desde la independencia de Israel en 1948, de un partido islamista.

Su principal objetivo era detener la senda iliberal por la que Netanyahu había encaminado a la democracia israelí. En parte lo ha conseguido, pero el ex primer ministro no está ni mucho menos muerto políticamente y lo ha demostrado con una hipócrita jugada parlamentaria respecto a lo que en realidad constituye el verdadero problema de la política de Israel que marca todas las demás esferas: la ocupación de Palestina. Resulta inconcebible, desde el punto de vista de la coherencia, que los diputados de Netanyahu se hayan unido a dos diputados árabes y otros tres conservadores para rechazar el intento gubernamental en la Kneset de prorrogar la vigencia de la legislación “provisional” que extiende, desde 1967, los derechos civiles israelíes a los cerca de 450.000 colonos asentados en Cisjordania. Es decir, Netanyahu ha votado en contra de la misma legislación que él ha prorrogado como primer ministro, y para ello se ha unido a los árabes a los que él mismo acusó en el pasado, en plena jornada electoral, de “querer robar” las elecciones.

Esta situación vuelve a poner de manifiesto que, más allá de los equilibrios políticos propios de cualquier sistema parlamentario, la ocupación de Palestina constituye un asunto que Israel no puede aplazar de forma indefinida sin que afecte gravemente a su propia estabilidad. Desgraciadamente, no parece que las quintas elecciones vayan a girar en torno al drama humano que vive Palestina, ni tampoco sobre el coste de la vida en Israel o sus políticas energéticas, sino, una vez más, sobre la figura de Netanyahu.

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